Las «Historias para no dormir» de Chicho cobran nueva vida en Sitges

josé luis losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

Eduard Fernández y Nathalie Poza ruedan «La broma», de Rodrigo Cortés.
Eduard Fernández y Nathalie Poza ruedan «La broma», de Rodrigo Cortés. RTVE

Paco Plaza, De la Iglesia y Urbizu, entre otros, recrean aquellos títulos

09 oct 2021 . Actualizado a las 09:38 h.

Chicho Ibáñez Serrador lo fue todo en la creación audiovisual de nuestro país en la segunda mitad del siglo XX. En televisión dirigió una serie que forma parte de nuestro inconsciente colectivo: sus Historias para no dormir, con los créditos de la puerta entornada desde la oscuridad que alimentó tantas pesadillas en blanco y negro -entre 1966 y 1968- y también en color, en 1982.

Aquellas teatralizaciones -la mayoría de ella memorables, supliendo la falta de recursos con talento para lograr la perturbación- motivaron ya un homenaje en el 2006, con una irregular serie de filmes para televisión que dirigían, entre otros, Álex de la Iglesia, Enrique Urbizu o Jaime Balagueró, pero que partían de guiones totalmente nuevos.

Lo que se presenta ahora bajo el sello original -con el aval del hijo de Chicho y la pasta gansa de Amazon- son los remakes de cuatro de los títulos más celebrados de los creados por Ibáñez Serrador. He entrado al primero de ellos, el titulado Freddy, dirigido por Paco Plaza, con nostálgico fervor catódico y deseo de que la pantalla me devolviera ecos de aquella inquietante galería de ideas macabras. Y salgo con la memoria desangrada porque lo que he visto es un desaguisado importante. 

Espíritu original

Nada queda del espíritu del original en este retorno al cuento de terror del ventrílocuo y su muñeco diabólico. Una pésima idea del guion de Plaza y Alberto Marini -un gratuito juego metacinematográfico que hace que Ibáñez Serrador sea un personaje más de la ficción dentro de la ficción- te provoca un distanciamiento radical de esta trama en la que Chicho bebía de uno de los sketches de Al caer la noche, de Alberto Cavalcanti, y del libreto de Wiliam Goldman para Magic, de Richard Attenborough. Sobre ese artificio, todo lo que sucede en este falso remake se respira inverosímil, un brilli-brilli y un glam falseados para consumo en plataformas, sin rastro de aquella estética de grabación en vídeo, como de teatro de variedades con oscurísimas entretelas. Te viene a la mente una imagen aterradora del Freddy original, un plano donde la marioneta caminaba sigilosa por un lateral. En un visto y no visto, como aquel reptiliano Il Divo de Sorrentino.

Qué irreemplazable Chicho. Qué desafinado este imposible revival. Lo podrán ver -o mejor no- en sus hogares a partir de la primera semana de noviembre.

Una película sobre una mansión embrujada filmada bajo el agua

Julien Maury y Alexandre Bustillo fundaron en el 2007 el Nuevo Cine Fantástico francés con un filme, Al Interior, que exploraba las simas del horror más extremo. Su sello, marcado a fuego por atmósferas de goticismo recargado, no ha gozado de suerte comercial. Esto tiene pinta de variar con The Deep House, la asombrosa propuesta que han presentado aquí, realizada bajo el paraguas de la Universal.

El filme vuelve a jugar con el ambiente claustrofóbico de una casa encantada, una mansión con muertecitos muy vivos, cripta y cristos de los faroles. Pero la totalidad de la acción se desarrolla bajo las aguas. En un ejercicio de planificación casi inimaginable, Maury y Bustillo sumergen a una pareja que ambiciona followers -él es un influencer con todos los cretinismos de la especie- para que filmen con un dron los restos de esa casona que permanece como embalsamada en el fondo más recóndito de un lago. Lo que sobreviene es un ejercicio prodigioso de terror submarino que es capaz de manejarse en el líquido elemento como un depurado excurso por el gótico marca de la casa, en el cual el agua no impide el ritmo frenético pero medidísimo de este género. The Deep House te atrapa para no soltarte -con guiños a Tiburón, Abismo o incluso La noche del cazador- pero presidida siempre por la solemne misa macabra en la que Maury y Bustillo son sumos sacerdotes. Y la película, muy puñetera, te saca a flote en una rúbrica formidable en torno a la inmensidad del mar.