Cannes desgarra su apertura con una merienda de zombis chauvinistas llamada «Coupez!»

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Detalle del rodaje de la comedia de terror de Michel Hazanavicius «Coupez!».
Detalle del rodaje de la comedia de terror de Michel Hazanavicius «Coupez!».

El descomunal actor tejano Forest Whitaker recibe la Palma de Oro honorífica

18 may 2022 . Actualizado a las 09:00 h.

Cuando se conoció que la película inaugural de este 75.º Cannes sería el Coupez! de Michel Hazanavicius, ya tomamos sospecha de que nos íbamos a encontrar ante la peor apertura de la historia reciente del festival. Se trata de un remake de una muy reciente comedia japonesa sobre zombies, One Cut of the Dead, que pretendía dar un giro de tuerca al manido subgénero jugando con el cine dentro del cine.

Un equipo de rodaje planea filmar una historia de muertos vivientes, cuando una legión de estos renacidos de la ultratumba reales irrumpe en el rodaje y se merienda hasta al apuntador. Aquel filme del 2017 de Sin’ichiro Ueda hizo mucha gracia a los acérrimos seguidores del cine gore y se convirtió en un inmenso hype. A mí me desangró de aburrimiento. Y eso cuando no suelo hacerle ascos a este submundo del que dio cuerda hace medio siglo George A. Romero.

Que Hollywood hubiese saltado sobre la presa para hacer caja con una adaptación al gusto norteamericano entraba dentro de lo previsible. Que lo hayan hecho en Francia suena a algo muy poco decoroso para el país que inventó la tradición cinéfila. Pero que Cannes le haya otorgado el espacio de honor de su apertura parece una idea más propia de una murga gaditana de carnaval que de la solemnidad propia de estas ocasiones.

El objetivo es claro y hasta llega cargado de simbolismos: el cine en salas está agonizando en Europa en esta pospandemia, con cifras de recaudaciones fúnebres. Situar este engendrillo de Michel Hazanavicius en la lanzadera mundial que es la sesión de apertura del festival, y hacerlo el mismo día en que simultáneamente se estrena en las salas de toda Francia, es como un masaje cardíaco a la taquilla, en su versión de cine más populachero.

Los franceses venderán algunas entradas más para esta comedieta gore. Pero Cannes se ha hecho un roto. Este festival vivió inauguraciones con las firmas de Hitchcock o Truffaut, de Won Kar Wai o Almodóvar, de Woody Allen o Wes Anderson. Incluso aunque puedas abominar de un tipo como Baz Luhrman, que amenaza este año con su Elvis, alcanzas a comprender que Moulin Rouge o El gran Gatsby posean un envoltorio aparatoso ideal para abrir fuego.

Miras hacia la pantalla, ves esta merienda de zombis tontilocos de Coupez! y te das cuenta de que el cine en salas es casi cadáver. A mí Hazanavicius me cae bien pese al rechazo cinéfilo que en general despierta. Estimo la medida fórmula de The Artist.

Y me hizo muchísima gracia que se atreviese a hacerle cuchufletas a una deidad, un tótem, un sacro nombre como el de Godard, dibujado como humano vanidoso hasta el ridículo en Le Redoutable. Indignó mucho a los de la secta. Cómo nos reímos los demás.

Hasta sus parodias del cine de agentes secretos poseen su punto. Pero este remake del gore cómico japonés de Coupez! es inmasticable. Este equipo de rodaje de una película de terror de serie Z comandado por Romain Duris -el careto inevitable de tanta comedia chusca francesa- y abocado a enfrentarse a zombis reales es una maquinal trilladora de miembros al tun-tun. Una ceremonia de la casquería, de las vomitonas demoníacas o las cabecitas locas decapitadas por la sensacional Bérénice Bejo, cuyos esmeros merecen otras lides artísticas de menos descabello.

No funcionan ni los gags metacinematográficos, tan zafios que hacen buena aquella engañifa setentera, robaperas y adorable llamada Apocalípsis caníbal. Llegas a echar de menos a aquellos otros renacidos de bajo la tierra del peor filme de Jim Jarmusch, Los muertos no mueren, que inauguró en el 2019 este mismo certamen.

¡Qué gusto le han pillado a los zombitos por aquí! Se ve que en el comité de selección cannois cantan en cada brainstorming matinal, antes de comenzar, el tema musical premonitorio de Alaska y su novio muerto viviente.

En fin, sufro la sangre y las vísceras que salpican la camisa hawaiana del horterón de playa Romain Duris y el cutis de Bérénice Bejo. Me irritan la estética pulp, los créditos que van de tarantinianos. No cuento el número de machetazos descuartizadores en pantalla. Solo espero que sean menos que Los cuatrocientos golpes de Truffaut, película inaugural en la sección oficial de Cannes 1959. Casi te da para una lágrima de nostalgia. Otro siglo, otros golpes.

Qué enorme talento el de Forest Whitaker

En la ceremonia y en el paseíllo de celebridades de alfombra roja que también te hacen tragar pero en una pantalla, como si fuese un Gran Hermano, hubo un momento que sí es verdaderamente memorable. La Palma de Oro honorífica a Forest Whitaker reconoce a uno de los más descomunales talentos interpretativos del último medio siglo de cine norteamericano.

Y hay que reconocer que Cannes está muy legitimado para rendirle este tributo porque fue aquí, cuando apenas comenzaba su carrera, donde se produjo su eclosión con su composición demoledora del personaje de Charlie Parker en Bird. Aquella película tuvo una onda expansiva que elevó a Whitaker -y también a Clint Eastwood- al estadío de los titanes de este arte. Y en Cannes le dieron entonces al actor, en un acto de lucidez grandiosa, el premio de interpretación, mientras Hollywood ignoraba por completo la magnitud de Bird. Luego llegó aquel soldado enamorado de una peluquera andrógina y asesinado por el IRA en la singular y poderosísima historia de amor llamada Juego de lágrimas. Y el samurai de poeticos crímenes a sueldo del Ghost Dog de Jim Jarmusch.

El actor tejano Forest Whitaker llegó como productor del filme «For the Sake of Peace» al festival de Cannes, que le entregó este martes su Palma de Oro honorífica.
El actor tejano Forest Whitaker llegó como productor del filme «For the Sake of Peace» al festival de Cannes, que le entregó este martes su Palma de Oro honorífica. Eric Gaillard | Reuters

Whitaker trabajó con un Altman crepuscular y con un Abel Ferrara emergente que lo valoró como uno de sus actores fetiche. En los Estados Unidos se le ninguneó mientras se encumbraba -en el cupo afroamericano- a Denzel Washington, otro gran actor pero un escalón por debajo de Whitaker.

Y solo tuvieron a bien concederle su único Óscar -hasta entonces no tenía ni una sola nominación y tampoco después- cuando se metió en la piel de un monstruo entre los monstruos, el sanguinario dictador de Uganda Idi Amin Dada en El último rey de Escocia.

Como suele suceder, tras ese premio a Whitaker se le pasó al salón de los bonsáis, como a un expresidente o a una vieja gloria que no se sabe dónde colocar. Últimamente lo rescató la infausta ola de cine de superhéroes en Black Panther o la interminable saga de Star Wars.

No hay palabras para expresar cuánto deseo que por fin pueda salir adelante Megalópolis, el proyecto en el cual Francis Coppola lleva veinte años empeñado y en cuyo reparto va a figurar Forest Whitaker. Tal vez sea una quimera esperarlo. Y habrá que asumir que este tiempo no sea ya el de los grandes saurios de la genialidad del Coppola de 83 años y del Whitaker que sudaba en frío sobre los caballos salvajes y el jazz indomeñable de Bird y a quien, con solo 60 años, ya Hollywood solo compra como figurita de adorno en su portal de Belén, quiero decir, de Marvel.