Cartas, fotos y pósters intercambiados, la relación que no rompió el exilio
24 dic 2022 . Actualizado a las 09:16 h.«Cada vez tengo más ganas de irme para ahí y darte un abrazo y cuando me despierto por la mañana me apena mucho no estar en la Coruña, y aún no poder coger aquellas brevas tan ricas de la huerta. Y a ti, ¿te apena no tenerme en la Coruña?». Esta es una de las muchas cartas que María Casares le escribió desde Madrid, primero, y desde París, después, a Pilar López-Nóvoa, su amiga del alma. Pilarita para ella.
«Fue María quien dio el primer paso. Asomada al balcón, le hacía señas a mi madre para que se acercara a conocerla», cuenta José de Paz, hijo de Pilar. Conserva fotos y recuerdos que se intercambiaron a lo largo de los años. También «infinidad» de recortes de prensa sobre las actuaciones de María por el mundo. «Esta amistad la marcó para toda la vida», reconoce emocionado.
Eran unas niñas, una de 1921, Pilar, y la otra del 22. Vecinas de la coruñesa calle Panaderas, pasaban las horas «trepando por los árboles» de la casa de los Casares o en la villa que alquilaban para veranear cerca de Bastiagueiro. «A mi madre la raptaban», bromea José de Paz.
Esta amistad a prueba de kilómetros y del silencio marcial de la dictadura pervivió hasta la muerte de María, en 1996, por un cáncer. Pilar falleció en el 2005. Descubrir las fotos de esta relación «íntima e intensa», define José, conmovió a la escritora María Lopo.
«Foi en Francia onde as vin. As fotos que María trouxo con ela na súa reducida equipaxe cando fuxiron están depositadas nos Fonds d’Archives Maria Casarès (IMEC), destaca Lopo. Estos documentos son uno de los ejes de su libro O tempo das mareas, en el que se adentra en los años que configuraron la personalidad de la que sería primera actriz de la escena dramática francesa.
«Na correspondencia con Camus, nos seus escritos, nas entrevistas concedidas a medios franceses, falaba da Coruña como ‘unha cidade aberta e libre’. Galicia sempre estivo moi viva nela», dice Lopo. La intérprete nunca renunció ni a su pasaporte ni a su acento gallego. Tampoco a su compromiso con los galleguistas y republicanos exiliados. Cada 25 de julio, recitaba versos en gallego en la radio francesa.
Un sentimiento que confesó la propia María en 1981 en el programa A Fondo, de RTVE, en la promoción en España de sus memorias, Résidente privilégiée. «Sentí más el exilio de Galicia a Madrid que el de España a Francia», contó Vitola, como así la llamaban en A Coruña. «Llevamos siempre el niño en nosotros», añadió.
Tenía nueve años cuando se mudaron a Madrid. Su padre, Santiago Casares Quiroga, fue el último presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República antes del golpe. Regresaban cada verano hasta que en 1936 estalló la Guerra Civil. Vitola y Pilarita entraban en la adolescencia. Las cartas, que José va a entregar a un investigador, y algunas llamadas las mantenían en contacto. Con la hermana de María, Esther, exiliada en México tras estar presa, Pilar era el nexo con su hogar.
No volvieron a verse hasta 1976, en Madrid, muerto ya Franco, en la gira de El adefesio, de Alberti. «Estaban muy emocionadas. Después de morir María, llevamos a mi madre a la casa en la que vivió en París», cuenta José.
Vitola nunca regresó. «En la gira de El Adefesio enfermó», recuerda José, y no actuó en Santiago. Los sucesivos reconocimientos en democracia tampoco la hicieron volver. «La dictadura fue un trauma, también para mi madre. A su hermano José Benito lo pasearon en Carral. Mi madre entendió que María, con su mentalidad profundamente republicana, no quisiera venir», dice José.
El verano de 1935 fue el último que María pasó en Galicia. El «finisterre» de Camus fue dejando pistas. «A Coruña, la calle Panaderas, la lluvia, el sol y yo ya no éramos los mismos», escribió en sus memorias.