Steven García, discyóquey de Brooklyn afincado en Chantada: «Ya no soy neoyorquino»

CULTURA

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Una multa por sobreequipaje en el vuelo de vuelta a su ciudad le cambió la vida. Hoy disfruta regando la huerta mientras sigue pinchando por la Ribeira Sacra

30 ago 2022 . Actualizado a las 16:35 h.

La capacidad de Galicia para exportar gallegos es legendaria. Pero su capacidad para importarlos, no lo es menos. Que se lo pregunten a Steven García (Nueva York, 1976), que cambió Brooklyn por Belesar y está más feliz que una perdiz.

—Explique un poco ese viaje.

—Bueno, es una historia atípica que empieza con la música, que siempre me interesó. Empecé a coleccionar discos de house y en 1994 empecé a pinchar con mis amigos. Lo hicimos en una serie de fiestas y en algunas salas. Teníamos entonces un amigo gallego que se llama Suso y que me decía que en A Coruña había unos dj’s que tocaban en la misma onda que yo y que me iban a encantar.

—La conexión gallega.

—Sí. El caso es que vinieron a pinchar y fliparon. Y nosotros, con ellos, también. Así que nos hicimos colegas. Al siguiente verano visité A Coruña. Ya había estado en algunos lugares de Europa, pero me gustó todo de A Coruña. Y eso que yo soy caribeño y disfruto del sol, pero nunca había visto nada semejante: tres semanas lloviendo día y noche.

—No se desanimó.

—No, porque la gente es fantástica. Aquí, en cuanto tocas la puerta por tercera vez, ya eres de la casa. Me sentí integrado enseguida. Fue un viaje muy bonito. Volví a Nueva York, pero al cabo de un tiempo regresé y, cómo no, apareció una chica.

—Claro. En estas historias siempre hay una chica.

—Sí. Ese fue el inicio del anclaje. Ella me gustó desde el principio, aunque tenía novio. Así que se convirtió en una especie de mánager: me conseguía bolos, íbamos por ahí... Yo respetaba y acabamos siendo buenos amigos. Cuando tuve que volver me costó mucho despedirme de ella. Cogí mis discos y en el aeropuerto de Alvedro me dijeron que tenía un sobrepeso de vinilos, porque había coleccionado muchos. Me dejaron embarcar con un sobrecoste de 60 euros. Pero en Barajas, el sobrecoste era de 350; más de lo que me costaba el billete.

—Un momento difícil.

—Surrealista. Me sentí atrapado y me vino una idea zen: «Este es tu camino, vuelve a A Coruña y a ver qué pasa». Fue lo que hice. Y cuando llegué me enrollé con mi amiga. Dos años más tarde estábamos casados. Y otros dos después tuvimos nuestra primera hija. Tengo dos, que saben que son hijos del vinilo. Porque si hubiera tenido un pen drive en mi bolsillo con todos mis temas, ellos no habrían nacido, ja, ja.

—Menudo historión.

—Sí, muy curioso, coleccionar vinilo me hizo tomar un camino que no habría imaginado en mi vida.

—Pero de A Coruña a Chantada hay otro viaje.

—Si, ja, ja. Casi tan intenso como de A Coruña a Nueva York, por el cambio. Y otro salto cuántico fue de Chantada a la Ribeira Sacra. Estuvimos una temporada en el pueblo de Belesar y ahora estamos en un piso mientras nos arreglamos una casa. Para mí, dar de comer a los pollos es hi-tech, ja, ja. Hice todo este viaje con el timing perfecto.

—¿Sigue haciendo bolos?

—Curiosamente ahora pincho más por aquí que por cualquier otra zona. Estuve muchos años pinchando en lugares grandes, pero para mí, nada supera pinchar al aire libre. Con los años aprecio más lo íntimo. Hay más conexión.

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—Ahora ya no viaja tanto.

—Casi nada. Yo también soy diseñador y trabajo con libertad. Musicalmente siempre necesito hacer cosas y estoy con varios proyectos.

—Está claro que con una buena línea de Internet se puede trabajar desde cualquier lugar.

—Totalmente. Es lo único que necesitas: banda ancha, tiempo libre y un poco de talento.

—¿Y sus vecinos de Belesar no le pedían que bajara un poco el volumen?

—Todo lo contrario. Allí vive gente mayor y estaban muy alegres de escuchar niños en la aldea. Además, yo soy respetuoso, no estoy pinchando a las 4 de la mañana. Prefiero sesión vermú o una puesta de sol como máximo. Belesar es muy bonito, pero está un poco abandonado.

—La música latina lo domina todo, es un poco agobiante, ¿no?

—Para mí sobre todo. El reguetón viene de Puerto Rico, que es mi lugar de origen. La música no es buena ni mala, pero el monopolio no está bien. Esto sí lo echo de menos: la diversidad de Nueva York. Cuando escucho la radio, me lo digo: necesitamos ayuda. Debería haber un superhéroe que viniera a rescatarnos.

—Ya lleva tiempo en Galicia para poder responder a esto: ¿Celta o Dépor?

—No entiendo el fútbol, pero mis amigos son de Dépor; yo también.

—Y el tiempo que es solo para usted lo usa para...

—Cualquier cosa con la naturaleza. Me gusta mucho la huerta. Regar es una de las cosas que más me gusta. Mis hijos me dicen: «Papá, llevas una hora regando». Yo les contesto: «Es que la huerta lo necesita», lo que no les digo es: «Papá lo está pasando muy bien», ja, ja.

—¿Volvió a Nueva York?

—En 2012, por un trabajo y para presentar a mis hijos. E intenté quedarme. Fue solo un año, pero me di cuenta de que yo ya no soy neoyorquino. Ya no compartía aquellos valores. Y volvimos.

—Elija cuatro palabras para definirse.

—Amor, paz, alquimia, catarsis.

—Se habrá aficionado a la comida.

—Siempre me gustó cocinar. Cuando probé la materia prima y vi los precios me dije: «Este es el país de las maravillas». Todo lo que hay aquí es buenísimo. Mi mujer cocina muy bien y tiene muy buenas cocineras en la familia. Siempre me están preparando delicias.

—Una canción.

Whats goin on, de Marvin Gaye.

—Lo más importante en la vida.

—Para mí hay dos vertientes: la interior, en la que tienes que estar contento, feliz y viviendo en tu camino y luego está la exterior, que es servir y hacer mejor el mundo de alguna forma.