La «metralleta de belleza» de Jordi Mollà dispara en Vedra

Javier Becerra
Javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Jordi Mollà, mostrando algunos de sus cuadros.
Jordi Mollà, mostrando algunos de sus cuadros.

El actor aportó 32 pinturas para decorar el hotel de un amigo

20 dic 2022 . Actualizado a las 15:34 h.

Además de su conocida faceta de actor, Jordi Mollà pinta. «Crear es mi oxígeno, donde yo me encuentro bien. Pintando, escribiendo, haciendo música o editando un libro. Muchas cosas que mucha gente no sabe. Porque, por ejemplo, yo pinto desde los 27 años», explica sentado en uno de los sillones de un lugar totalmente singular. Se trata de la Casa Beatnik, el proyecto de los hermanos Daniel y Juan Carlos Alonso —hijos de emigrantes gallegos nacidos en Chicago— consistente en convertir el antiguo pazo de Galegos de Vedra en un exclusivo hotel. Según los promotores, se entremezcla el espíritu de Marruecos, Francia e Italia. En el nombre homenajea a la mítica generación Beat de Jack Kerouac.

Este establecimiento cuenta con una decoración especial: 32 lienzos que Jordi Mollà creó para la ocasión. Todo ello fruto de la amistad y fascinación mutua. «Es un ser humano que admiro muchísimo, pero también un gran artista. Yo, como tantos españoles, crecí viendo sus películas, pero como lo conocí personalmente fue como pintor», recuerda Daniel Alonso. Ese encuentro tuvo lugar en Chicago, donde Alonso dirige el grupo hostelero Bonhomme. «Nos conocimos en una exposición en Chicago a través de un amigo en común, Domingo Zapata, que me lo presentó —rememora Mollà—. Dani tiene cuadros míos en su casa. Yo conozco a su familia e hice una exposición hace unos años en uno de sus maravillosos locales de restauración en Chicago. Sabía que quería hacer algo en Galicia y en enero le pregunté cómo le iba. Cuando vi lo que estaban haciendo le dije que me encantaría poner cuadros míos».

Alonso, que empezó las obras del hotel en el 2020 y lo inauguró el pasado verano, le abrió las puertas en su primera incursión en la tierra de sus padres —él es de Vigo, y ella, de Ribeira— y le dijo qué necesitaba. «El hotel estaba ya bastante avanzado en cuestión de decoración y me tuve que adaptar a dimensiones, paleta de colores, energía, situación... todo. No estábamos en el Soho neoyorquino, sino en Galicia. Y creo que al final lo encontramos», expone Mollà.

Las obras que cuelgan de las paredes tienen un origen común: «La base tenía que ser la tierra gallega. Le pedía que hiciera muchísimas fotos del entorno, de detalles, de la variedad inmensa de vegetación que hay aquí». Le mandó 300. Seleccionó 90. «Las manipulé, las imprimí sobre lienzo y empecé a pintar sobre ellas, dejando que la obra pintada en Miami fuera expuesta al sol, la lluvia... hasta el punto de que me preocupé porque empezó a aparecer moho. Y los tuve que secar como manteles».

Todas esas obras, llenas de vegetación y agua, se enmarcaron. Y encajaron. «Quedaban perfectas para este hotel, como una metralleta de belleza que no quiere destacar sobre lo demás, sino que sirve para que la persona que venga aquí note cómo la absorbe un todo», explica.