«Veneciafrenia», un Rigoletto vengador

El Rigoletto de Verdi pinta mucho enVeneciafrenia, este slasher a la española que Álex de la Iglesia —en guion coescrito junto a su habitual Jorge Guerricaechevarría— ambienta en Venecia, que para algo el compositor estrenó la ópera en el teatro La Fenice, en la ciudad, a mediados del siglo XIX. De ahí la potencia visual de las máscaras y el vestuario que usan quienes no soportan a ese grupo de jóvenes españoles llegados a la ciudad de los canales para una despedida de soltera, y que en general tampoco tragan a la marea turística que lo arrasa todo cual termitas, aunque de paso dejen sus buenos cuartos. El filme nos las ahorra, pero todos recordamos esas impresionantes imágenes de los grandes cruceros tapando literalmente el skyline veneciano. Ahí radica la componente de denuncia que planea sobre la trama como coartada para dar cobijo a una peripecia que no disimula su sumisión al esquema tradicional de la variante de Hollywood, ese terror barateiro, el citado slasher, que sigue funcionando todavía y tuvo su época dorada en la década de los 80. Ya saben, un gran cuchillo y a cortar a diestro y siniestro.

Si en la cuestión formal de la cinta nada hay que reprochar a De la Iglesia, e incluso va bien de ritmo y destilando un humor socarrón, lo cierto es que esta ya la vimos en otras ocasiones —es verdad que solían ser jóvenes californianos, idiotas de remate e incapaces de largarse a las primeras de cambio—. Con un punto masoquista, insistían en ir palmando de uno en uno hasta que aquel que parecía más corto que un chaleco sin mangas, acababa o sobreviviendo o cargándose al carnicero…

Los de Veneciafrenia son más castizos, como de Lavapiés o de Cuenca, modernillos y tal, unos chispas que se van de crucero y se encuentran con que alguien los considera material sobrante. No queda claro por qué los escoge a ellos, pero qué más da. Es ahí donde el guion hace agua como los propios canales, tanto que llegamos a desear que se los carguen de una vez. Intuimos que solo puede haber un desenlace, aunque consigue aparentar diferente. Con todo, ese reproche no invalida sus pretensiones, las de entretener... y adiós muy buenas.

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