Charo López: «El cine es muy bonito para verlo, pero hacerlo ¡es de una dureza!»

Montse García Iglesias
Montse García SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

Charo López en Santiago.
Charo López en Santiago. Sandra Alonso

La intérprete afirma que le gusta trabajar en comunión con los directores

20 nov 2022 . Actualizado a las 12:28 h.

«Solo hay una cosa que me duele. Es que se acaba mi carrera, se acaba la vida, pasa el tiempo y yo solo quería seguir haciendo cine toda la vida». La reflexión es de la actriz Charo López (Salamanca, 1943), que acaba de recibir el homenaje del festival Cineuropa en Santiago.

—El director de Cineuropa afirmó que sin usted y Ana Belén, también premiada en esta edición, no se podría entender el cine español de los últimos 40-50 años. ¿Qué supone para usted el reconocimiento?

—El camino no ha sido fácil. He trabajado mucho, mucho, mucho. Bueno, ha sido fácil en cuanto a que he tenido un trabajo estupendo, pero ha habido que defenderlo. El premio supone un reconocimiento a mi trabajo, cosa que hace mucha falta; me viene de maravilla, lo necesito, me gusta, lo quiero..., y espero seguir teniendo más [premios].

—Cuando debutó con su primera película, «Diritambo» (1969), era profesora. ¿Cuándo decidió darle el sí a Gonzalo Suárez?

—Se lo di muy pronto. Yo soy una mujer fácil, eso es lo terrible (ríe). Yo daba clases de español a extranjeros y de Bachillerato. Una vez dando clases a una pareja de tailandeses, que ya venían a casa hacía como seis meses, uno me dice: «Bueno, chata, yo me voy». Entonces le dije: «Tú hablas un castellano cheli, así que no vengas por aquí». Fue una época muy creativa y muy reconfortante, pero Gonzalo Suárez es un brujo. Yo fui a un festival de jazz a Barcelona con mi marido entonces y, al salir, fuimos a su casa. Y sin saber cómo, porque la vida es así, en la cena Gonzalo me dijo si quería interpretar a Ana Carmona, el personaje principal de Diritambo, película que iba empezar a hacer. Le respondí: «Bueno hablamos». Y al salir le dije a mi marido: ¿Qué me ha dicho?. Y él me respondió: «Te ha propuesto nada más y nada menos que debutar en el cine». Ahí recibí la primera lección importante de mi vida de adulta, Jesús me dijo: «Ahora tienes que aprender a decidir por ti misma, si quieres ser actriz, si quieres ser profesora». Al día siguiente, a las nueve de la mañana me llamó Gonzalo para preguntar si lo había pensado. Le respondí que no había pensado en otra cosa esa noche y que quería hacer Ana Carmona. Y hasta hoy.

—¿Se le pasaba por la cabeza cuando dijo sí a Gonzalo Suárez para encarnar a Ana Carmona que sería el comienzo de meterse en la piel de otros muchos personajes?

—No se me pasaba nada por la cabeza porque yo no sabía lo que era ser actriz, lo que era tener una carrera, no sabía nada... Pero como el peligro me ha gustado siempre (ríe), dije que sí. Entonces, dejé mis clases de profesora con dolor, porque me encantaba, y siempre que he tenido problemas con el dinero —que se da con frecuencia en la vida de una actriz—, siempre he dado clases. Empezamos la película, pero yo era como un pato en un garaje, no sabía nada de nada.

—Afirmó en anteriores ocasiones que le había costado que la valoraran más allá de su físico. 

—Eso más bien me lo comentaron los demás a mí para que yo lo diga. A mí me ha costado mucho que me valorasen como persona, como actriz, como mujer, porque por delante ha ido siempre el «que guapa eres». Pero eso que en algún momento yo he dicho: «Ya basta», es estupendo. Ojalá me lo dijeran todos los días.

—Acumula desde entonces decenas de películas, de series, de teatro... ¿Cuál es el secreto de mantenerse trabajando?

—Sí, son más de 50 años sin parar de trabajar. Como actriz es fácil, porque si te gusta esta profesión, sigues creciendo, intentándolo todo en cada personaje, en cada situación, enamorándote del trabajo. Lo que consigo, además, es tener la misma ansiedad de siempre y preguntarme: ¿Me llamarán para este personaje? ¿Han llamado a otra?

—Muchas compañeras suyas han comentado en numerosas ocasiones que siendo mujer no es fácil que después de cierta edad les den papeles.

—Eso es un problema universal, las mujeres a partir de una edad, no valemos para nada, no nos quieren para nada, no nos consideran nada, porque nos consideran unas ancianas. Eso es un horror que tiene que ver con la cultura alimentada por todos. Hay todo un discurso de la gente en la que se ve un rechazo a todas las personas mayores,

—¿Hay algún papel que recuerde especialmente?

—Me han marcado todos, porque los directores no andan con tonterías, pero es que a mí lo que me gusta es trabajar en comunión con el director, saber qué es lo que quiere y si yo se lo puedo dar. Trabajar con Moncho Arméndariz en Los secretos del corazón fue estupendo. Moncho me dijo: «Hay dos cosas que quiero conseguir de ti: una que aceptemos que ya no eres una joven —yo le respondí: «Lo tengo superaceptado e incluso sufro»—; y otra, que quiero que cantes mal —le contesté: «No hay ningún problema porque canto fatal». [...]. Siempre he tenido unas relaciones muy buenas con los directores, puedo hablar de Moncho, de Mario, de Gonzalo...; me gusta mucho ser actriz, me encanta. 

—Hablaba ahora de directores. ¿Tiene alguna espina clavada?

—No voy a hablar de eso.

—¿De Buñuel?

—Sí, de Buñuel sí.

—Al final, no pudo hacer «La Vía Láctea»....

—Eso fue un sacerdote, José Peña, que era quien le aleccionaba en cuestiones religiosas y era muy amigo de casa, de mi marido y mío, y me llamó y me dijo: «Buñuel quiere conocerte». ¡Cielos, cómo es eso! «Bueno, vámonos a París, quiere que hagas la virgen de La Vía Láctea». Entonces, yo fui, claro, me pusieron la túnica y todo fue estupendo. Entonces en un momento dado Buñuel dijo: «Ya ya, muchas gracias». Yo estaba viviendo en la casa de José Peña, él se fue a la parroquia a vivir, y yo andaba por París sin un duro, paseando para arriba y para abajo por la calle Mistard, y unos nervios, porque me esperaba toda la gente de la escuela de cine, Guerín, Egea, Eceiza, Jesús, todos... ¡ay, le habrá dicho que sí Buñuel! Y por fin llegó un telegrama de Buñuel diciendo que el sindicato de cine francés no aceptaba de ninguna manera que una actriz desconocida hiciera el papel. Era un sindicato protector, no como los que teníamos entonces aquí, que era el sindicato vertical y que les daba igual quien trabajara... No quiero hablar de esa etapa porque me pongo a llorar. Me pareció justo que los actores defendieran su trabajo y yo me vine a mi casa y no pasó nada. Empecé la carrera con un golpe bajo, pero aquella historia me gustó; luego fue doloroso no hacerlo, claro.

—Pero también le dijo que no a Almodóvar y después...

—Eh, ese tema yo no lo toco.

—¿Qué trata de aportar Charo López a cada personaje?

—Cuando lees las características que tiene un personaje, las que lo definen, tratas de buscarlas en ti y dárselas. Ese es un trabajo absolutamente fascinante, porque a veces dices: «Yo no tengo nada que ver con esta pesada que le pasa esto»; pero tienes que aceptarlo. Y es precioso componer el trabajo en casa. A mí me encanta componer un personaje; hay mucho trabajo que hacer en casa a solas, y luego ensayar, proponerle al director este camino o el otro. Es un trabajo maravilloso el de ser actriz, es un privilegio. Me gusta mucho ser actriz.

—No sé si el papel más difícil que hizo fue ahora en el documental reciente, interpretarse a sí misma

—A un personaje, cuando lees las características que tiene, que lo definen, buscarlas en ti y dárselas. Ese es un trabajo absolutamente fascinante, porque a veces dices yo no tengo nada que ver con esta pesada que le pasa esto, pero tienes que aceptarlo. Y es precioso componer el trabajo en casa. A mí me encanta componer un personaje, hay mucho trabajo que hacer en casa a solas, y luego ensayar, proponerle al director este camino o el otro. ES un trabajo maravilloso el de ser actriz, es un privilegio

—El papel más difícil que hizo fue ahora en el documental reciente, interpretarse a sí misma, en «Me cuesta hablar de mí.

—Horribleee, le dije a Chema [de la Peña, el director] que no quería verle nunca más, que se fuera de mi casa. Vino y me dice: «Es que quiero hacer un documental sobre ti». Y le respondí: «Mira, es que yo de mí no se hablar, me cuesta muchísimo, adiós». Sí, es que no hay una sola portada en la prensa del corazón en que yo hable de mis cosas, de mi vida, de mis amores de mi familia... Claro, es que Chema es un seductor.

—Y al final fue un sí.

—Bueno, es lo peor de lo peor, pero el caso es que nos pusimos a hablar y yo dije: «Bueno, pues tampoco tengo yo tanto que callar, que parecía que yo era una ladrona, una viciosa, que sé yo». Era tan estupendo por una vez en la vida, fuera de terapia, hablar con un ser humano y Chema es tan próximo, tan cálido, tan fantástico, que empezamos a hablar y hablar y no sé el tiempo que estuvimos. Y además como Chema es inagotable... Pero era divertido hablar por primera vez de lo que yo pienso como mujer, como actriz, como, como todo. Y Chema me iba liando. Solo le puse la condición de dos temas: yo no hablaba de mis relaciones amorosas y de lo que tú antes has dicho y yo te dije que no. Y fue estupendo.

—Ha hecho y hace cine, televisión y teatro. ¿Dónde se encuentra más cómoda?

—Siempre mitificamos el cine, pero te voy a decir la verdad. El teatro es maravilloso, porque sales, te enrollas con el público, le convences, le seduces y ya. En el cine, como bien decía Fernán-Gómez, nos pagan por esperar. El cine es un rollo, porque llegas por la mañana y te ponen no sé qué, y dices: «¡Hola!»; y te dicen: «Corten»; y la siguiente frase es tres días después y tienes que tener el mismo pelo, el mismo estado de ánimo; es un rollo. El cine es muy bonito para verlo, pero para hacerlo ¡es de una dureza!, mientras que el teatro es precioso para hacerlo, es lo más bonito del mundo.

«Torrente Ballester sabía lo que decía. Era un genio»

 

 

Clara Aldán. Hace más de 40 años que Charo López se metió en al piel de este personaje de la trilogía Los gozos y las sombras, de Torrente Ballester, para la serie televisiva, que durante meses se rodó en buena parte en Galicia. Un papel que la marcó. 

—Cuando selecciona los papeles, ¿qué busca en los personajes?

—No sé. Pues que al leerlo diga: «¡Esto le va a gustar al público». No me hagas decir lo que estás esperando, pues te lo voy a decir. Hacer, por ejemplo, de Clara Aldán. Estaba en Viena, que hacía allí Ánima, y me llevé la trilogía y estaba todo el día leyéndola, pero a mí no me llamaba nadie. Cuando llegué a Madrid y cogí el contestador me decían: «Si quieres hacer la trilogía preséntate en tal restaurante a tal hora, porque Marisol ha dicho que este papel no lo quiere». Salí corriendo, llegué al restaurante y dije: «¿Dónde hay que firmar?». Me preguntaron si no quería hablar de nada, del dinero, del tiempo... Le respondí: «De nada, de nada, ¿dónde hay que firmar».

—¿Así que lo que busca es que los personajes le gusten, como es el caso de Clara Aldán?

—Es que Torrente sabía lo que decía. Hay una frase que me vuelve loca porque es la síntesis de lo que es Clara Aldán. Cuando Torrente Ballester dice de un personaje que mira a Clara pasar: «Clara era buena, pero le gustaban demasiados los hombres». ¿No das dinero por decir eso, no es una belleza? Ese era Torrente Ballester, un genio. Y esa es la síntesis de lo que es el espíritu de ese personaje en la serie.

—Ahora, está recorriendo España recitando poesía.

—Con Verso a verso. Eso es una gozada. Vas a un pueblo perdido de la mano de Dios, pero está el teatro lleno. ¡Es precioso recitar!

—Y también está con otra película ahí en ciernes.

—Sí, pero al final he dicho que no la hago, porque tenían que arrastrarme. Y me dijo un amigo: «¿Por qué te vas a dejar arrastrar?» Y pensé: «Pues es verdad, bien pensado».