Agustín Fernández Mallo: «El amor no todo lo vale, ni todo lo puede ni todo lo justifica»

CULTURA

El escritor Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967).
El escritor Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967). Iván Giménez

El autor gallego publica «El libro de todos los amores», una fascinante novela en la que mezcla estilos y géneros

02 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) es uno de los escritores españoles más innovadores e interesantes desde que acuñó el término poesía pospoética y, sobre todo, el proyecto Nocilla. Ahora publica El libro de todos los amores (Seix Barral), que, según el autor, es una especie de «enciclopedia personal de microamores, de pequeños amores; no es un intento de hacer un catálogo antropológico del amor». El escritor gallego presentará su nueva novela este jueves 3 de marzo, a las 19.30 horas, en la Fundación Luis Seoane, en A Coruña, dentro del ciclo literario Somos o que lemos, donde conversará con el periodista Miguel Giráldez y con Javier Pintor, coordinador del programa. En la novela, el mundo, tal como lo conocemos, se encamina a su final, mientras una escritora trabaja en un ensayo sobre el amor en Venecia, donde está con su pareja, un profesor de latín. Son los elegidos para erigir un nuevo mundo.

—¿Cómo eligió los pequeños ensayos filosóficos que escribe la protagonista y componen la columna vertebral del libro?

—Me eligieron a mí. No surgen de una elección, sino de mi cotidianidad, fijarme en algo y ver que de repente ahí puedo hablar del amor. Esa es la mirada poética precisamente, no buscar sino esperar a que las cosas te digan. Es sacar de quicio las cosas, en el buen sentido de la palabra, verlas tangencialmente para introducir el concepto de amor cuando me ha parecido que era susceptible de hacerlo. Amor es una palabra tan polisémica, tan contaminada y atravesada de otra serie de conceptos que nunca sabemos de verdad lo que es. Por amor al prójimo se han hecho las mayores barbaridades de la humanidad, pero también las mejores cosas.

—Se ha calificado su novela como filosófica, pero también reúne elementos de géneros como el terror, la ciencia ficción, la distopía, el misterio, el juego del lenguaje, la poesía, el ensayo... en suma, un festín literario.

—Absolutamente, me gusta que me lo diga porque ese festín de temas es lo que tengo en la cabeza, lo que he hecho en realidad es poner por escrito mi forma de ver y de relacionarme con el mundo más primaria. Para escribir la novela no he necesitado un esfuerzo intelectual, son cosas que me vienen de una manera muy fluida, porque siempre pienso en términos poéticos, incluso cuando se trata de ciencia o de filosofía.

—En el libro hace una gran reivindicación del amor, porque su falta nos lleva al fin del mundo.

—Pero es un arma de doble filo, también hay una segunda reflexión subyacente: el exceso de amor puede acabar matando al mundo. La idea de que el amor lo vale y lo puede todo y que por amor se puede y se debe hacer cualquier cosa puede acabar con el mundo, porque es primar las emociones frente a la racionalidad. La falta de amor y el exceso de amor nos llevan al desastre.

—¿Se podría decir que, como en la novela, estamos todos ciegos por falta o exceso de amor?

—Sí. El amor no todo lo vale ni todo lo puede ni todo lo justifica. Tampoco la desposesión absoluta de los afectos. Hay una polarización, basta ver las redes sociales o las noticias, parece que todo debe estar guiado por emociones extremas, de amor y de odio.

—¿El amor equivale a seducción?

—No. Es diferente. La prueba está en que en la seducción todo vale, es un juego en el que sabes que la persona que tienes enfrente va a mentir, pero es una mentira aceptada. Es como la publicidad, tú sabes que Hacienda no somos todos. La mentira se acepta como método de acercamiento. Lo que entendemos clásicamente por amor es justo lo contrario, exigimos verdad y toda la verdad, por eso no admitimos la traición o la mentira.

—¿Por qué ha elegido Venecia como escenario?

—Porque es la ciudad donde se inventó el capitalismo, el primer cheque bancario se firmó allí, la primera cadena de montaje para hacer barcos se instaló allí, es una ciudad eminentemente comercial, siempre fue muy moderna. Me parece interesante que es una ciudad que lo ha sido todo y que al mismo tiempo se hunde. Era un escenario ideal, lo ha sido todo, resume culturas, religiones, el mercado, el poscapitalismo, el turismo, por lo que me parecía un escenario ideal.

—En la novela se dice que en la ficción, libros, teatro o cine, es muy difícil representar el amor.

—La realidad más básica tiene una fricción con la ficción, no encajan bien. Por tanto, hacer creíble el amor no es fácil en un relato porque es una emoción muy básica. La mayoría de las escenas de sexo me parecen ridículas, porque es básico, pero extremo. Por eso me cuido mucho de hacer escenas de sexo en mis libros.

—¿El amor cortés o romántico del que habla sigue funcionando?

—Sigue funcionando en el mercado, en las películas y en la cotidianidad de las personas porque forma parte de una educación de siglos, y funcionará siempre porque no se podrá borrar. Como el mercado es tan perverso en este sentido, ya no solo lleva siglos explotando el amor romántico, ahora ya explota también las nuevas formas de amor; para venderte cualquier producto ya hablan de poliamor. El mercado siempre va transformando la realidad en su beneficio, lo que llamo el emocapitalismo, el capitalismo que maneja tus emociones, y una de ellas es el amor. Ha manejado durante siglos el amor romántico y ahora empezará a manejar las nuevas formas de amor.

«Escribir es, para mí, crear mundos que no existían»

«Yo no escribo lo que quiero, escribo lo que puedo, no innovo para hacerme el moderno sino porque no sé crear de otra manera y es como me siento feliz y realizado», dice Fernández Mallo. «Escribir es, para mí, crear mundos que no existían para que dialoguen con nuestro presente», añade.

—¿Le ha influido la pandemia en la redacción de la novela?

—Lo he pensado, porque ni yo mismo estoy seguro; es verdad que gran parte de la novela la escribí durante el confinamiento, y yo creo que sí, aunque no sabría decir exactamente en qué y cómo. Pero sí ha tenido algo que ver esa idea de que algo está cambiando. Por otra parte, en toda mi literatura está el tema del confinamiento y el aislamiento, casi todos mis personajes son solitarios, o están solos o en pareja.

—A lo largo de la novela deja señales que aparecen y reaparecen y son muy importantes.

—Es un tipo de narración que me interesa mucho, ir dejando como toques de sonido armónicos, que queden resonando y no explicarlo, que avance y lo hagas sonar en otro lugar y sobre otro significado. Esos ritornellos que actúan como señales de algo que nunca queda del todo claro. Porque nuestra propia vida es así, llena de toques, acontecimientos y cosas que creemos que nos indican algo, pero no entendemos hasta qué punto. A mí siempre me ha interesado mucho crear la inquietud, que pertenece al género fantástico, a referentes míos como David Lynch. Porque esa inquietud es intentar ver el mundo desde un ángulo que es la cara B de lo que tenemos al lado. No hay que irse a galaxias lejanas para ver cómo es el mundo, el mundo está aquí y es lo que hay, pero hay que verlo desde otro lado.