Chantal Maillard, entre el deseo de calma y la necesidad del grito

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Maillard, en una colaboración que realizó en el 2004 con el artista gallego José Freixanes.
Maillard, en una colaboración que realizó en el 2004 con el artista gallego José Freixanes. Álvaro Ballesteros

Un libro reúne la poesía de la autora de «Matar a Platón» de entre los años 2004 y 2020, período que la confirmó como una de las más grandes voces del panorama español

09 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«escribir / para curar / en la carne abierta / en el dolor de todos / en esa muerte que mana / en mí y es la de todos / escribir / para ahuyentar la angustia que describe / sus círculos de cóndor / sobre la presa». Es la palabra de Chantal Maillard (Bruselas, 1951) casi siempre cristalina, siempre plena de rigor. Solo en ocasiones su poesía se presenta levemente críptica. Quizá pesen las abundantes referencias a la herencia clásica, su misticismo, su querencia por las culturas orientales o incluso el sólido sostén filosófico que la fundamenta.

Dice Virginia Trueba Mira en el comienzo del prólogo que redactó para Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua, el muy hermoso volumen con su poesía reunida entre los años 2004 y 2020 y que publica el sello Galaxia Gutenberg, dice que algo nuevo surgió en el panorama de la literatura española cuando en el 2004 Maillard dio a la imprenta su libro Matar a Platón —que después ganó el Premio Nacional de Poesía—, un mojón que confirmaba el alejamiento del realismo hegemónico hasta poco antes. No era su primer poemario, pero sí el que iniciaba un viaje definitivo en una producción personalísima que abarca además el pensamiento, lo diarístico, el ensayo, lo académico y lo autobiográfico. Son, en todo caso, en su obra, vasos comunicantes, nunca territorios estancos. Y la poesía lo atraviesa casi todo. Sucede a menudo, recuerda Trueba, que «de un fragmento de diario deriva un poema, de un poema una reflexión filosófica, de esta un espacio en blanco, del espacio en blanco una nota a pie de página, de la nota un libro entero, del libro una pequeña película o una fotografía, y de esta de nuevo un poema, etcétera», todo ello «versiones de un texto no escrito (o de un fuera del texto)», matiza.

En poco más de quince años, Maillard se ha convertido en una referencia inexcusable de la poesía en castellano, en una de sus voces más relevantes y originales, con sus variaciones —prosigue la profesora de Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona— «en un tono entre lo conceptual y lo existencial, lo abstracto y lo concreto, expresión tanto del deseo de calma como de la necesidad del grito».

Su verso medido, pesado, destilado, depurado parte en pos de «una manifiesta conciencia del lenguaje», en una íntima pero audaz empresa de exploración que ahonda en las «zonas de umbrales o de sombras, de desiertos de sentido donde nada alcanza a decirse o a tocarse con certeza», y también el cuerpo como aquello —subraya Trueba— que «falla todo el rato al significado (o el significado falla al cuerpo)», de ahí que no pueda escribirse sino excribirse como sostiene el filósofo Jean-Luc Nancy.