Stephen Crane, como Poe y Melville

CULTURA

A la derecha, Paul Auster, el jueves 16 de junio, en el acto en que fue investido doctor «honoris causa» por la Universidad Autónoma de Madrid. Sobre estas líneas, Stephen Crane, a quien Auster dedicó su último libro.
A la derecha, Paul Auster, el jueves 16 de junio, en el acto en que fue investido doctor «honoris causa» por la Universidad Autónoma de Madrid. Sobre estas líneas, Stephen Crane, a quien Auster dedicó su último libro. Efe | Seix Barral

Auster sitúa al autor de «La roja insignia del valor» entre los más grandes

20 jun 2022 . Actualizado a las 09:16 h.

Lo sitúa en el olimpo literario, junto a los más grandes, Edgar Allan Poe, Herman Melville o Henry James. Sin su influencia decisiva, Hemingway no habría sido Hemingway. Así habla Paul Auster de Stephen Crane, un escritor al que rescata de un injusto olvido en su monumental La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral). Tuvo una vida tan intensa como corta, pues murió a los 28 años de tuberculosis, pero le dio tiempo a dejar una huella indeleble en todos los géneros que cultivó, desde la novela, el relato y la poesía al reportaje, el artículo, la crónica y el esbozo, en los que abrió nuevas posibilidades expresivas y formales.

La obra de Crane (Newark, Nueva Jersey, 1871-Badenweiler, Alemania, 1900) ha ejercido fascinación e influjo en las siguientes generaciones literarias y periodísticas. Malvivió en la miseria absoluta, pero conoció la fama con La roja insignia del valor, magistral novela en la que relató los horrores de la guerra con un lenguaje preciso y directo. «Me encontré tan fascinado por la frenética y contradictoria vida de Crane como por la obra que nos dejó. Fue una vida extraña y singular, llena de riesgos impulsivos, marcada con frecuencia por una demoledora falta de dinero así como por una empecinada e incorregible entrega a su vocación de escritor, que lo arrojaba de una situación inverosímil y peligrosa a otra», señala Auster.

Importancia

«El primer modernista». Para Auster, «rehuyó las tradiciones de casi todo lo que se había producido antes de él. Fue tan radical para su tiempo que ahora se le puede considerar el primer modernista norteamericano, el principal responsable de cambiar el modo en que vemos el mundo a través de la lente de la palabra escrita». «Le admiro tanto porque fue capaz de hacer lo que yo nunca he hecho», asegura. «Veía lo que a otros escritores se nos escapa y tenía la capacidad increíble de transformar esas percepciones en un lenguaje coherente, hermoso, potente, lleno de metáforas y símiles que nos sorprenden hasta el punto de que es difícil digerirlo todo. No se parece a mí en nada, es un genio, uno entre un millón», concluye.

Periodista

«Observaba y explicaba, también inventaba». Crane vivió la edad de oro del periodismo, un tiempo en el que, recuerda Auster, había 18 diarios en habla inglesa en Nueva York y otros 19 en otros idiomas, con varias ediciones. Es el momento de la eclosión de la prensa amarilla y de la brutal competencia por cazar lectores de los dos diarios más populares, el Journal, de William Randolph Hearst y el World, de Joseph Pulitzer. En ambos trabajó Crane. Esos magnates provocaron la guerra de Cuba entre España y Estados Unidos. Dos años antes de su muerte, Crane cubrió ese conflicto, y fruto de esa experiencia fue Heridas bajo la lluvia (Rey Lear). «El periodismo era una necesidad económica para Crane, pero también fue parte fundamental de su obra, se adaptaba a sus talentos personales: tenía una capacidad increíble de ver, explicar acontecimientos, nos mostraba el mundo tangible ante nuestros ojos a través de los suyos, pero su imaginación también era muy rica», sostiene Auster. «Entonces había un tipo de periodismo en EE.UU. que se llamaba sketch, que era como un esbozo que un artista hace de un cuadro», añade. «Crane recorría Nueva York, miraba, observaba las cosas y las explicaba, una gran parte era inventado, no sería periodismo según los estándares de hoy, pero para el sketch no hacía falta, te estaba contando la verdad de todo», relata.

Reivindicación

«Quiero sacarlo de la sombra». Cuenta Auster que nunca se le había pasado por la cabeza escribir un libro sobre Crane, pero cuando, una vez terminada su novela 4 3 2 1, empezó a releer sus obras, reparó en que «era un escritor tan extraordinario como profundamente infravalorado, no poco reconocido, sino insuficientemente leído y comprendido». «No es que sea un don nadie en la literatura norteamericana, pero no es suficientemente grande. Tiene que estar ahí con Poe, Melville, Henry James y Twain», asegura. Fue amigo de James, al que llamaba «el maestro», y de Conrad, que se introdujo más que nadie en su «círculo emocional». «Murió antes de que muchos supieran que existía, le consumía su trabajo, no vivió una vida muy literaria, no se forjó una posición, quedó bastante olvidado», señala. Pero La roja insignia del valor siempre se ha editado desde su publicación en 1895, lo que significa que Crane «no es invisible, pero sí una especie de sombra. Y yo quiero sacarlo de la sombra».

Influencia

De Hemingway a la poesía. «La siguiente generación literaria recibió su influencia, el que más, Hemingway, que no sería Hemingway si no hubiera existido Crane», dice el autor de La trilogía de Nueva York. Y lo argumenta: «Crane fue el primero en desechar toda la parafernalia que hacía que las novelas del siglo XIX fueran tan grandilocuentes: análisis social, descripciones de paisajes, ropas, muebles... Todo eso se lo cargó y se fue directo a lo esencial». También influyó su poesía, que era «tan radical y bizarra que conozco poetas de vanguardia actuales que lo consideran un precursor», señala.

«No me fui a darle vueltas a los archivos, no soy así»

¿Cómo ha abordado Auster la figura de Crane? «Quería contar la historia de su vida con la mayor precisión posible y presentar su obra», responde. Pero, añade, «no me gusta la crítica literaria académica, es lo más aburrido del mundo, la mayoría de los críticos son soporíferos». El objetivo de Auster es «explicar a los lectores que no hayan leído una sola palabra de Crane cómo se siente uno leyéndolo, cómo es esa experiencia, ¿cómo lo hacía?, ¿qué transmite?, ¿cuál es el efecto de una frase determinada o de un párrafo dentro de una historia?». Esa parte, anota, no requirió mucha investigación, porque es su enfoque sobre la obra de Crane. Lo que más trabajo le dio fue la biografía de un autor que murió en 1900 y del que se publicó una primera biografía 23 años después, en la que Thomas Beer recurrió a la invención para rellenar las lagunas, con historias, personas y cartas que nunca existieron. Esos mitos y leyendas se consolidaron e impregnaron la siguiente biografía, publicada veintisiete años después, que sacó la información de Beer.

No fue hasta el 2006 cuando Stanley Wertheim y Paul Sorrentino publicaron un trabajo más realista. Auster se hizo amigo de Sorrentino, a quien iba enviando sus páginas para que le dijera si había algún error. Sorrentino publicó en el 2014 otra biografía, que Auster considera «la enciclopedia de Stephen Crane», que analiza todas sus obras y habla de todas las personas que fueron importantes en su vida.

«Estos libros han sido mis fuentes principales para documentarme, es lo más preciso que se puede ser; a pesar de ello, en la vida de Crane hubo brechas que nadie logrará salvar y hay preguntas que no vamos a poder responder nunca», matiza. «No me fui a darle vueltas a los archivos, no soy así. Hubiera sido fascinante, seguramente, pero no tenía tiempo y tampoco me sale, hay gente que ya lo ha hecho antes», concede Auster.