Retrato de la dignidad del ser humano

HECTOR j. PORTO BILBAO / LA VOZ

CULTURA

Autorretrato de Alice Neel desnuda a los 80 años; a la derecha, «Julie embarazada y Algis», obra de 1967
Autorretrato de Alice Neel desnuda a los 80 años; a la derecha, «Julie embarazada y Algis», obra de 1967 Miguel Toña

El Guggenheim trae a Bilbao la pintura franca y necesaria de Alice Neel

17 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando eres artista buscas la libertad, y no la hallas porque no existe, pero al menos la has buscado. Esta afirmación que hace Alice Neel (Pensilvania, 1900?Nueva York, 1984) en el documental biográfico que le dedicó su nieto Andrew Neel revela el espíritu que movió a una creadora que luchó contra viento y marea por seguir su camino, sin rendición. Así procedió durante las seis décadas en que levantó, calladamente, una obra de radicales y personales planteamientos que hizo del retrato su obsesión. Mientras el arte bullía ruidoso y desinhibido en movimientos como el expresionismo abstracto, el minimalismo o el pop art, ella se mantuvo firme en su persecución de la vida a ras de suelo, de la vecindad, de los desheredados, de las personas sin voz, de la verdad del ser humano. De hecho, veía en la abstracción una suerte de antihumanismo de la que disentía, aunque es cierto que coqueteó con ella en algún momento -especialmente, en el paisajismo- de una trayectoria fielmente pegada a la figuración pero no exenta de experimentación formal.

A esta artista que vivió alejada de todo reconocimiento, que solo comenzó a llegarle de una manera tardía tras una exposición en el Whitney Museum en 1974, dedica una hermosa retrospectiva el museo Guggenheim de Bilbao, Alice Neel: las personas primero, que abre hoy al público, y que -con el patrocinio de Iberdrola- exhibe, con casi un centenar de cuadros, una amplia muestra de su producción.

Comisariada por Lucía Agirre (Guggenheim) y Kelly Baum y Randall Griffey (Metropolitam Museum of Art), la propuesta recorre toda su carrera y permite comprender las razones por las que se autodefinía como «coleccionista de almas», e incluso cómo se forjó esa combativa perspectiva, esa mirada que no ocultaba (pero tampoco hacía ostentación) un pensamiento de inclinaciones marxistas y comunistas, porque el individuo sobre el que trabajaba está muy condicionado por sus circunstancias sociales y económicas.

Su propia vida fue un reflejo de esa batalla, como mujer, como persona comprometida, como madre, y también por la precariedad de medios con que sacó adelante a sus hijos y su trabajo. Una de las cosas con que tuvo que enfrentarse, en medio del ostracismo y la pobreza, fue «esa sensación de que no tenía derecho a pintar» ante la presión constante de sus obligaciones familiares. Ella misma confiesa que solo aquel reconocimiento tardío del Withney le hizo pensar por un breve instante que sí tenía ese derecho. En el documental de su nieto queda patente que sus hijos la quisieron, entre otras muchas razones, por lo que les enseñó sobre no doblegarse, por el ejemplo de lucha inextinguible que les ofreció, pero también dejan ver que en muchos momentos no recibieron la atención y los cuidados que precisaban.

Esa maravillosa fuerza interior que tenía se modeló para el arte en La Habana, adonde llega con su primer marido, Carlos Enríquez, y que mediados los años 20 hervía social y políticamente, y cuyo ambiente la saca de golpe del provincianismo de su Gladwyne natal. Poco más de un año después regresa a EE.UU., agobiada por las interferencias de la rica familia de su esposo en la crianza de su hija. Y será ahí, tras un paso por el Bronx y el Greenwich Village, al instalarse en 1938 en el Harlem Hispano, y acumuladas algunas dolorosas experiencias vitales, cuando se configura definitivamente su universo.

«Te amo, Harlem, tu vida, tus mujeres embarazadas [...]; lleno de mujeres que no entrarían en ningún vestido de Sacks 5th Avenue, desdentadas, agotadas, en baja forma, con esos bracitos negros en torno a sus cuellos, aferrados a sus faldas, la preocupación de la lucha en sus rostros. [...] Y por la rica y profunda veta del sentimiento humano enterrado bajo tus sirenas del fuego, tu pobreza y tus pasiones». En este texto extraído de sus notas personales Nell explica de un modo lírico pero sencillo de dónde procede su inspiración, el material de trabajo que nutre su obra, durante los 25 años que residió allí e incluso después, porque esa luz ya no se extinguirá.

Pese a la carga política que pueda tener su posición en el mundo, nada panfletario aflora en su relato, que está erigido sobre la franqueza, la naturalidad, la crudeza, pero también sobre la empatía y la sensibilidad. Neel devuelve la dignidad a sus personajes, incluso cuando los desnuda o los retrata en escenas de rotunda sexualidad, o en sus acercamientos a la maternidad. Nada hay de impostado ni de idealización, solo cercanía, respeto y penetración psicológica. Los retratos de Alice Neel, que evocan en no pocos pasajes a Egon Schiele, no dejan indiferente al espectador, lo conmueven, lo golpean y lo llenan de comprensión.