—Los éxitos anteriores meten presión, ¿es mayor responsabilidad?
—Al final no puedes agobiarte, sino el miedo sería paralizante. Es maravilloso porque, al final, no deja de ser un sueño cumplido. De repente, ves como tu progresión como autor avanza, como llegas a cada vez más lectores... Tienes una responsabilidad es lo que supone el éxito. Responsabilidad frente a los que ya te han leído y van a volver a hacerlo, y frente a los que no te han leído y te van a descubrir ahora. A toda esa gente la tienes que tratar como si fuese tu primer libro, como si fuesen tus primeros lectores y no creerte nunca nada y seguir trabajando, trabajando y trabajando... La clave de cualquier historia literaria de éxito se basa en trabajo, trabajo y trabajo.
—¿Queda algo de aquel abogado que empezó a escribir un blog?
—Poquito. Quedan un montón de anécdotas cada vez más viejas y amarillentas, queda un carné de abogado en mi cartera, y que sigo colegiado. Nunca dejé de estar colegiado porque muchas veces cuando tengo que rellenar un impreso y pone eso de profesión, siempre me da mucho apuro poner escritor. Aún sigo viviendo, aunque llevo casi veinte años, con el síndrome del impostor. Aunque tengo que aceptar que el abogado ya no está y que soy yo el que me he quedado con su vida.