Vagabundajes de Camilo José Cela

H. J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Andariego. Cela, en agosto de 1956, descansando ante una iglesia románica del Pallars Sobirà, en una foto realizada por el escritor Josep Maria Espinàs, que lo acompañó en aquel viaje al Pirineo leridano. En «Páginas de geografía errabunda» el lector hallará los primeros pasos de ese mismo Cela.
Andariego. Cela, en agosto de 1956, descansando ante una iglesia románica del Pallars Sobirà, en una foto realizada por el escritor Josep Maria Espinàs, que lo acompañó en aquel viaje al Pirineo leridano. En «Páginas de geografía errabunda» el lector hallará los primeros pasos de ese mismo Cela.

El sello Ediciones 98 rescata las caóticas pero hermosas «Páginas de geografía errabunda»

13 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«Pastores de Santiago, los antiguos; besteiros de Piñor de Cea, los valerosos; pescadores de La Guardia, de Bouzas, de Betanzos, los enamorados; leñadores de La Esclavitud, incansables leñadores de La Esclavitud; ostreros de Puentesampayo, los dóciles; tramperos de Osera, los astutos; curas del campo del país, los padres; señores de Mondoñedo, de Cambados, de Orense, flor de hidalguía, espiga de mayorazgo; labriegos del Valle del Oro, los bendecidos; tiernos, mínimos frailes de Herbón; poetas del Ulla; señoritos de Vigo, vinateros de la Ribera de la Vid; gallegos de la otra banda de la mar; gallegos muertos y gallegos por nacer, escuchad. Y a vuestras mujeres —que se enamoraron mirando— obligadlas a escuchar también. Veréis como fue. Fue, como en los cuentos de hadas, no más que un puro, delicado milagro». Cela andaba entonces por los treinta años, estaba muy, muy lejos de lucir el personaje que después se empeñó en ser y fue, y hasta Nobel. En esta pieza, Hablo con el príncipe, celebraba, bardo verboso, barroco, invitador, y con lengua suelta y volandera, el nacimiento de su hijo, el hecho de la paternidad, e insistía: «Un padre os habla, ya sabéis, la mente aún turbada, la mano sobre la espada que duerme —y que algún día, no lo dudéis, despertará—, cantor, mientras tanto, de vagas poesías de amor, gentiles coplas de aparecidos o elegías —que vosotros conocéis— a familiares jardines condecorados. Se siente que al alma le nacen varitas de nardo y al corazón cientos de tréboles de cuatro hojas».

Ambos fragmentos pertenecen a uno de los misceláneos textos que componen el libro Páginas de geografía errabunda (1965), caótica pero hermosa reunión que acaba de rescatar el sello madrileño Ediciones 98 con un prefacio redactado para la ocasión, precisamente, por su hijo, Camilo José Cela Conde. Y no es esfuerzo fútil el de este Un prólogo (in)necesario, ya que, pese al espíritu viajero de esta antología —centrada en el paisaje y sus gentes—, lo cierto es que reina en ella el desorden consciente.

El propio Cela detalla que este título forma parte, con otros como Mesa revuelta, Cajón de sastre y Garito de hospicianos, de eso que llama su obra dispersa, «aquella que, de no haberla enchiquerado a tiempo en sus límites, se hubiera perdido sin remisión». Prosigue en sus justificaciones aclarando que, amén de esas páginas ya domadas en los citados libros, otras, «con su razón o su sinrazón, se quedaron al pairo y agazapadas entre la maleza del frondoso bosquecillo» de sus papeles extraviados. Y anuncia «una nueva familia de insurrectos» a la que titula, «por aquello del común denominador, Páginas de geografía errabunda». No contento con las razones expuestas, Cela trata de salvar los valores de estos apuntes sobre sus vagabundajes: «Igual que los perrillos mil leches y las florecicas sin nombre que crecen en los desmontes y los vertederos, esta literatura de retales y fallidas buenas intenciones, esta literatura en cierto sentido frustrada, tiene también su lógica y su razón de ser».

Acosado por la censura franquista y expulsado de la Asociación de la Prensa

Apunta Camilo José Cela Conde que su padre vivía una época aciaga y que su escritura topaba una y otra vez con las reticencias del régimen franquista. Quizá por ello, Camilo José Cela y Trulock (Iria Flavia, 1916-Madrid, 2002) llevaba a la imprenta este tipo de proyectos, «alguna cosa —cualquier cosa—». Tal motivación, dice, pudo estar detrás de Mesa revuelta, que ya el autor entonces admitía como «confuso» y que en él imperaban el desorden y la arbitrariedad. Recuerda el hijo que «se vio atado de pies y manos» por el acoso de la censura, que le impidió publicar La colmena —apareció en Buenos Aires en 1951— y vetó la reedición de La familia de Pascual Duarte. Y que a estas desgracias se les sumó la expulsión de la Asociación de la Prensa, decisión que lo privó de escribir artículos en diarios y revistas. «De tal suerte quedaba seco el grifo de la fuente de ingresos de la familia», concluye Cela Conde.

Este infortunio, hay que entender según esta premisa, trajo consigo un campo literario que le permitía una gran libertad creativa, un desorden que significó, a la postre, esta errancia, tan ajena a someterse a cualquier jerarquía e intervención exterior. Y así anduvo los caminos de Castilla, Extremadura, Asturias, Padrón, A Coruña, Cádiz... por los que vagabundea en estas páginas.