George Miller frota la lámpara de Aladino y surge el genio de Idris Elba

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Guillaume Horcajuelo | EFE

El director australiano presentó en Cannes «Three thousand years of longing», una rareza inspirada en «Aladino» basada en un cuento de A. S. Byatt

22 may 2022 . Actualizado a las 18:31 h.

 George Miller parecía ya fuera de circuito cuando en 2015 revivió aquí con Mad Max: Furia en la carretera. Veo la excentricidad que presenta, Three Thousand Years of Longing, y no me cabe duda de que United Artist ha aceptado financiársela a cambio de que se ponga las pilas concluyendo Furiosa, precuela de Mad Max con la que esperan hacer taquillazo. Three Thousand Years of Longing es una rareza fantastique basada en cuento de A. S. Byatt. Una derivación de Aladino en la que Tilda Swinton frota la lámpara y surge un Idris Elba que le concederá deseos.

La extravagancia es apreciable pues no duda en introducir materia -como la del harén de mujeres Botero style desnudas junto a un obeso maharajá- que imposibilita que el film se destine a público infantil. Y entre los adultos no reunirá en salas ni a una cuadrilla para ir de potes. Pero hay que defender este capricho o delicia turca del australiano Miller, aunque sea porque su pintoresquismo naïf desafía a la dictadura de los apolíneos héroes de Marvel y Cía que están carcomiendo este arte.

En sección oficial constatamos otra vez que Arnaud Desplechin no pasa por su mejor momento. En Frère et Soeur habitan las emanaciones de su universo convulso tantas veces elevado a prodigio: el psicodrama de familia, los lazos de sangre por donde circulan glóbulos emborrachados de Freud o Lacán, de edipos o electras, de carne viva de psicoanálisis. Y las neurosis de los artistas. Y el teatro, en este caso Los muertos de Joyce.

Desplechin arranca pisando el acelerador de partículas del melodrama sublimado, de neurosis que llevan al desmayo, de sinfonías de barroquismo de las conmociones. La ausencia de medida en el dramatismo extremado va pasando factura. Se sostiene la primera hora. Pero al querer subir de un órdago a otra, el film va perdiendo pie y termina en destrozo.

Hace lo imposible por defenderlo una grandiosa Marion Cotillard. Y sufre -en cambio- su hermano del alma Melvin Poupaud, porque se percibe demasiado que quiere meterse en la piel de Mathieu Amalric, actor-fetiche de tanta ópera magna de Desplechin. Y nadie iguala a Amalric en intensidad. Frère et Soeur no prospera porque es imposible ser sublime todo el rato. Pero en ella hay momentos magníficos, hallazgos vibrantes. Por eso no comprendes cómo la becerrada que asiste en las butacas feliz a un empalagoso telefilme centroeuropeo de autoayuda abuchee luego a un coloso de las emociones de química extrema como Desplechin, que aquí se extravía pero porque expone y arriesga como un cirujano del alma en la UVI.

Es soberbia La Nuit du 12, el polar del alemán criado artísticamente en Francia Dominik Moll. El cine de este autor merece reconsideración. Es un universo siempre malsano, con asfixiante y sabia capacidad para perturbar en filmes como Harry, un amigo que os quiere, Lemming o Solo las bestias. La Nuit du 12 arranca con una secuencia de violencia carbonizante -como extraída del Halloween de Carpenter- y a partir de ella, Moll construye un delicadísimo trenzado de investigación de un asesinato. El dibujo de los dos policías es soberbio. Y su búsqueda abocada a continuos callejones sin salida remite a la angustia existencial del Zodiac de Fincher. De la misma forma que la colección de freaks de esta Francia profunda como posibles culpables y la forma en que vamos componiendo, detalle a detalle, la figura mártir de esta otra Laura Palmer muerta al llegar, es una reminiscencia -que nunca plagio- del primer Twin Peaks.