«Azucre», gallegos esclavos en Cuba

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Bibiana Candia, en el castillo de San Antón, en A Coruña.
Bibiana Candia, en el castillo de San Antón, en A Coruña. Ángel Manso

Bibiana Candia novela la epopeya ultramarina de 1.744 jóvenes que fueron reclutados en 1854 engañados, con promesas de prosperidad, para trabajar en las factorías del azúcar de la isla en condiciones infrahumanas

09 dic 2021 . Actualizado a las 16:17 h.

A mediados del siglo XIX un diputado liberal ourensano y empresario disfrazado de filántropo, Urbano Feijoo Sotomayor (Viana do Bolo, 1808-1898), decidió tomar atajos en su afilado propósito de hacer las Américas. La condición de negrero comenzaba a estar mal vista, con la amenaza de un abolicionismo naciente y unas leyes que proscribían la trata, por lo que pergeñó un sistema alternativo amparado en argumentos tan fariseos como la pobreza que asolaba Galicia y la necesidad de compensar el equilibrio racial de Cuba con un aporte de población blanca. Fue así, con este perverso plan de colonización, como reclutó engañados a 1.744 jóvenes gallegos para embarcarlos rumbo al Caribe como mano de obra para los cinco ingenios (factorías azucareras) que administraba. Una vez allí, la dignidad del empleo comprometido se demostró un puro embuste y los muchachos se vieron abocados a unas circunstancias laborales rayanas con la esclavitud.

Por azar, este relato de horror llegó a la escritora Bibiana Candia (A Coruña, 1977), entonces radicada en Berlín. Su amiga Inma Gende se lo descubrió. No daba crédito, tenía que ser una leyenda, tal ignominia no podía ser cierta porque de lo contrario todo el mundo la conocería, andaría de boca en boca. Cuando entendió que no encerraba ficción alguna, supo que debía ocuparse. Pero ¿qué hace una poeta, una escritora indie del siglo XXI metida hasta el cuello en unos hechos acaecidos en 1854, empeñada en una novela histórica, un hábitat tan extraño a sus inquietudes creativas?

No fue el periodismo, matiza Candia, que siente que ejerce solo porque escribe en distintos medios y revistas. «Tengo muchísimo respeto por los periodistas. Y hay una distancia importante con lo que yo hago. Escribo principalmente sobre cultura porque es un ámbito que controlo, libros, cine… Escribo artículos pero únicamente como consecuencia de mi vocación literaria, no al revés».

Había publicado dos poemarios, un libro de relatos y lo que llama «un artefacto narrativo», experimental, un juego, que apareció en el sello indie Franz. Quería pasarse al género de la novela, probar. Y decidió hacerlo con Azucre (Pepitas de Calabaza, 2021), que recrea un acontecimiento real. Y sí, supone un salto notable en cuanto a un mayor esfuerzo por la narratividad. «Es la obra más compleja que he escrito hasta ahora», corrobora la autora, que también sabe que el texto posee «una importante carga poética y está articulado en pequeños capítulos, como estampas, potentes pero muy condensadas», por lo que, matiza, no es en verdad un giro tan radical con respecto a su producción previa.

Con esta construcción fragmentaria y de alto contenido lírico, es fácil advertir que su labor anterior en cierto modo la preparó para acometer este formato, «aunque no en cuestión de contenido, sí de técnica; la poesía fue una escuela», incide.

Admite que sintió vértigo con el cambio de tercio. «Pero es que no me podía quitar la historia de la cabeza, me obsesionó. No solo porque no fuese lo suficientemente conocida en Galicia, aunque son hechos documentadísimos en diversas investigaciones académicas. Es que mi abuelo era un labrador de una aldea cerca de Ordes, casi analfabeto, y nunca tuvo un trabajo cualificado. Mi abuelo podría haber sido perfectamente una de las víctimas, me dije, si hubiera nacido unas generaciones atrás. Estas gentes —subraya— eran como mi abuelo».

Ahí está el doble gran motor del proyecto. Por un lado, la historia la hacía sentirse apelada en lo personal. «Esta injusticia es parte de nuestro legado de la memoria. Esto somos nosotros, esto tenía que ser contado, entrar en la memoria popular, como mínimo, de los gallegos», remarca. Y, por otro, agrega, porque es una historia muy moderna, que sigue reproduciéndose constantemente. «No solo hay que ver cómo funciona el mundo de la prostitución, tráfico, secuestro y abuso de mujeres. Por ejemplo, cuando explotó la pandemia, aún vivía en Berlín, hubo un gran escándalo con los contagios en la industria cárnica en Alemania, un sector donde todos los operarios eran polacos, turcos... personas que no hablaban el idioma, que vivían hacinadas en barracones al lado de la fábrica. Los trataron como bestias, ni derechos humanos ni nada, quedaron aislados allí con la policía vigilando. Y esto acaba de ocurrir en el centro de la Europa más rica y civilizada del siglo XXI. ¿No estaban esclavizados? Bueno, no llevaban grilletes, pero es inaudito que en Alemania pase aún esto. O muchos casos que se dan en el negocio textil. Este libro aborda la memoria histórica, sí, pero también nos recuerda que hay desgracias que aunque son muy antiguas continúan entre nosotros», lamenta Candia.

Un relato coral entre las voces interiores y la pesadilla

Aunque la esencia de Azucre mana del XIX, Bibiana Candia se propuso narrar para el siglo XXI. «Tienes que ajustar, porque nosotros hoy tenemos una memoria visual mucho más amplia. No hace falta que nos describan todo tan detalladamente; si yo le hablo al lector de Cuba a él ya le vienen de inicio diez imágenes a la mente. Prefería concentrarme en la parte humana, en los sentimientos de los protagonistas».

Y es que fueron las voces de las víctimas las que de algún modo contribuyeron a revertir su desgracia. Además de la voluntad social de ciertas personas como el diputado progresista coruñés Ramón de la Sagra, que llevó aquellos lesivos contratos ante las Cortes españolas, un abogado adjuntó a la iniciativa las cartas que varios jóvenes habían enviado a sus familias en las que detallaban y denunciaban el maltrato a que estaban sometidos (más de 300 perecieron). Y fueron estas acciones las que pusieron freno —se constituyó una comisión parlamentaria de investigación— a la oscura empresa de Urbano Feijoo, que se interrumpió dos años después de lanzada.

Candia no pudo consultar estas misivas, porque están custodiadas en el Archivo del Congreso, y su acceso es restringido, aspecto que la escritora espera que se corrija pronto y puedan estar disponibles al público aunque sea digitalmente. Pero incluso así decidió enfrentar el relato desde el eco de sus conciencias, desde su yo íntimo. Ahí encontró el tono de la novela —uno de sus muchos aciertos—, al combinar con una habilidad natural una pluralidad de voces interiores, un coro fantasmal que se mece entre el sufrimiento y la pesadilla, y renunciar a priorizar la vía de la aventura marítima, aunque la epopeya no puede silenciarse y termina por aflorar en muchos pasajes. «Afinar el tono, ajustar la voz narrativa, fue lo más difícil. Tenía clara la estructura, pero estuve mucho tiempo peleándome con el tono hasta que lo logré. Ni siquiera sabía muy bien lo que buscaba. Fueron pruebas y pruebas hasta que sonó correcto. Si sonase demasiado antiguo —objeta— no nos dolería el relato, porque no sientes que te concierne directamente».

Así, insiste, quería una voz en cierto modo colectiva y en cierto modo individual. «Debía hablarnos a nosotros, a nuestra generación, a los que estamos aquí, porque entiendo que no podemos realmente saber quiénes somos si no tenemos claro quiénes vinieron antes de nosotros. Quería que se supiese esta historia, que se hablase de ella, que nos preguntásemos qué había pasado, porque yo no creo que se deba abordar el pasado y juzgarlo con los ojos del presente, porque me parece que no es justo, pero sí creo que es importante mirar al pasado y hacernos preguntas, ahí esta la clave de quiénes somos en realidad y de dónde venimos».

Y dio Candia con la tecla. No hay más que ver el éxito que alcanza esta novela tan especial. Ella confiaba en la historia, pero aun así reconoce su sorpresa por la respuesta de lectores y libreros.

Bibiana Candia presenta «Azucre» en A Coruña, en la Fundación Luis Seoane, de la mano de la librería Berbiriana (este sábado a las 12.00 horas). En los próximos días lo hará en Oviedo, Gijón y Barcelona.