Los estrenos de la semana: «La bestia», «Con canas y a lo loco» y «Todo el mundo odia a Johan»

«la bestia»

El rey león está enojado

Eduardo Galán Blanco

Papá —Idris Elba— y sus increíbles hijas —Leah Jeffries e Iyana Halley— vuelan desde la jungla de Nueva York a la sabana sudafricana. Es un viaje catártico, para reencontrarse con los orígenes de la madre de las adolescentes que ha fallecido recientemente. Las raíces maternas son un paraíso añorado, ahora reconvertido en reserva protegida. La familia se reúne con un amigo de la infancia de mamá que trabaja en el parque natural, espacio sometido al constante acoso de los cazadores furtivos. En la excursión, el grupo descubre un pequeño emplazamiento donde todos los aborígenes han sido asesinados y descuartizados por fieras. La manada resulta ser un solo león —«el diablo», asegura un hombre moribundo—, enorme, tenaz y muy inteligente, embarcado en una cruzada de venganza contra los humanos pues los furtivos han eliminado a toda su parentela. En su furor de desagravio, el bicho no distingue buenos y malos, así que los cuatro protagonistas tendrán que enfrentarse a la enormidad testaruda, encerrados en un jeep accidentado y sin medios para pedir ayuda.

La bestia es una monster movie de serie b, al uso de Tiburón o cualquier otro ejemplo que se nos pueda ocurrir. Nada que ver con Nacida libre, Mia y el león blanco o La casa de la esperanza. No hay lindos y cariñosos gatitos por aquí. Y sí que tenemos un indisimulado sadismo en el guion y la realización del filme, que inciden en el miedo, el espanto, la sangre, las mutilaciones y, sobre todo, en la mala conciencia del urbanita que entra abruptamente en el mundo salvaje. Es inevitable pensar en El gran rugido o en Los demonios de la noche, donde los leones eran la materialización del propio espíritu depredador de los cazadores interpretados por Michael Douglas y Val Kilmer. En fin, poca novedad. Eso sí, el león digital es muy aparente. Y la joven Iyana Halley confirma su atractivo talento, exhibido ya en Licorice Pizza.

 

 

«con canas y a lo loco»

Arrolladora Diane Keaton

Miguel Anxo Fernández

La moraleja base es la de contentarse con la vida que uno tiene, en este caso una escritora de éxito y novela única, a punto de la treintena, que añora a su mitificada abuela. No se siente a gusto con su vida de instagramer y sueña con envejecer para descansar y tomarse todo con calma. Por un quiebro de esos de los que solo Hollywood es capaz, saliendo con sus amigas por Palm Springs, se mete en un chiringuito de mala muerte, cuyo reclamo es la posibilidad de experimentar una «regresión», así como suena. Los lindes de la comedia quedan bien balizados a partir de ese momento de cuento chino, buscando la candidez del espectador y convidándolo a ver en qué acaba el asunto, pues resulta que sale de allí convertida en una señora de setenta años, justo lo que añoraba, pero visto el resultado, digamos que, gracia, lo que se dice gracia, la justa.

Hasta ese momento la protagonista era Elizabeth Lail, y toma su relevo Diane Keaton, que a sus 76 primaveras no parece dispuesta a apolillarse, es un referente en el empoderamiento femenino, posee su propia productora y se niega a admitir eso tan sobado como injusto de que las actrices maduras se busquen la vida de señoras senior en actividades varias, menos ante las cámaras, como no sea de madres florero o abuelas extravagantes.

Lo cierto es que a su papel le saca mucho jugo junto a una muy razonable cuota de actrices veteranas, para recrear lo que en el fondo es otra historia de amor casto, mientras el guion aprovecha para remover en la llaga de los likes, los influencers y sus estúpidas derivadas, o si se quiere un retrato con mala baba de cierta gente joven tan cool como hueca. Un reparto al 99 % femenino, teniendo como directora a la también actriz Katie Aselton, que se limita a servir un artefacto happy end, con la única pretensión de arrancar una sonrisa al público cómplice.

 

 

«Todo el mundo odia a Johan»

Amores de un perro verde

m.a.f.

La buena salud del cine noruego se certifica con regularidad en los festivales de mayor prestigio y en su cada vez mayor presencia en las pantallas internacionales. Cine —que no ficción televisiva— para la pantalla grande, que todavía es la madre de todas las pantallas. Claro que, como toda industria ajena a Hollywood, tiene las mismas dificultades para llegar al público y lo hace de la mano de exhibidores y distribuidores independientes —aquí Avalon—, conocedores de que hay un exigente nicho de público que añora filmes como Todo el mundo odia a Johan, que oscila entre el drama y la comedia grotesca, con unas pizcas de realismo mágico y algo de surrealismo, y no pocas referencias a universos autorales que los más cinéfilos sabrán detectar. En el fondo, una tremendista historia de amor, acotada en varios períodos, a medida que ese perro verde que es Johan Grande va de niño a viejo, sin renunciar a su vocación de dinamitero y, por supuesto, a su querencia por Solvor, aquella adolescente a la que desgració la vida por un cartucho explotado a destiempo.

Todo en el marco del municipio isleño de Titran, con su faro y unas decenas de vecinos. El debutante Hallvar Witzø, fogueado en series para televisión, maneja con soltura el guion del escritor Erlend Loe, logrando que su interés crezca a medida que la trama avanza. Desde que sus padres, unos comunistas e indisciplinados saboteadores contra el invasor alemán en la Segunda Guerra Mundial, le dejaron huérfano a causa de una estúpida detonación, el pequeño Johan pasó a ser odiado por todos, menos por el espectador, que enseguida le ofrece sus simpatías por ser un gafe infeliz, obsesionado con la mujer de su vida, pese a que cuando está a punto de lograrlo, se le cuela su otro amor: un cartucho, pero otra vez mal utilizado. Película saludable, honesta y hasta divertida, aire fresco para la cartelera.

 

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