Adelanto editorial | «Atlántico. El disco de la libertad de Xoel López»

La Voz REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Xoel López durante su actuación en el festival Noroeste Pop Rock del año 2012
Xoel López durante su actuación en el festival Noroeste Pop Rock del año 2012 GUSTAVO RIVAS

El 3 de mayo Hércules Ediciones lanza el libro del periodista Javier Becerra sobre la gestación del disco que cambiaría para siempre la trayectoria de Xoel López. La Voz publica el primer capítulo, que sitúa al músico en el Noroeste Pop Rock de 2012 durante la presentación del mismo

29 abr 2022 . Actualizado a las 19:51 h.

Capítulo 1 

El desencanto de la generación Deluxe

 —¡Esto parece Juan Luis Guerra! 

La indignación se escupía así en la playa de Riazor. Aludiendo, como una vergonzosa comparación, al símbolo máximo de la bachata dominicana. Para repudiar al Xoel López que presentaba Atlántico. Concretizaba el desagrado ante los nuevos aires que había tomado su música. Previamente, una chica ironizaba sobre lo que ocurría en el escenario: «¿Pero este qué se cree ahora? ¿Manu Chao?». Entre los letreros que anunciaban cerveza fría se podía escuchar una voz gritando: «¡Venga tío, toca Que no, déjate de rollos!». Contenidos, sin mostrar ni ira ni burla, muchos otros seguidores del músico observaban con la pasión menguada lo que acontecía esa noche en el festival Noroeste Pop Rock. Unos anhelaban algo similar a lo que habían sentido tantas veces en los conciertos de Deluxe. Otros aguardaban pacientes por la solidez de su nueva propuesta. La que no acababa de llegar en un concierto que empezaba a ser demasiado largo. 

Aquel recital no le estaba gustando a muchos. Y, realmente, no le estaba entusiasmando a prácticamente nadie. Los largos espacios entre canción y canción, para cumplir con una extensa y aparatosa escaleta repleta de invitados, permitían que se evidenciara aún más la falta de fervor del público. Aplausos tibios. Silencios incómodos. Conversaciones al aire cada vez más evidentes. La gente no conectaba con la colorista fiesta prometida. ¡Qué lejos se encontraba todo de lo que el músico había generado en el mismo escenario en el año 2007! Sí, enfundado en aquel mono blanco pintado por Jorge Cabezas para la ocasión. Interpretando, a botes con toda su banda, un repertorio de impacto total. Poniendo la playa al revés.

El calendario había avanzado cinco años desde entonces. Marcaba el 10 de agosto de 2012. En las páginas arrancadas se había dejado mucha —muchísima— electricidad. También, mucha —muchísima— adrenalina. Se celebraba la segunda jornada del festival más importante de A Coruña, la ciudad natal de Xoel López. Un momento tremendamente especial para él: la presentación de Atlántico, el disco recién editado. El Ayuntamiento le había reservado la cabeza de cartel de la segunda jornada. Acudieron 20.000 almas a verlo. Lo habían precedido esa misma noche sus amigos Leiva e Iván Ferreiro. El día anterior, un Mika venido a menos a nivel de popularidad pulverizaba todas las expectativas con un pase apabullante. En apenas unos minutos el libanés hipnotizó a la audiencia con su arrollador espectáculo de aires music hall y espíritu entertainment. Manejó al público a su antojo. Miles de personas saltaron cuando él dijo que había que saltar, cantaron cuando dijo que había que cantar y se expusieron a una lluvia de confeti cuando dijo que era el momento —¡ya!— de estallar de júbilo.

El contraste con lo que estaba ofreciendo Xoel no podía ser más desalentador. Solo algunas de las visitas a su repertorio antiguo encendían brevemente la llama de la audiencia. El fuego, débil, se apagaba en cuanto regresaba al material de Atlántico. Con sus percusiones delicadas. Con sus coros de aire folclórico. Con sus estructuras que remitían al tango, la rumba o la bachata. Transcurrida ya la mitad de su actuación, una parte del público empezaba a retirarse. Decepcionado. Alguno verdaderamente enfadado.

—¡Esto parece Juan Luis Guerra!

El chaval que señalaba despectivamente el parecido, mostrando de manera cristalina sus prejuicios, abandonaba el arenal. Hacía aspavientos de desagrado. Le hubiera gustado, seguro, que Xoel dejase la guitarra española sobre la que gravitaba el nuevo sonido a un lado y recuperase la eléctrica. Le hubiera gustado, seguro, que obviase la mirada latinoamericana y se centrarse solo en el influjo de The Who y Arcade Fire. Le hubiera gustado, seguro, que todo siguiera igual. Exactamente igual. Que nada cambiase. Que el tiempo se congelase en 2008. Que todo lo demás fueran secuelas de aquello, repitiéndose con pequeñas variaciones en un bucle de placer infinito.

Una aclaración. La apelación a Mika —figura del mainstream internacional con una difusión y medios infinitamente mayores a los de Xoel— no llega a estas páginas como una —injusta e imposible— comparación, sino como el reflejo de un estado de ánimo de un público que el día anterior se había quedado totalmente deslumbrado. Si se trata de confrontar, Xoel podía hacerlo consigo mismo perfectamente. De hecho, una parte de la audiencia emprendió en su actuación del Noroeste Pop Rock un viaje mental al no encontrar lo que estaba buscando.

Último concierto de Xoel López como Deluxe en noviembre de 2008 en Expocoruña
Último concierto de Xoel López como Deluxe en noviembre de 2008 en Expocoruña kopa

Cuatro años antes, el 31 de octubre de 2008, daba como Deluxe un explosivo concierto en el recinto ferial Expocoruña. Con aquella actuación no solo cerraba la gira del disco Reconstrucción (2008), sino que finiquitaba el proyecto en el que se refugiaba bajo un alias que nunca le llegó a gustar del todo. Las notas de prensa entonces hablaban de «noche especial para el fin de Deluxe»  y avanzaban un futuro viaje a Latinoamérica. Obviamente, eso iba a tener repercusiones artísticas. Pero no se quiso ver. Antes del concierto los fans no se detenían en ello. Dirigían el foco en volver a disfrutar, una vez más, del repertorio que había situado a Xoel como una referencia del pop nacional. El futuro pintaba diferente, pero aquel día tocaba aferrarse al pasado. Tanto que incluso hubo invocaciones al primerísimo repertorio en inglés, el de los discos Not What You Had Thought (2001) e If Things Were To Go Wrong (2003).

El cuadro de la noche de 2012 en Riazor mostraba tonos muy diferentes. Habían transcurrido cuatro años. Un torrente de nuevas experiencias. Varios cambios de domicilio. Y un meneo total a la música de un compositor que se mostraba con el nombre que figura en su DNI. De un modo tan explícito que lo lucía impreso en una tropicalista lona colocada tras el escenario. Pero los fans, a veces, no se quieren creer del todo la evolución. Son conservadores. Piensan que tras el zigzag del cambio, en el fondo, permanece una esencia —la que realmente les hace vibrar— que va a salir a relucir a la mínima y arrebatarlos de nuevo. Como en los buenos momentos. En el caso de Xoel, además, se suma otro público más circunstancial, de canciones sueltas pinchadas aquí y allá. Llega a él gracias a la accesibilidad de su propuesta. Son los que disfrutan escuchando canciones como Que no y acuden a un concierto gratuito a encontrarse con ellas, en ambiente de fiesta. Por eso aquel día le decían que se dejase de rollos, pidiéndola a gritos, entre trago y trago, para animar el botellón.

Pero no. Precisamente Xoel le respondió a su público con la misma negativa sobre la que giraba aquel hit («No intentes hacerme cambiar / no me pidas ese favor / siento decirte que no»), el que deliberadamente había decidido retirar del repertorio en esa gira. Bajo el escenario no solo se echaba en falta, sino que lo que llegaba no lograba ni de lejos suplir el vacío de los días de electricidad, sudor, gloria y perlas ensangrentadas. Canciones como Tierra, De tierra y arena mojada u Hombre de ninguna parte se perdían en la inmensidad de la bahía coruñesa. Volaban como frágiles pompas de jabón que apenas aguantaban unos metros en suspensión hasta deshacerse. Y aunque sobre el escenario se pretendía proyectar la idea de estar ante una actuación para la historia, con el coruñés rodeado de sus amigos (además de Leiva e Iván Ferreiro, se subieron al escenario Félix Arias, Pulpiño Viascón y las integrantes del taller coral Follas Novas), la propuesta carecía del punch festivalero que exigían los tiempos. Precisamente el impacto que antes de su aventura americana exhibía él con una facilidad pasmosa por toda la geografía nacional. El mismo músico que ahora apenas aparecía como una sombra de lo que fue, empequeñeciéndose aún más ante esa mirada insatisfecha.

Abajo, la música llegaba a la muchedumbre como retales. Sonaban toques de bossa nova, coros tradicionales y ramalazos de rumba. También piezas que parecían arrancadas del repertorio de los cantautores de los setenta, fotografías de bolero y aromas mexicanos. El serrucho de Viascón. Los dejes dylanianos en extensos medios tiempos. Y la colorista psicodelia tropical. Fragmentos de un discurso con mucho aire de libertad y poca densidad sonora que cogió a la audiencia con el pie cambiado. Algunos bailaban con intención de conectar, pese a los bruscos parones del set-list. Otros lo hacían con sorna, como aquella chica que hablaba de Manu Chao, manoseado (y equivocado) ejemplo de ese denostado buenrollismo al que, por el tono empleado, Xoel no debería nunca acercarse. Ese eclecticismo, precisamente ese (el que huele a Colombia, Venezuela o República Dominicana), no valía. Al contrario de lo que le ocurría cuando lo comparaban con Beck, en aquellos primeros tiempos de pluralismo anglosajón en los que mezclaba brit-pop, soul, funk y electrónica, ahora su ensalada sonora no recibía el aplauso por su audacia. Al contrario, el rechazo estético impedía penetrar en el contenido. Digámoslo cuanto antes para que todo sea más comprensible: lo latino entonces repelía y, concretamente, en el ámbito indie-festivalero producía una oposición total, cuando no directamente un penoso cachondeo con aires de superioridad. ¿Cumbia? ¿Salsa? ¿Tango? ¿Bachata? ¿Habaneras? ¿En serio? ¿El mismo músico que venía de sonar a The Who y Arcade Fire? ¿Pero de qué me estás hablando?

Hablábamos de eso. Sí, de eso. De lo que despectivamente llamaban pachanga y latineo. Porque había cambiado todo. Xoel se había transformado en su experiencia americana, llevando su música a un nuevo lugar, recuperando precisamente un origen familiar que pocos conocían y la gran mayoría no podía siquiera sospechar. Tenía muy claro que sus canciones tenían que ir, de orilla a orilla, de España a Latinoamérica, removiendo de nuevo el sonido en una travesía de eterna ida y vuelta. Sabía que muchos se iban a decepcionar. Y tenía claro que iba a perder público en cuanto este comprobase que se trataba de un camino de no retorno en esta dirección a  contracorriente. El disco, que había recibido una acogida tibia y cosechado muchos silencios, lo indicaba. Pero el directo, una de las bazas que siempre jugó a favor suyo, venciendo y convenciendo, ahora se mostraba endeble. Se confirmaba ahí, precisamente ahí, en la gran bahía urbana coruñesa. Muchos vieron claramente la cuesta abajo. Y lo peor: eran de los suyos. Los fans.

Xoel López
Xoel López GUSTAVO RIVAS

Al lado de donde se estaba desarrollando el festival se encuentra el Playa Club, la sala de conciertos por excelencia de A Coruña. En ese espacio presentó If Things Were To Go Wrong en el año 2003. El éxito fue tal que el concierto inicial se tuvo que repetir al día siguiente, ante la alta demanda de un público que agotó el papel. Que no, el primer single de aquel álbum, se erigió ahí en un himno indestructible. De los de brazo en alto. Garganta  vibrando al cielo. E inmersión total en el sonido. En una ocasión, el pincha de la sala la puso, como tantas otras veces. Su riff, rockero y marcado, encendió al público. Empezó a corearla. De pronto, dentro de una campaña para ajustar los horarios del ocio nocturno, apareció la Policía Local. Ordenó el cierre de la sala. El DJ la cortó de cuajo. Se encendieron las luces del establecimiento. Y la gente reaccionó. Quinientas o seiscientas personas siguieron cantando el tema sin música, como un coro eufórico que ve ahí la banda sonora de su vida. Cuando se habla de éxito, más allá de lo económico y la fama, es por cosas como esa. 

Una parte de esa generación crecida con los sucesivos himnos de Deluxe —de I’ll See You In London a Reconstrucción, pasando por El amor valienteexperimentó el amargo sabor del desencanto en aquel Noroeste Pop Rock de 2012. Porque aquella noche, acariciado por las ráfagas de luz intermitente que daba la luz del faro de la torre de Hércules al escenario del festival, se completaba el paso dado con la grabación de Atlántico. El necesario. El que había que dar. Gustase o no gustase a los viejos fans. Se criticase o no. Y asumiendo todo lo que pudiera pasar. Pero allí, tras las sonrisas, los flashes de las fotos que iban a terminar en las portadas de la prensa local del día siguiente y las palmadas del círculo cercano, había que mirarse al espejo. Ese momento en el que uno se encuentra en una fiesta alocada y, de pronto, va al baño y tropieza con su reflejo. Se establece un diálogo mudo. Y pasa todo por la mente. Las espaldas de los que se van. Los aplausos que ya no se escuchan con la misma intensidad. La medio felicidad que necesita quizás de una reafirmación para no caer en la medio tristeza. La meditada seguridad que, vaya, a lo mejor se tambalea un poco y se revela como un error. ¿Habría merecido la pena el paso dado? 

Xoel se contestó a sí mismo que sí. Pese a todo. Y afortunadamente. Porque ahí, con ese disco y esa gira, nació el compositor e intérprete enorme que hoy conocemos. Uno de los más apasionantes del pop hecho en castellano. Uno que, ahora sí, parece que va a estar ahí para siempre, encantando y sorprendiendo a una audiencia que lo sigue con una sonrisa tonta en los labios. Incluso muchos de los que aquella noche de 2012 lo repudiaban. Como suele pasar. Como tantas veces ha pasado.