Ennio Morricone, cómo no amarlo, cómo no detestarlo

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

El realizador Guiseppe Tornatore posa con el compositor Ennio Morricone (fallecido hace poco más de un año).
El realizador Guiseppe Tornatore posa con el compositor Ennio Morricone (fallecido hace poco más de un año).

Guiseppe Tornatore dedica al compositor un macrodocumental en donde prima la visión hagiográfica de su obra y se eluden las numerosas sombras en la biografía de la persona

10 sep 2021 . Actualizado a las 08:50 h.

Asocio las bandas sonoras de Ennio Morricone a algunos de los más arrolladores picos emocionales melómanos del cine de este último medio siglo: Claudia Cardinale en el Oeste de Hasta que llegó su hora, la estrategia de la tensión en la Italia de Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, la revolución mexicana de James Coburn y Rod Steiger en Agáchate, maldito. También la marcha proletaria de Novecento, el tema de Deborah de Érase una vez en América, filme que le abrió las puertas de Hollywood. La sonata fúnebre por Sean Connery en Los intocables o el infierno vietnamita de Corazones de hierro, ambas para acunar los travellings celestiales de Brian De Palma. Tantas y tantas películas que estaban casi siempre muy por debajo de la partitura sublime de Morricone, la cual pervivía mientras tanto celuloide al que ilustraba se perdía en la nada, perfectamente olvidable.

Doy por descontado que pertenezco a la categoría de espectador cautivo de Ennio, el documental mayestático que ha presentado aquí Guiseppe Tornatore. Para él firmó la partitura de Cinema Paradiso, una de sus bandas sonoras más universalmente aclamadas -hasta devenir música de ascensor- y sin embargo son muy superiores las de Malena, Stanno tutti bene o El hombre de las estrellas.

Se me hacen breves las dos horas y media de elegía por el músico. Pero si Tornatore era el tipo ideal para acercarse a Morricone desde esa emocionalidad de la hagiografía que el documental asume como vocación, echo de menos, en una obra de tal metraje, un acercamiento crítico a la persona, a los contextos sociales o políticos que lo rodearon. A su carácter tan tortuoso como gigante era su ego.

Hay tantas razones para evocar al Morricone artista como existen para detestar o poner en el limbo las valoraciones sobre su figura humana. Es muy poco conocido un hecho realmente vil de su trayectoria: mientras el progresismo universal tarareaba los horizontes eurocomunistas de la citada Novecento y veía en su música la representación del compromiso histórico, Ennio Morricone cobraba plata dulce del triunvirato de Videla al aceptar componer el himno oficial de aquel Mundial de Argentina-78, cuando los gritos de gol en el Monumental silenciaban los de los torturados en la ESMA.

También sus declaraciones públicas dejaron muestra de una ausencia de generosidad con aquellos con los que trabajó que tuvo su eco más conocido en cómo descalificó la valía de Quentin Tarantino. Después de que este lo devolviese al primer plano con sus homenajes, y de que le ayudara a ganar su único Óscar por una película, Los odiosos ocho, Morricone despachó los conceptos del cine tarantinianos como los de un payaso.

Y fue sonora su falta de entendimiento con Almodóvar, quien le contrató en uno de sus primeros claros arrebatos de nuevo-riquismo para que compusiera la banda sonora de Átame, en el momento en el cual el compositor cotizaba más alto en Hollywood. No le pasó ni una el italiano al manchego. Y aunque le entregó la gran música de la locura tierna que el filme reclamaba, nunca más repitieron. Ya digo que Ennio no engaña a nadie. Es un tributo. Y como tal está al servicio de las dimensiones artísticas del genio al que homenajea.

El valiente cine polaco

En la competición por el León de Oro -este año carísimo, dado el nivel del cine visto- sufro bastante la película polaca Leave No Traces, de Jan P. Matuszynski. Es un tipo de poco más de treinta años pero dirige un cine tan caduco como si tuviese ciento diez. Esa narrativa rancia la pone al servicio de una concepción jurásica del género político de denuncia, aquí de la dictadura polaca de los años de guerra fría.

En concreto, del caso real de tortura y muerte de un estudiante en 1983. Veo el desarrollo acartonado y obsoleto de esta cinta. Pienso en la todavía estremecedora La confesión, rodada hace más de medio siglo por Costa-Gavras para denunciar a los regímenes totalitarios del Este de Europa y que parece cine de vanguardia al lado de este facilón quedabien millennial.

Es curioso que no conozca un solo cineasta polaco o húngaro que se ocupe de lo que hoy mismo está sucediendo con la judicatura y sus regímenes liberales. Pero -eso sí- es oportuno volver sobre lo malo que era Jaruzelsky, con aquellas siniestras gafas oscuras que llevaba en realidad porque sus retinas quedaron dañadas por los reflejos de la nieve sobre la que combatió a los nazis.

Leave No Traces parece desconocer el cine de Wajda y a su director debe de parecerle algo visionario y un acto de coraje explicarnos lo despótico de aquellos jueces de hace cinco décadas cuando el patio de tu casa está ardiendo ahora mismo. Si empleas casi tres horas en hacerlo es, además, un denunciable ejercicio de tortura intelectual.

Más películas italianas

No me va mucho mejor con la última de las películas italianas en concurso. América Latina, de los hermanos Fabio y Damiano D’Innocenzo, es una ambiciosa deconstrucción del descenso a los infiernos de la locura de un dentista que lleva una vida familiar idílica pero una noche descubre a una joven torturada y atada a una columna en el sótano de su casa.

Muy pronto entendemos que la sucesión de dantsecas situaciones que prosiguen no se corresponden a la realidad, sino al colocón de alcohol y pastillas del protagonista -tiene mérito el gran actor Elio Germano, tratando de sostener este sindiós- y los cadáveres que flotan en el archivo de su distorsionada memoria. Dos hermanos dirigiendo a cuatro manos suele ser un buen negcio -piensen en los Coen, los Dardenne, hasta los Lumière- pero los fratelli D’Innocenzo van de enfant terribles, de hermanos Dalton del cine lisérgico. Y la resaca la pagamos los demás.

El último filme de Ivan Attali

Fuera de concurso pasa el largometraje francés Las cosas humanas, de Ivan Attali, con la últimamente hiperactiva Charlotte Gainsbourg en un rol secundario. Tiene la película el mérito de jugar siempre sobre territorio minado. Se centra en una acusación de violación que cae sobre un cachorro elitista de la izquierda caviar. Y lleva al puro esquema del cine de juicios una trama que camina por el desfiladero donde el sistema de derecho confluye con el delito de violación. Y sobre este retablo de dinámica incendiaria logra Attali salir sin la piel quemada. Y sin sonar ni deshonesto ni complaciente.