El Barroquista y su prospecto para la historia del arte

Tamara Montero
tamara montero SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

Miguel Ángel Cajigal, El Barroquista, posa en la instalación de Marta Pazos «Campo de Figos» que forma parte de la exposición «Galicia futura», de la que es comisario con Deborah García Bello
Miguel Ángel Cajigal, El Barroquista, posa en la instalación de Marta Pazos «Campo de Figos» que forma parte de la exposición «Galicia futura», de la que es comisario con Deborah García Bello Sandra Alonso

La premisa del libro de Miguel Ángel Cajigal es que gusto no tiene que ver con calidad: se puede pensar que «Velázquez no es sexy» y odiar Las Meninas comprendiendo y aceptando que son una obra maestra

01 nov 2021 . Actualizado a las 16:40 h.

La mano de Xoán Escudero surge detrás de una estantería en el Museo de la Cidade da Cultura y saluda cuando Miguel Ángel Cajigal, El Barroquista, dice que lo de las Meninas tiene un responsable.

-Así que tenemos un educador al que no le gusta Goya y otro al que no le gusta Velázquez. Yo no sé qué pasa.

-[Ríe] Pues no pasa nada.

No pasa nada si no te gustan las Meninas. Así empieza, en la misma portada, Otra historia del arte (Penguin Random House), que no es más ni menos que poner en papel lo que hace Cajigal todos los días en el Gaiás y a través de las redes: traducir arte, sacarlo de esa cajita hermética en la que muchas veces se encierra. Quitarle el envoltorio de exclusividad y de elitismo. Leerlo de otra forma.

Quizá el problema es que muchas veces, no hay quien traduzca. No hay interpretación para Las Meninas, que se convierten en un cuadro que hay que mirar y que hay que admirar porque sí, porque es una obra maestra. Porque es parte del canon. Y puede pasar con la Novena Sinfonía, con el Acorazado Potemkin o con El Quijote. «Es ese punto de: venera esto. Las obras maestras son como la pastilla que le das al perro».

Por ejemplo, Amar en tiempos revueltos tiene mucho que ver con Ciudadano Kane. La revelación surge como un ejemplo, chocante, pero un ejemplo de que a veces, en la interpretación del arte, lo que falta es el contexto. Como una obra que, en su momento, se salió del carril. Vino a romperlo todo. «Es verdad que visto hoy Ciudadano Kane es prehistoria. Hasta en Amar en tiempos revueltos hacen cosas que Welles hace en Ciudadano Kane. Ciudadano Kane es importante en su momento, porque es como si el resto fuese en patinete mientras él iba en jet».

Entre grandes titulares transcurre una conversación que salta de Los Simpson al canon de Gombrich. Del Ulises a Instagram. Y de Las Meninas (sí, otra vez) a como un plátano pegado en una pared -o un urinario al revés- se han convertido en obras artísticas icónicas. Hablando de ready mades... ¿Qué se siente al escuchar esa frase manida de esta obra la podía hacer un niño de tres años? «La incomprensión es algo que todo el mundo tiene». Todo el mundo ha sido cuñado en algún momento. «Y si asumimos sin complejos nuestro propio cuñadismo es algo positivo».

Tener una opinión sobre algo de lo que no se tiene ni idea no es grave. Pero sí «preocupante cuando queremos convertir esa opinión en un criterio». Y esa falta de criterio «es natural, y creo que no lo asumimos así. No hace falta tener opinión sobre todo», subraya Cajigal.

Así, entre iconoclastas que trabajan en un museo, surge un consejo: cuidado con el concepto de obra maestra y también con el canon, que no es más que una inclusión hecha por un ser humano, el producto de una mente. No se trata de derribarlo, pero sí de saber para qué es útil. ¿Cuántas historias del arte hay?. «Infinitas. De hecho, este libro es también un canon», una selección subjetiva.

«Para cuestiones artísticas, yo soy muy partidario de que la gente separe gusto de calidad: a mí me gusta esto o no. Pero que te guste o no te guste algo no implica que sea mejor o peor». Quizá es simplemente que «Velázquez no es sexy». La frase, amenazando con elevarse al rango de titular, flota entre carcajadas en el atardecer de este otoño anaranjado. Escudero entiende la importancia de Las Meninas y de Velázquez, y Cajigal la de las pinturas negras y de Goya. Es brutal, es una auténtica maravilla, «pero no, yo creo que me siento muy distanciado de lo que cuenta».

Así que cuando la editorial, hace mucho, contactó con este influencer riquiño, El Barroquista comenzó a tejer algo así como un prospecto para la historia del arte. Una posología que funciona como la traducción libre de un microcosmos que es, más que nada, autorreferencial. Genera códigos propios y de pronto, uno se encuentra con Rubens citando a Tiziano igual que Sheldon Cooper cita a Spock. Esta Otra historia del arte no viene a revelar grandes secretos, sino a hacer que la próxima vez que quien lo lea se tropiece con un cuadro, lo mire con otros ojos. En realidad, con los mismos, pero menos prejuiciosos y más cargados de referencias para entender ese diálogo hasta ahora oculto, o quizá expuesto pero ininteligible, entre artistas. Un libro que es al arte lo que los vocabularios básicos son a los viajes. ¿Y si no te gusta? Pues eso. Que no pasa nada.