«Un mundo dividido», un ensayo en el que Eric D. Weitz estudia la historia de la lucha por los derechos humanos

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Refugiados afganos dejan su país, en la frontera paquistaní, tras la toma de Kabul por los talibanes.
Refugiados afganos dejan su país, en la frontera paquistaní, tras la toma de Kabul por los talibanes. Saeed Ali Achakzai | Reuters

El catedrático estadounidense parte del argumento de que «la historia de los Estados nación es la historia de los derechos humanos», y eso ya genera de incio la exclusión de una parte de las personas

23 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«No tuve ninguna revelación. No hubo un momento en el que descubriera de pronto la verdad, sino una continua acumulación de agravios y humillaciones [...] que me infundieron indignación, un espíritu rebelde y el deseo de combatir el sistema que encarcelaba a mi pueblo». Con esta franca sencillez se explicaba en sus memorias el líder sudafricano Nelson Mandela, uno de los más emblemáticos luchadores en favor de la igualdad de las personas y de las libertades civiles. No hubo ninguna iluminación divina sino que actuó la tozuda realidad cotidiana, la vida en sus alrededores. Eso y el acuerdo británico-estadounidense de la Carta del Atlántico, en la que se sentaban unos principios para el mundo después de la derrota del nazismo que ya intuían Churchill y Roosevelt. Lo recuerda el catedrático de Historia estadounidense Eric D. Weitz (1953), que vuelve en su nuevo ensayo sobre la pregunta que en su día se planteó Hannah Arendt: ¿quién tiene derecho a tener derechos? Weitz investiga este asunto siempre tan candente -el golpe talibán en Afganistán o las protestas en Cuba son solo dos ejemplos- partiendo del argumento de que «la historia de los Estados nación es la historia de los derechos humanos». Paradójicamente, anota el profesor, cuando en el siglo XIX los nuevos países concedieron derechos a sus ciudadanos también excluyeron a otras personas, y esta contradicción ha favorecido la afloración de conflictos por todo el mundo, un mundo en que, recuerda, hay hoy más de 68,5 millones de solicitantes de asilo y refugiados, y en pleno auge de la extrema derecha. Weitz relata cómo esta es una vieja lucha de ideales, desde los rebeldes griegos en la Europa posnapoleónica, por ejemplo, hasta los abolicionistas brasileños, pasando por los africanos anticolonialistas y los sionistas. Desgraciadamente, la narración no termina con la declaración de 1945 que proclama que los derechos humanos son «naturales, inalienables y universales». La lucha continúa.