Martín García: «Cancelar la música rusa solo sirve para quitarle la voz a los que sufren»

H. J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Martín García, en pleno recital en el Philharmonic Concert Hall de Varsovia durante el 18.º concurso Chopin.
Martín García, en pleno recital en el Philharmonic Concert Hall de Varsovia durante el 18.º concurso Chopin. Darek Golik

El artista asturiano, uno de los pianistas jóvenes españoles con mayor proyección internacional, interpreta este martes a Rachmaninov en el teatro coruñés Rosalía de Castro

20 dic 2022 . Actualizado a las 05:15 h.

«Con todo lo que está pasando en Rusia en estos momentos», al pianista asturiano Martín García (Gijón, 1996) le pareció «correcto» tocar a Rachmaninov este martes (20.00 horas) en el teatro Rosalía de Castro de A Coruña. Quiere que se entienda que su música es muy profunda y no tiene nada que ver con lo que sucede en torno a la invasión de Ucrania. No teme las críticas ni comparte la política de eliminación de los músicos y obras rusos de los programas de conciertos.

«Puedo entender las razones por las que se llega a esas situaciones de miedo o de no saber muy bien qué pasa. Miremos al pasado y advertiremos que esto ocurrió muchas veces ya. Y parece que no aprendemos», lamenta para incidir: «Cancelar la música rusa solo sirve para quitarle la voz a los que sufren. Se rescinden contratos con artistas pensando que hacemos algo en favor de la gente que está sufriendo cuando realmente lo que hacemos es impedir que puedan hablar y decir lo mal que lo están pasando en su país, y es que hay mucha gente que no quiere estar allí».

García recuerda que se elimina de los recitales la música de artistas rusos que padecieron un calvario por los regímenes soviéticos: «El pueblo ruso sufrió mucho por culpa de sus propios compatriotas. Es una situación muy difícil y no guarda relación con la música. La música pone luz particular a ese sufrimiento que vemos en Ucrania e incluso en Rusia, donde no lo están pasando bien. La música rusa describe eso mejor que ninguna otra porque nace de allí, de esa gente que tiene esa historia de sufrimiento durante muchas décadas. Interpretar a Rachmaninov es también un poco por esa razón, porque él sufrió el régimen de su país hace más de cien años y tuvo que irse de Rusia. La sonata de esta noche fue compuesta por él justo después de exiliarse, en ella habla de que lo pasó muy mal, se deprimió, de su desesperación. La historia se repite».

Antes de dos de los Momentos musicales opus 16 y la Sonata n.º 1 en re menor opus 28 de Rachmaninov, García tocará, en la primera parte de la velada, a Chopin: cuatro mazurcas, una barcarola, cuatro preludios y la Sonata n.º 2 en si bemol menor opus 35. Son dos autores claves en la fulgurante carrera de uno de los pianistas jóvenes españoles con mayor proyección internacional y que esta temporada ha triunfado en escenarios de todo el mundo, en especial de Japón y EE.UU., como el Carnegie Hall neoyorquino y el Suntory Hall toquiota.

Su querencia por Rachmaninov obedece a su vinculación con la escuela rusa. Creció musicalmente en Asturias entre profesores rusos —«¡Tengo alma mitad española mitad rusa!», proclama—. Guarda siempre una mención cariñosa para Galina Eguiazarova, que guio sus pasos durante ocho años, buena parte de esa vida que alcanza los 26: «Fue mi maestra con letras mayúsculas, no uno de esos profesores que se suben a una palestra en las universidades y enseñan a los alumnos dos o tres horas a la semana. La idea del maestro en arte se sigue usando mucho, como el que te lo enseña todo a la vez. Eso fue lo que hizo ella, me puso los puntos sobre las íes. Me concentró toda la idea y la estructura del arte para dejarme concebirlo a través de una manera particularmente objetiva y empleando mi propio criterio. Eso conlleva mucho trabajo y fue todo suyo. Logró que abriera los ojos, al cabo de los años, y empezara a entender de verdad la idea del arte en general. No solo fue cosa de cómo poner los dedos en las teclas, es como mi madre espiritual», confiesa.

Hoy en día si alguien quiere aportar algo a un mundo concreto, en cualquier campo, tendrá que traer algo nuevo, algo más especializado o un talento especial si es en un ámbito tan abstracto como el de la creación artística, reseña para admitir que «la historia tiene tendencia a escoger lo mejor de lo mejor; aunque no se pretenda, ocurre: siempre miramos las creaciones que distinguen una era, un modo de pensar, cosas que se ven solo a la larga». Sí, hay que distinguirse de alguna manera, ¿pero cómo? Ni los mejores pedagogos ni las mejores universidades lo saben, replica divertido.

A su juicio, consciente de que es complicado, «debe irse a lo más puro». Quizá por eso cree que la gente no ha de ir a un concierto a verlo a él, a ningún artista en particular: «Al final, si te gusta lo que el artista hace te empieza a gustar el artista. Pero lo primero tiene que ser la música, lo que nosotros queremos escuchar en ese concierto, no el artista individual. En un concierto deberíamos fijarnos en la música en sí; en cuanto el artista sea capaz de transmitir esa música va a sobresalir por sí mismo, pero no debe centrarse en él. Es -lamenta- algo que ocurre mucho en nuestros días, los artistas tienen la tendencia a centrarse en sí mismos, y eso no lleva a buen puerto porque la gente va a verlos única y exclusivamente por su personalidad. ¿Para qué entonces van a tocar música de Chopin, de Rachmaninov?, deberían de ponerse a hablar, a dedicarse a otra cosa».

La clave -prosigue García- es «cómo sobresalir sin sobresalir». El joven pianista se siente un intermediario: «Sí, la misma palabra intérprete debería decirlo todo. Utilizamos palabras y al hacerlo muchas veces olvidamos el verdadero espíritu que encierran y les perdemos el significado. Hay que volver al verdadero significado de una palabra tan sencilla como interpretar: leer y actuar de intérprete de una obra que se compuso muchísimos años atrás, con un gran bagaje intelectual y emocional, con muchas cosas asociadas y que tienen que ir asociadas a su vez a la persona que interprete esa música, que es un mero intermediario -insiste-, es triste pero es así».

La música clásica, cercana al espectador

Martín García está en sintonía con esa filosofía cada vez más frecuente entre los nuevos intérpretes que defiende que hay que quitar solemnidad a la música clásica, acercarla al espectador, al oyente. «En esa tarea mi personalidad tiene que ser un motor, una palanca para atraer a la gente hacia lo que realmente estoy haciendo. Yo no soy el punto focal pero sí soy la persona que transmite eso». Que sea el punto focal en algún momento puede llevar a confusión... Pero el rol que asume también es relevante. «Y es que -dice como aclaración- lo más importante de este mundo fue mi profesora, si ella no estuviera con sus alumnos, si no estuviera dando clase por todo el mundo, enseñando música, ¿dónde estaría yo ahora mismo?».

Esa labor de difusión, de expandir el mensaje es también responsabilidad suya. «Conversar con la gente, hacer charlas, dejar que te pregunten los chicos... Veo niños y adolescentes que tiene muchas cuestiones en mente, dudas, y que nadie les enseña. Después de los conciertos, me vienen a preguntar, qué camino les recomiendo para su futura carrera, con ánimo de que les ofrezca un consejo, y me da mucha pena tener que decirles que no tengo ahora una respuesta para ellos porque debería conocerlos, pasar tiempo con ellos, saber cuáles son sus expectativas... y algo tan sencillo como cómo son tus manos... son muchos factores. Yo tengo muchas ganas de hacer eso, pero nunca con mi cara como punto focal, sino con la música y con lo que la persona en sí quiere hacer».

«El talento prodigioso es básicamente trabajo»

Todos los que empiezan necesitan ayuda, incluso él, aunque siempre le salgan al paso con adjetivos del tipo niño prodigio, que no aprecia demasiado: «Dan a entender que el valor que yo poseo es por ser joven, pero no soy yo lo importante. Sí resulta que tengo 26 años, pero no se trata de mí, es lo que hago, lo que quiero mostrarle al público. El talento prodigioso es básicamente trabajo. El chaval muy joven que solo con su muchísimo talento va a llegar a todos los sitios que se proponga es una leyenda de Hollywood, de las películas. La realidad nunca es así», remarca.

Por supuesto, uno encuentra una o dos personas que tienen una gran capacidad natural para aprender cosas, para memorizar, todos conocen a alguien así el colegio, pero la idea de niño prodigio es mandar al extremo todo eso, objeta: «Yo estoy aquí para informar a la gente de lo que se conquistó en el pasado, lo que otros creadores realizaron hace 100 o 150 años y hoy se está perdiendo. Niño prodigio, no lo sé [ríe con ganas], que lo digan los demás, yo no tengo ni idea».

Si se quiere dar a entender a una audiencia algo tan complejo como una obra musical, es imprescindible que el intérprete se siente y trabaje delante de la partitura, de las cartas, la documentación, los libros... «Por muy fáciles que tengamos los dedos, debo pensar por qué y para qué trabajo, con la idea de entregar la música al público», relata el pianista gijonés.

¿Cuántas horas dedica al instrumento? Es un asunto muy variable, depende de las circunstancias; «si ensayo obras nuevas, un nuevo repertorio, puedo dedicarle al teclado seis o siete horas diarias, si estoy de viaje, una o dos horas de estudio».

Y la verdad es que viaja mucho. No para. Ahora está afincado en Nueva York, donde tiene un apartamento y donde pasó la pandemia. Intenta regresar a su piso a menudo, cada vez que puede. Peor puede poco. Apenas disfruta de su comodidad cinco días cada mes. El resto del año está de gira ofreciendo conciertos.

Estas obligaciones lo enfrentan en ocasiones con la morriña. No es raro, dice, que en Alemania, comiendo, piense en que le encantaría estar, ya no en Gijón, en cualquier lugar de la costa norte española comiendo unas zamburiñas o en contacto con la belleza de la naturaleza... o en sociedad, por qué no. Echa de menos su tierra, por descontado.

Música contemporánea

A Galicia, en su primera visita como concertista -solo estuvo en Vigo hace más de diez años participando en un concurso-, llega con Chopin y Rachmaninov. Pero no rehúye la música contemporánea. «Vivimos la historia en tiempo real. Y me encanta ver lo que los compositores están haciendo hoy en día. El único problema con la música contemporánea -sostiene- es que resulta muy difícil ver lo que a seguir siendo de valor dentro de 50 años. Esto ha pasado siempre, durante toda la historia, no es una crítica. Conozco a muchos compositores que son increíbles. Yo mismo soy compositor, pero soy consciente de que la música que se compone hoy en día -también la mía- trasciende a lo mejor sí, a lo mejor no...».

Él no se pone limitaciones. Quiere tocarlo todo. La música contemporánea, igual que la musica barroca, la romántica... como la música del futuro. «Somos humanos y vamos a seguir produciendo música», reseña. Y aunque toca todo tipo de música, reconoce que últimamente el programa más interpretado y el más querido por los aficionados y los organizadores es el romántico, seguido del clásico y, ya un poco menos, el barroco. «Yo puedo pelear, e insistir, pero hay que ir con los tiempos y aceptar también lo que quiere escuchar la gente. Puedo decir ''mira esta música'' y "mira esta otra", pero hay que saber cuándo tirar de la cuerda y cuándo ceder. No es fácil, pero yo, en cualquier caso, estoy encantado de tocar música nueva y también música renacentista».

Es más, Martín García dice que le costaría tener que elegir un compositor favorito, y que cada momento tiene su autor: «Me encanta contar que durante la pandemia había un compositor que no conocía particularmente, sí su nombre y de escuchar alguna pieza de vez en cuando, pero no en profundidad. Se trata de Federico Mompou, me metí en su sonido, en su música callada, en sus canciones y danzas... Le dedicaba tres o cuatro horas todos los días. No podía parar de escucharlo. Tu percepción cambia según vas conociendo a un compositor, le vas cogiendo afecto, lo trabajas y lo empiezas a entender más, cuanto más conocimiento más cariño. Mompou fue mi compositor favorito durante año y medio», evoca para concluir.