En cualquier caso, Peter von Kant nos devuelve al François Ozon visceral, al que vive en el barroquismo arrebatado. Es el que nos mola. El desmelenado que no asomaba desde Una nueva amiga. No el constreñido señor de su último y académico cine, que se percibía como un embridado cualquiera.
Y -amén del cameo de la totémica Hanna Schygulla- nos regala el renacimiento de Isabelle Adjani, ave fénix casi septuagenaria habitada aquí por una segunda juventud cuasi vampírica, como alimentada por alguna clase de nueva posesión alienígena inconfesable. Como aquella que inmortalizó la actriz ahora revivida en una aterradora obra maestra del gran Andrezj Zulawski de hace medio siglo. Solo por eso merecen Ozon -y Adjani, of course- un inmoderado olé.