El 4 de agosto de 1962, hará en unos días 60 años, aparecía muerta Marilyn Monroe en su apartamento de California. Nacía un mito, y La Voz ya lo avisaba en su obituario. Antes, durante apenas una década, nuestras páginas se habían iluminado con el brillo de la estrella en una época en la que España pintaba gris oscuro.
20 jul 2022 . Actualizado a las 08:04 h.En tiempos en que lo más exótico que aparecía en el periódico eran los anuncios de barcos que enviaban emigrantes a Sudamérica, su nombre y su figura evocaban a alguien lejano y maravilloso, como aquel país del que llegaban las películas y en el que se ataba a los perros con longanizas. Por eso, la primera vez que en La Voz se citó a la nueva rubia de moda en Hollywood fue para construir la metáfora de algo singular. Se trata de una crónica futbolística de abril de 1953 en la que el periodista mostraba su sorpresa por la inusual clasificación de la liga, patrocinada entonces por el Coñac 103: «Es como si de pronto apareciese por Los Cantones Marilyn Monroe, que dicen que es más explosiva que la bomba atómica», ironizaba aquél.
De Marilyn había que escribir aún de oídas, claro, porque mientras por esos días se estrenaban en Estados Unidos Los caballeros las prefieren rubias y Niágara, aquellos primeros filmes con los que la actriz pasó al Olimpo aún no habían llegado a las salas españolas. Aunque ya escribía el periodista Vicente Leirachá, siempre ojo avizor: «En la calle solo se habla de ella y de Luisito Suárez».
Entretanto, la estrella de Marilyn Monroe emergía tintineante en una sección de La Voz, titulada «Ventana al mundo» y firmada por el intrépido Luis Caparrós, entre supuestas anécdotas que la actriz iba protagonizando, como la respuesta que le habría dado a Heddy Lamar por criticar que abusara de sus encantos personales: «Es el único recurso que tenemos las jóvenes cuando aún no hemos llegado, como usted, a la edad de vivir del talento», se supone que le dijo. O entre rumores más o menos chuscos, como que el senador McCarthy la usaba como arma secreta para cazar a actores comunistas, o que su irrupción en la escena estaba impulsando el cine en relieve en Estados Unidos. La primera crítica de un filme suyo, que tardíamente apareció en nuestras carteleras, No estamos casados (Edmund Goulding, 1952) insistía en las bondades de su físico: «Vemos a la actriz de moda por su sex-appeal, que se procura demostrar con su exhibición en trajes de baño, pero artísticamente pasa desapercibida».
Pero llega Niágara a los cines Fraga de Vigo y Rosalía de A Coruña, y La Voz no tiene reparo en poner las cosas en su sitio, dándole a Marilyn su valía como actriz: «Es fina, es elegante, sin perder un ápice de todo lo demás que se dice de ella. Y esperen a ver Los caballeros las prefieren rubias», escribía nuestro crítico en una sección, «El tema del día», en la misma fecha en que el periódico anunciaba en primera página que Estados Unidos había advertido «por tercera vez» a la URSS de los peligros de la bomba atómica. Pero la auténtica bomba, ya lo había advertido nuestro periodista, era Marilyn.
Es ya la época en la que pasa a ser el gran rostro de Hollywood. En poco más de diez años su vida corre tan deprisa como su éxitos. Por las páginas van pasando sus divorcios de Joe Di Maggio, de Arthur Miller, su cercanía a míster president Kennedy, su amistad con Sinatra o su amante José Bolaños, nieto de un gallego emigrado a México. El público quiere saber más de ella. La Voz publica una entrevista con su primer marido, el guarda jurado James Dougherty, quien la pone de vuelta y media: «Al principio era muy prudente, pero luego comenzó a ponerse vestidos ceñidos. Sabía que gustaba a los hombres». James confesaba que supo que todo se había acabado un día que la llamó por teléfono a Las Vegas y ella le contestó: «¿Eres tú, William?».
La fama la derribó. Pocas semanas antes de su muerte, apartada de la escena por sus continuas faltas al rodaje de Alguien tiene que ceder, y en medio de los rumores de que sufría una fuerte depresión, nuestro diario recogía unas declaraciones de George Cukor, que se despachaba así: «Desde que ella ha dejado de trabajar, hago mejor las comidas, no me duele la espalda, y cuando miro a mi mujer ya no siento deseo de abofetearla por el hecho de ser mujer. Mi psiquiatra me ha dicho que soy demasiado viejo y demasiado rico para dirigir de nuevo a Marilyn».
Leemos en el obituario de Marilyn en La Voz: «En su rostro se reflejaron diez años de vida norteamericana, el símbolo de la juventud y la fantasía». Hacía ya tiempo que Norma Jean había desaparecido entre tragos de champán y barbitúricos para dar paso al mito, que sesenta años después sigue creciendo: Netflix estrenará el próximo 23 de septiembre Blonde, la película biográfica sobre la actriz, que protagonizará Ana de Armas, basada en la novela de Joyce Carol Oates.
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