El hermoso final del comisario Montalbano

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El ciego clarividente, ante la multitud. Camilleri, el 11 de junio del 2018, con 92 años y ya ciego por un glaucoma, en el montaje de «Conversación sobre Tiresias», un monólogo teatral sobre el clarividente adivino ciego de Tebas, en una función que acogió el abarrotado teatro Griego de Siracusa y que fue llevada al cine.
El ciego clarividente, ante la multitud. Camilleri, el 11 de junio del 2018, con 92 años y ya ciego por un glaucoma, en el montaje de «Conversación sobre Tiresias», un monólogo teatral sobre el clarividente adivino ciego de Tebas, en una función que acogió el abarrotado teatro Griego de Siracusa y que fue llevada al cine.

«Riccardino», la novela en la que Andrea Camilleri, antes de morir, dio término a la saga policial, llega este jueves a las librerías

19 jun 2023 . Actualizado a las 21:05 h.

Hace mucho tiempo que lo había anunciado. El libro estaba listo, aguardaba en un cajón de su editora y amiga Elvira Sellerio. Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Agrigento, Sicilia, 1925-Roma, 2019) había rematado la novela que suponía el final de Salvo Montalbano en agosto del 2005. Y la escribió por tres razones: primera, porque un día se le ocurrió la forma en que darle término al comisario y se puso a la tarea; segunda, porque estaba un poco harto del personaje —le pasaba, a veces, que le resultaba antipático— y pensaba en aparcar sus andanzas y dedicar tiempo a las novelas históricas; y tercera, se veía cansado —frisaba entonces los 80 años— y, en la misma medida, temía que el alzhéimer u otra enfermedad mental le hurtase la lucidez que necesitaba para acabar con dignidad con las pesquisas del policía. ¿Y qué aguardaba aquel hatillo de folios en el cajón? La única condición que puso el escritor es que Riccardino, que así se titula el relato, no viese la luz hasta después de su muerte. Pues bien, este jueves llega a las librerías la traducción castellana de la mano de Salamandra, el sello que custodia en su catálogo los cerca de treinta títulos de la creación libresca italiana, junto con Pinocho, más famosa en el mundo. Solo en su país, de los 30 millones de copias que han despachado las novelas de Camilleri, 25 millones corresponden a Montalbano, desde que inició su camino en 1994 con La forma del agua.

Contaba a menudo Camilleri que él disfrutaba escribiendo y que, de hecho, lo dejaría «en el instante en que la escritura degenerara en trabajo». Él trataba, además, de que si en algún momento el papel en blanco le requería esfuerzo, esta exigencia no se notara, como si se tratase de la de una mujer trapecista, siempre con la sonrisa en la boca: el lector debería encontrar la historia grácil, ligera, divertida, debía volar sin percibir el trabajo que había detrás. Ahora ya se sabe que esta degeneración no ocurrió, que siguió en la labor hasta el final de sus días; incluso cuando no podía, por su ceguera, continuó dictando sus narraciones. Por supuesto, no solo no abandonó a Montalbano, sino que tras concluir Riccardino aún vinieron una veintena de aventuras más.

El hedonismo de Montalbano sobrevivió y también triunfó el humor del autor. Es verdad que en Riccardino Camilleri riza el rizo, cambiando bastante el esquema que tanto éxito le granjeó. Mantiene, eso sí, sin obsesionarse, el formato base habitual de los más o menos 18 capítulos de diez páginas cada uno. La novela, como en un homenaje a Pirandello (admirado maestro que también celebró en su libro Conversación sobre Tiresias, un monólogo que después él mismo escenificó), introduce en la trama criminal un duelo entre el autor y el personaje. No hay que olvidar que Camilleri era hombre de teatro, un verdadero seductor de la palabra, de la narración oral, que igual actuaba que daba clase en la Academia Nacional de Arte Dramático.

El personaje, el comisario, se ve asediado no solo por las circunstancias y presiones de la investigación, sino también por su creador y por la fastidiosa comparación —que está en el ambiente, en la calle— con su réplica televisiva —la que encarna el actor Luca Zingaretti—. Montalbano se cabrea con el autor, con sus intempestivas llamadas telefónicas en las que cuestiona sus habilidades y pretende condicionar su modo de afrontar el caso.

—Quiero saber quién te ha informado.

—Salvo, es justo lo contrario. Soy yo el que te informa a ti. Y no entiendo por qué te empecinas en creer que el que me informa eres tú. La historia esta de Riccardino la estoy escribiendo mientras tú la vives. Y punto pelota.

—O sea, que yo soy el títere, y tú, el titiritero. ¿Es eso?

—Pero ¿qué gilipolleces estás diciendo? ¿Ahora me sales con lugares comunes? Te olvidas de la de veces que has impuesto, por iniciativa propia, por tu cuenta y riesgo, un curso [a la historia] completamente distinto del que yo tenía previsto escribir. A ver, ¿no fuiste tú el que eligió el final de La paciencia de la araña?

El autor hasta le envía por fax una propuesta detallada para la resolución del asesinato, que incluso parece motivada por la idea de protegerlo de la amenaza de los políticos y la mafia. En este tour de force metaliterario, ambos se muestran desconfiados, y cansados, muy cansados. Autor y personaje parecen intuir que el final está al caer. Y, como la muerte, puede ser hasta dulce, hermoso.