En Tío Vania al final el tío se da cuenta de que ha entregado su vida a los demás, de que todos lo han explotado y ninguneado, de que el gran hombre se hizo famoso a su costa. De que el otro vivía en grandezas y él tenía que cuadrar las cuentas. Esa lucidez es lo que tiene. Muchos somos como tío Vania. Sus charlas sinceras evocan las mías junto a la mesa camilla de mis tías de Chantada, que nunca llegaron a ser sinceras. Y me recuerdan que hay que apagar las iluminaciones tonitronantes y los discursos de los políticos.
En El jardín de los cerezos son las hermanas a las que se esfuma la vida. Y en El pabellón número 6 a los enfermos los van cambiando al piso de los casos más graves sin decirles nada. Al final desaparecen. Y esos traslados y días ilusos eran su vida. Nada menos que eso. Los leí en ediciones baratas, para acariciar entre las manos. Yo soy así, cutre, solitario y más bien pobre. Y me gustan los libros sin peso para llevar a todas partes.