«Los renglones torcidos de Dios», de Oriol Paulo, son una casa de locos

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Eduard Fernández, protagonista de la película, a su llegada al Festival de San Sebastián
Eduard Fernández, protagonista de la película, a su llegada al Festival de San Sebastián Juan Herrero | EFE

La nueva adaptación de la novela de Torcuato Luca de Tena, presentada en el Festival de Cine de San Sebastián, resulta algo así como Brian De Palma dirigiendo una obra de teatro de Alfonso Paso

07 oct 2022 . Actualizado a las 19:01 h.

Nos pasan aquí -fuera de concurso, se supone que en plan de desert o de regalo por el deber cumplido una vez finalizada la competición oficial- la nueva adaptación de Los renglones torcidos de Dios. Parece que, además de ser un best-seller casposo escrito por Torcuato Luca de Tena contra el signo de los tiempos, en el fervor final de los 70 -cuando lo que se llevaba eran Juan Benet o Goytisolo- para muchos fue una lectura obligada en el bachiller.

Y mi alucine al saber que ha habido alguna generación a la que, de entre la inmensidad y riqueza de la prosa en castellano, se forzó a leer esta novela pésima de un escritor periclitado alcanza lo indescriptible. Por no hablar de lo mucho de plagiario que existe en el texto de Luca de Tena, que utiliza algo más que ideas del guion de Samuel Fuller para Corredor sin retorno.

También es muy significativo del zeitgeist el dato de que lo que el cine español de este 2022 se lanza a versionear sea a Luca de Tena. Echo la vista hacia atrás y encuentro que, a raíz de la ley Miró, nuestra industria adaptaba al mejor Delibes (Los santos inocentes) o Cela (La colmena), a Marsé (Si te dicen que caí, Últimas tardes con Teresa) o a Luis Martín Santos y su Tiempo de silencio. Bueno, pues ahora Luca de Tena.

Ya digo que todo engarza con una lógica global, con la regresión ya no solo cultural sino sociopolítica. a lo que ha pasado en Suecia y a lo que sucederá el domingo en Italia. En medio de esta corazonada sin freno y marcha atrás hay que reconocer la gran consistencia en esta operación nostalgia de revivir Los renglones torcidos de Dios como si fuese una explosión de retro-modernidad. Por cierto, se quiere olvidar que existe una adaptación al cine -es cierto que nada memorable- que el argentino Tulio Demicheli filmó en México en 1979, al final de su larga carrera. Ver como nuestra industria -con Atresmedia como ariete- se vuelca en este revival y pone en el empeño a Barbara Lennie y Eduard Fernández, dos de las estrellas en el top de nuestro pequeñito star-system, da una idea de hacia dónde sopla el viento.

Luego leo a algunos optimistas opinar que el momento que vive nuestro cine es una edad de oro y me acuerdo de cuanto daño han hecho los optimistas ontológicos. Al frente de este remake de la añoranza de Los renglones torcidos de Dios y el torcuatismo novelero han puesto a Oriol Paulo, quien ya es considerado un autor de importancia con solo tres películas en su haber. La primera de ellas, El cuerpo, era un thriller criminal en el que Paulo jugaba muy bien con el suspense de los cadáveres que cambiaban de sitio y de dueño.

Mucha de esa pericia se precisaba ahora para situar al espectador ante la duda del quién es quién en la intriga de hospital psiquiátrico con asesinaditos. La idea de si Barbara Lennie es una detective privada que trata de esclarecer un asesinato en el frenopático o si asistimos a un laberinto paranoico que recorre por libre su metaverso está contemplada como elemento primordial de Los renglones torcidos de Dios. Pero a Oriol Paulo el carrusel de la cordura o las vueltas de tuerca de la locurilla le giran menos que las agujas de un reloj parado.

O le giran muy mal. Chirría desde el comienzo el planteamiento de guion, con esos diálogos acartonados, esas interpretaciones old style -como si la acción estuviese ambientada en los años 40- y ese aire como si el que se hallara tras la cámara fuese José Luis Garci.

Y, desde ese mal encaje inicial, la función no hace más que ir deambulando por un manicomio que debería aprender del de American Horror Story de Ryan Murphy. Porque esto es un tiovivo de engolados paseos por una montaña rusa de intriga atascada en sus rieles. Apena ver a la espléndida Barbara Lennie y al tan sólido Eduard Fernández tratando de salvar los muebles en este nido del cuco que es una ruina. Una casa de locos. Y que busca envoltorio y disimulo en vacuidades de estilo visual o licencias de montaje de Oriol Paulo tan fuera de lugar que semejarían a Brian de Palma dirigiendo una obra de teatro de Alfonso Paso.