La película de Groeningen -que codirige su compañera Charlote Vandermeersch, pero eso no mejora las cosas; es de la secta del otro y ya escribió el guion de Alabama Monroe- quiere ser también bonitísima. Comienza en un pueblo de montaña, con dos niños que se crían juntos, mientras una voz en off femenina recita unos párrafos cuya cursilería inusitada convertiría en pornográfico a Paulo Coelho. Los años pasan, los chicos crecen y la insultante ausencia de neuronas del filme también progresa adecuadamente.
La película te quiere hablar de las conflictivas relaciones con los padres, de la sacrosanta importancia de la amistad. Pero escuchando el nivel intelectivo de las conversaciones de los dos boludos protagonistas extraño a Forrest Gump. O al Capitán Tan y a Valentina. Diálogos de besugos mecidos por una banda sonora como de country norteamericano de spot de cervezas, cuando la historia va de pureza antropológica y habla de la importancia de las raíces o de la preservación del dialecto italiano que se habla en los Alpes. El crescendo de este delito dura casi dos horas y media.
En un momento concreto, uno de los dos colegas -el que es un poco urbanita, encarnado por el excelente actor Luca Marinelli; el otro es un ermitaño- decide reinventarse en la India. En el plano siguiente aparece en un taxi con un Buda pegado en el parabrisas. Como un resorte, ahí saltaron varios espectadores de muy buen sentido y abandonaron la sala, noqueados. Yo permanecí hasta el desenlace, de aurora boreal, por el morbo de ver hasta dónde es capaz de alcanzar la estulticia en imágenes y palabras sin que se eleve a un grado que la pantalla arda como la zarza de Moisés. Al menos, encontré cierta satisfacción cuando, sobre el silencio de los créditos finales, alguien gritó: «¡Pero qué broma es esta!».
Es el mercado, amigo. Y Cannes demuestra -con selecciones descerebradas como la de Le otto montagne- que por encima del arte está el negocio. Tal vez en el quinto libro de sus memorias, el jefe de todo esto, Thierry Frèmaux, cuyos textos autobiográficos son realmente jugosos, muy recomendables, nos aclare cómo terminamos una noche de mayo del 2022 viendo de madrugada en una película que aspira a la Palma de Oro a dos besugos simulando hablar -o musitar- en la cima de los Alpes, con timbre y susurro dubitativo muy mumblecore, que queda así como de mayor bovina espiritualidad.