La aventura de Santos Miguel incluye la traición de un familiar, una actuación policial de película y un costoso juicio en Miami
18 oct 2021 . Actualizado a las 16:52 h.Si a Esther Koplowitz no le hubieran robado El columpio de Goya hace 20 años, hoy Santos Miguel Ribadeneira seguiría disfrutando en su casa de Oleiros de su Retrato de Dama, también atribuida al genio aragonés. Nacido en Cuba e instalado desde los años 90 en Galicia, este profesor jubilado lleva dos decenios gastando energía y dinero para dar con su cuadro, un retrato de Rita Goya, la hermana del pintor. Dispone de toda la documentación, con la firma y el sello de expertos que verifican que detrás de esa obra está la mano del sordo de Fuendetodos. Lo tiene todo sobre él. Menos el cuadro.
Cuando el caso de Esther Koplowitz -varios encapuchados golpearon y maniataron al vigilante de su residencia para llevarse 19 cuadros de grandes autores y otras figuras griegas y egipcias que sumaban un valor total de 300 millones de euros-, estalló bajo el rótulo de El robo del siglo en España, Santos Miguel se encontraba aquel día de agosto del 2001 en el aeropuerto de Barajas rumbo a Miami para encontrarse con un posible comprador de su pequeña joya (su tamaño es de 49x36,5 centímetros). Pero cuando en el equipaje descubrieron un cuadro presumible de la factoría Goya, su dueño vivió unos minutos de tensión. «Me hicieron esperar en un apartado mientras hacían venir a un especialista del Museo del Prado para que verificara si el mío era uno de los cuadros robados a Esther Koplowitz», recuerda Santos Miguel Ribadeneira. Rápidamente fue descartado y el vecino de Oleiros pudo subirse al avión, que salió 15 minutos tarde a causa del incidente.
No era el primer vuelo que hacía a Estados Unidos con motivo de su Goya. En mayo había viajado para encontrarse con el intermediario de un posible comprador de Texas, operación que finalmente no fructificó. Entonces, Santos Miguel había dejado el cuadro en un sótano del BBVA de los Cantones de A Coruña.
En el segundo viaje, durante varios días de agosto, ya instalado en Miami, el dueño del cuadro contactó con los puentes de posibles compradores. «Con un argentino firmé una operación por la que si él conseguía venderlo, se quedaba el 10 %», recuerda el profesor Santos Miguel Ribadeneira. La estimación de la venta rondaba los 10 millones de dólares.
Comienza su desgracia
Pero surgió entonces un imprevisto. Desde A Coruña, el entonces rector de la Universidad, José Luis Meilán Gil, urge a Santos a regresar a España para firmar su contrato laboral con el que se encargaría de transformar el Pazo de Lóngora en una extensión de la UDC. Recordando el desagradable incidente en el viaje de ida, optó por dejar el cuadro en Miami a su primo Honorio Ribadeneira Ibarra. Llegó a pensar en la opción de depositarlo en un banco, «pero me cobraban 1.200 dólares al mes». Así, los primos firmaron un contrato el 29 de agosto del 2001 en el que solo le autorizaba la custodia del cuadro. «Solamente yo, Santos Miguel Ribadeneira, tengo la autorización para determinar cualquier gestión de venta o de ser presentada para una posible venta», rezaba el documento. Poco podía imaginar el dueño de la histórica obra que no volvería a ver su cuadro, con excepción de unos minutos tras una intervención policial al año siguiente. Pero después, el vacío. Si el robo a Esther Koplowitz no le hubiese generado a Santos aquel trastorno en Barajas, habría viajado con el cuadro de regreso a Galicia.
Santos comenzó a trabajar en la UDC y vio desde casa cómo se desmembraban las torres gemelas de Nueva York apenas dos semanas de volver de América. Cuando el mundo se recompuso de los ataques terroristas, Miguel Ribadeneira comenzó a temer que su Goya no había quedado en tan buenas manos. Su primo Ignacio le informó a través de un fax que Honorio comenzaba a juguetear con compradores y a hacer gestiones por su cuenta. Acabó empeñando el cuadro.
«Volví a Estados Unidos en septiembre del 2002», señala el dueño, quien para entonces ya contaba con los servicios del detective Menéndez, del Departamento Policial de Miami. El primo Honorio se saca la careta y le dice que si quiere ver el cuadro será previo pago de 5.400 dólares. Santos consigue reunirse con él, con el intermediario argentino Juan Enrique Prior, el iraní AminiAminoBahman y un cuarto hombre llamado Alberto Otero. «Les llamé de todo, de ladrones para arriba», recuerda Santos. Volvió a exigir ver su cuadro, y entonces la tarifa subió a 8.700 dólares.
El detective Menéndez reconoció en Alberto Otero a un delincuente puesto en libertad recientemente. La policía de Miami -«¡17 agentes!»- le hizo una encerrona y cantó dónde estaba el cuadro: en el número 5983 de Sunset Drive, South Miami, un almacén del iraní Bahman. El 11 de octubre del 2002, Santos y Rita Goya volvieron a reencontrarse. «Me abracé al cuadro ya dispuesto a llevármelo, pero entonces la Policía me dijo que lo tenía que dejar allí, por protocolo», recuerda Ribadeneira. Viajó de vuelta a España y una semana después, su apoderado Osvaldo Friger recibió la negativa del iraní para su devolución. Se abrió entonces una vía civil por iniciativa de una fiscala de Miami. «Al poco de iniciarse el proceso la fiscala desapareció y todo quedó estancado», lamenta Santos Miguel Ribadeneira. «Ya me he gastado 130.000 dólares y sigo sin mi Goya».
Una herencia investigada por varios expertos nacionales
La familia de Santos Ribadeneira era del pueblo soriano de Arcos de Jalón. Su abuelo y su padre emigraron a Cuba en 1910. El cuadro pasa del primero al segundo. El padre de Santos muere en 1974, y le deja en herencia la pintura atribuida a Goya. Cuando se instala en Galicia recoge la obra por primera vez en 1992 y ahí empieza un intenso camino de estudio e identificación de la autoría del cuadro en manos de expertos en Goya. Sobre este lienzo se realizaron análisis químicos y se estudió la superposición de capas, un cromatograma de gases donde se refleja el uso de aceite de linaza. Antonio Perales Martínez, técnico restaurador de obras de arte del Instituto del Patrimonio Histórico Español, concluye en mayo del 2000 que «la pintura pertenece a una creación salida de las manos de Francisco de Goya, puesto que introduce, novedosamente, símbolos, números, grafismos y microfirmas» que asoman en este cuadro, fechado en 1778. Otro experto en Goya, José Luis Morales, también conoció la pintura de Santos Miguel con la misma conclusión. En Estados Unidos, un estudio de Janice Kuhn certifica la misma autoría.