Dolores Redondo, autora de «Esperando al diluvio»: «He escogido Bilbao como escenario, pero podría haber sido perfectamente Ferrol»

María Viñas Sanmartín
María Viñas BILBAO / ENVIADA ESPECIAL

CULTURA

Dolores Redondo, durante la presentación de su nueva novela en Bilbao
Dolores Redondo, durante la presentación de su nueva novela en Bilbao Carlos Ruiz

La superventas aparca a la inspectora Amaia Salazar y publica nueva novela, abriendo ciclo. Hoy llega a las librerías

16 nov 2022 . Actualizado a las 17:12 h.

Seis de la tarde, noche cerrada en Bilbao. El Guggenheim, imponente, se recorta —todo luz— contra un cielo oscuro y una columna de humo se contorsiona entre los hierros de una vieja grúa portuaria, jirafa de acero, superviviente de un tiempo peor. «Nada tiene que ver este Bilbao con el que era antes», comenta hipnotizada por las luces de la margen izquierda del río Dolores Redondo (San Sebastián, 1969), a la espera de un barco que nos llevará hasta el barrio obrero de Elorrieta. Atrás, el puente rompecaderas de Calatrava, la Literaria de Deusto, la fértil araña de Bourgeois. «Era una ciudad de astilleros, talleres de soldadura y trabajo portuario, de fundiciones y edificios sucios, de fango, asolada por la sombra de la reestructuración naval y la heroína», continúa. Perfecta, añade, para convertirse en refugio de John Biblia, un sádico asesino en serie fugado de Glasgow —«mismo clima, misma violencia en sus calles»— cuyo caso aún sigue abierto a día de hoy. Aunque advierte que todavía queda mucha Amaia Salazar, la superventas aparca los crímenes del Baztán y arranca nuevo ciclo narrativo con Esperando al diluvio (Destino), que hoy llega a las librerías.

—Tenemos el qué y el dónde. Nos queda el cuándo.

—En 1983, una tormenta desbordó el río y las laderas que abrazan la ciudad se vinieron abajo. La tierra ya no podía tragar más agua. Yo tenía entonces 14 años y volvía en tren tras haber pasado mi primer verano en Galicia, en casa de mis tíos. La impresión de la grandísima devastación que causó la riada fue enorme. Terminó de destruir Bilbao y la ciudad tuvo que remodelarse. Era un escenario y un momento perfectos para hablar de un protagonista al límite. Pero podría haber sido Ferrol, o alguna de estas grandes ciudades portuarias que vivían mirando al mar como medio de vida.

—Es ya «la escritora de las tormentas».

—Soy del norte, me encanta la fuerza de los elementos, en todas mis novelas llueve. Pero esta es además una metáfora del fin del mundo y del apocalipsis que vive el protagonista, que de repente es consciente de que su propia muerte es inminente. La tormenta por fuera y por dentro. Quería hablar de esa consciencia del final, de enfrentarnos al momento de pensar a qué hemos dedicado la vida. Noah, como Noé, sigue un mandato interior, convencido. Y, también como el personaje bíblico, se enfrenta al fin del mundo.

—El del 83 fue el primer verano que pasó en Galicia.

—Fue un verano maravilloso que estuve en Poio, con mis tíos, lo pasé muy bien, salía casi todas las noches, había fiestas en todas partes. Fue el verano de la música, que también está muy presente en esta historia, y fue además el año en el que empecé a escribir.

—Vivimos en una sociedad empeñada en mirar hacia delante, en superar el duelo. No se habla de la muerte, por ejemplo.

—No lo hace la sociedad actual, pero seguramente cualquier miembro de nuestra familia haya asistido a un velatorio de cuerpo presente. Luego se empezó a creer que era mejor no hacer estas cosas, que se perdía demasiado tiempo. Un tremendo error. Lo que ocurre es que pasamos página demasiado pronto, y un duelo mal curado son problemas a la larga. Si en dos meses no has superado la muerte de tu padre, alguien te dirá ya que tomes pastillas.

—Dedica el libro a Domingo Villar.

—Todo el que le conocía era muy amigo suyo, porque él era muy amigo de todas las personas que conocía. Era supercariñoso, cercano, un diez de persona y un grandísimo escritor. Ha sido un robo cómo se ha ido. Y esto no se supera. Ni hay que superarlo. Yo me alegro de tener pena para siempre por Domingo Villar.

«Cuando el horror se fragua en casa, no hay adónde ir»

Es el de John Biblia, violador y asesino en serie, uno de los mayores misterios de la historia criminal británica, actualmente aún abierto, sin resolver. El hombre con el que vive obsesionado el protagonista de Esperando al diluvio agredió sexualmente a finales de los sesenta a como mínimo tres mujeres, acabando con su vida. En el momento de su muerte, todas tenían la menstruación. Junto a sus cuerpos, se encontraron tampones y compresas meticulosamente ordenados.

—La investigación sobre este personaje, ¿le hizo replantearse la manera de abordar el mal?

—Al trazar su perfil psicológico, con ayuda de un experto, se abrió ante mí algo que hablaba también de un dolor inmenso, de una rabia incontenible, de algo que purgar, que resolver, de una pulsión que tenía que ver con un dolor. Y sí, esto me obligó a replantearme cómo contar su historia, y a lo importante de la defensa de la infancia, de poder vivir los primeros años en paz, de que tu casa no termine siendo un infierno. Porque cuando el miedo está entre las cuatro paredes en las que uno se cría, pueden pasar cosas terribles. Cuando el horror se fragua en el lugar donde deberíamos sentirnos seguros, que es nuestra propia casa, no hay a dónde ir. El amor y el miedo son dos lecciones que aprendemos en casa: el tipo de amor que debemos buscar y a qué tener miedo.

—Usted ha vivido de cerca la muerte, el duelo, pero además este verano tuvo «la suerte» de vivir «el milagro de la vida». Su hermana, que vive en plena Ribeira Sacra, se puso de parto demasiado rápido, sin margen para llegar al hospital de Santiago. Y tuvo que asistirla sola.

—En dos minutos me vi atendiendo un parto. No he pasado tanto miedo en toda mi vida. No quería hacerlo, me decía todo el tiempo: «No, no, no puedo hacerlo», pero tenía la vida de mi hermana y de su bebé en mis manos. Y fue terrible y maravilloso al mismo tiempo. Fue increíble levantar a ese recién nacido y ver cómo se le llenaban los pulmones de aire y, de repente, empezaba a respirar. Ese momento me ha inspirado mucho sobre lo poquísimo que sabemos de la vida y de la muerte. Nadie nos prepara para ello. Y cuando la vida o la muerte irrumpe de pronto es un auténtico cataclismo. Es un tema que está presente en toda mi obra y que va a seguir estándolo.