Xoel López llega con «Atlántico» a la playa de la eternidad

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Xoel López durante su concierto en el Palacio de la Ópera de A Coruña
Xoel López durante su concierto en el Palacio de la Ópera de A Coruña GONZALO BARRAL

Diez años después, el músico coruñés revisó en A Coruña su incomprendido disco del 2012, recibido ahora como una obra maestra fuera de tiempo

19 nov 2022 . Actualizado a las 22:07 h.

Aunque hoy pueda parecer increíble, hubo un momento en el que una canción tan bonita como Tierra sonaba en directo y no ocurría nada. Era 2012 y Xoel López llegaba al arenal del que habla la canción («yo soñaba cada día poder alcanzar la playa») después de haber hecho las Américas y grabar Atlántico. Con una guitarra española y apelando a su nueva música -mestiza, hermosa, fascinante-, la desplegaba en la playa de Riazor de A Coruña en el Noroeste Pop Rock. Ante un público que, en una buena parte, no conectaba con ella. Ni siquiera con una joya como Tierra, la que ayer en el Palacio de la Ópera de A Coruña sonó como un clásico de los que agitan corazones. Interpretada junto a Juan de Dios Martín -su compañero de aventura en Atlántico- se recibió con esa sensación de suave y placentero vértigo que se experimenta cuando emergen los temas que, con el paso del tiempo, adquieren el estatus de La Canción. Tierra se cantó junto al artista. Tierra se sintió en las butacas. Tierra, interpretada tal cual se hacía en el 2012, tomó el lugar que le correspondería en su momento cuando vagaba perdida entre la cerrazón, la intransigencia y la ceguera. 

El concierto del décimo aniversario de Atlántico -único y con un aforo de 1.700 personas por decisión del artista, que hubiera llenado lugares de mayor capacidad en diferentes ciudades- estuvo cargado de momentos emotivos como este. Porque en él latía algo muy distinto al típico recital nostálgico en el que un músico recupera días de gloria para darse un baño de nostalgia con su público. No, esta vez no. En el escenario no se apreció nada de ello. Sí la sensación de deuda pendiente, de ofrecer el concierto que no pudo haber sido en 2012. Por todo. Por el giro artístico. Por las expectativas del público. Por el estado general del pop independiente de aquel entonces. Por las limitaciones absurdas que a veces se ponen en nombre del criterio. Anoche nada de eso pasó. Se vivió una fiesta celebrando precisamente la libertad maravillosa de esa música. La que se desplegó como un canto de amor propio y colectivo hacia uno de los títulos definitivos del pop en castellano de lo que llevamos de siglo.

Con la mítica lona diseñada por Pablo Font detrás de un banda dispuesta en semicírculo, Xoel planteó el recital como un repaso respetuoso y ordenado de Atlántico. De la primera a la última sonaron en orden las doce canciones del disco, tocadas con la mayor fidelidad posible con una formación creada para la ocasión. De nuevo, apareció la guitarra española como eje, las percusiones engarzadas con la batería y los coros femeninos dándole el color tan especial que tenía aquel repertorio. Todo lo que en 2012 no lograba cuajar y que, en 2022, se reveló con esplendorosa hermosura. Abrió, entre palmas, Hombre de ninguna parte con su enredadora bossa-rumba-pop. En cuanto sonó eso de «¡todos cantan el hombre de ninguna parte!», replicado por todo el público, quedó claro que iba a ser una noche tremendamente especial. Y lo fue, por todo lo antedicho y por la cantidad de emociones que se masajearon con temas como La gran montaña, cuya exuberancia guitarrera a lo San Francisco 1967 llevaba sin sonar desde la gira original de Atlántico. Anoche golpeó con toda su fuerza. O Por el viejo barrio, rescatada en los últimos tiempos, pero revisada con su delicadeza circular primigenia. Enamoró.

Xoel López durante su concierto en el Palacio de la Ópera de A Coruña
Xoel López durante su concierto en el Palacio de la Ópera de A Coruña GONZALO BARRAL

Llamó la atención cómo ganaron con el tiempo algunas de las partes más líricas y reposadas del álbum. A mayor desnudez, mayor emotividad. Buenos Aires, por ejemplo, regresó del pasado preñada de energía en sus sube/baja narrativos. Y Postal de Nueva York resucitó con un atractivo que seguramente sorprendió a muchos después de tantos años. También, Joven poeta, en la que Xoel invitó al público a replicar los coros abolerados del álbum, dejando el terreno listo para concluir la travesía con El asaltante de estaciones, detonación final para un concierto que, a partir de ahí, tomaba una dimensión inesperada. 

Concluido el repaso por el álbum homenajeado, empezó una segunda parte en la que el artista trazó acertadamente conexiones muy precisas con Atlántico. Primero, tocando Quemas, aquella pieza coplera incluida como algo menor en Reconstrucción (2007) de Deluxe y que, sin saberlo él, se trataba de la semilla de lo que vino luego. La interpretó él solo con guitarra de manera soberbia. También apareció por ahí explosiva Ningún hombre, ningún lugar, la que tomó la senda del color de Atlántico por la vía africana. Puso el Palacio de la Ópera a bailar de arriba abajo y de abajo arriba. Igualmente, se marcó una oportunísima versión de Ojalá que llueva café de Juan Luis Guerra cargada de significado. Antes de cantarla, recordó como parte de su público se enfrentó a él por el cambio latino, comparándolo con el dominicano como un desprecio. También aquel titular de una entrevista de La Voz en la que decía: «Me encanta Juan Luis Guerra, me lo pongo en casa» y que tanto dio que hablar. La pieza desplegó toda su alegría vital sin reproche alguno. 

También quiso hacer una lectura de Dolerme de Rosalía, apelando a los tiempos sesenteros en los que los contemporáneos se versionaban en tiempo real. El concierto concluyó con Tigre de Bengala. Puro simbolismo en movimiento. Se podría tomar como la versión evolucionada de muchas de las cosas dibujadas en Atlántico. Puso el Palacio de la Ópera patas arriba gritando precisamente “¡y arriba y arriba!”. Y sirvió de guinda final para un concierto necesario, memorable y que dará pie al «yo estuve allí». Un acto de justicia sin rencor. Una demostración de que la belleza, tarde o temprano, se abre paso. Una maravilla que sitúa a Atlántico definitivamente en la playa de la eternidad. La ha alcanzado. Ahora sí. Al fin.