Georges Seurat y Richard Serra, el diálogo del dibujo a través del tiempo

Héctor j. PORTO BILBAO / ENVIADO ESPECIAL

CULTURA

Miguel Toña

El Guggenheim de Bilbao explora las conexiones de un «arte sin fronteras»

12 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El reclamo de los nombres de Georges Seurat (París, 1859-1891) y Richard Serra (San Francisco, California, 1939) tiene una fuerza incontenible, aunque pesa más casi la incógnita sobre cómo pueden dialogar dos obras que el espectador representa enseguida en su imaginario en la Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (Seurat, Instituto de Arte de Chicago) y La materia del tiempo (Serra, Guggenheim Bilbao). Salvo la rotundidad escultórica de las figuras que, no muy lejos de la capital, contemplan tranquilamente el Sena, como en un paseo petrificado, poco o nada encuentra el ojo humano en esta obra maestra del posimpresionismo francés que lo lleve a evocar las sinuosas planchas de acero corten del escultor estadounidense. Ah, pero, ¿y si se trata de dibujo?

Eso es lo que plantea el museo Guggenheim de Bilbao en la exposición Serra/Seurat. Dibujos —que se inauguró esta semana y estará abierta hasta el 6 de septiembre—, en la que la mencionada incógnita se despeja enseguida y, para sorpresa del visitante, el diálogo se produce fluidamente y queda claro por qué el artista del minimalismo ha confesado en ocasiones su admiración por el gran pionero del puntillismo.

Lo explica la crítica de arte Judith Benhamou, comisaria del proyecto junto con Lucía Agirre y que habla de aprovechar las paradojas —«cosas contradictorias que nos enriquecen»— que encarna esta muestra, una constatación de cómo no resultan tan ajenos los siglos XIX y XXI, los mundos figurativos y los mundos abstracto y conceptual, en un «arte sin fronteras». Los grandes artistas lo son en todo tiempo y todo el tiempo, insiste Benhamou.

Miguel Toña

Como demostración de estas conexiones, anota Juan Ignacio Vidarte, director del Guggenheim, se alza el dibujante Seurat, que fue un artista icónico para muchos artistas posteriores, a los que sedujo e influyó, desde Pisarro, Van Gogh, Bonnard, Lipchitz, Picasso, Moore, Jasper Johns, Bridget Riley o el propio Serra, algunos de ellos además acabaron siendo coleccionistas de sus dibujos. La fascinación surge, en buena medida, de la forma en que aflora la belleza pese a la pobreza de los materiales.

La génesis primera de esta exposición hay que buscarla tiempo atrás cuando Benhamou entrevistó a Serra y este le pidió que lo llevara a visitar a un coleccionista privado que posee el fondo más importante de dibujo de Seurat. Y una vez en aquel apartamento que daba a los jardines del Palais-Royal, eufórico al ver estas obras, proclamó: «Yo quiero hacer eso, eso es lo que quiero lograr». Cuando, con motivo del 25.º aniversario del Guggenheim, se propuso este proyecto, Serra se volcó de una manera muy personal y ofreció la serie Ramble para tratar de que cohabitase con su gran maestro; era para él un honor pero también un desafío, recuerda Agirre. Así decidió que «su obra estaría junto a la de Seurat, no enfrentada». Ramble es un término que se puede entender como recorrido, pero también, dice Agirre, como «un deambular» por el papel, porque lo que hace Serra es «dejar hablar a los materiales, algo que aprendió de Josef Albers; por ello elige un papel muy determinado, artesano, de tosca superficie, como también había hecho Seurat».

El dibujo como fin en sí mismo, como arte mayor

 

 

Seurat y Serra comparten una filosofía del dibujo que lo acredita como un fin en sí mismo, elevándolo a un género mayor que no siempre es bien entendido. Como un arte que no tiene que compararse con el óleo para encontrar legitimación, pese a lo que el mercado diga de ellos al fijar un valor u otro, arguye Judith Benhamou. Serra asegura que dibuja desde los cuatro años, y nunca lo hace para documentar el proceso de sus esculturas o para realizar bocetos. Es un arte autónomo y perfectamente discernible. Siempre va con sus cuadernos, en los que tomando notas constantemente y mantiene así ejercitado, detalla, «ese músculo que es el ojo», y también afinada «la coordinación ojo-mano». Es un trabajo clave para él, como persona y como artista. En el caso de Ramble, la elección del papel japonés que emplea es decisiva, como ocurría con Seurat y su papel Michallet hecho a mano. Son soportes que se caracterizan por su irregularidad, por su textura pesada, sus crestas... Sobre esa superficie de factura basta, el artista araña esas ondulaciones con su crayón conté (Seurat) y su crayón litográfico (Serra) para hacer emerger la luz de entre las sombras.