Triángulo de Amor Bizarro, ruido para la distopía pandémica

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN

CULTURA

Ángel Manso

El grupo de Boiro salda su deuda con el festival Noroeste de A Coruña de la mano de un concierto al que le persiguió todo el tiempo la sensación de irrealidad

07 ago 2021 . Actualizado a las 16:10 h.

Las sillas que se colocaron en la plaza de María Pita para el concierto de Triángulo de Amor Bizarro son las mismas que se disponen en Expocoruña para el tramo final de la vacunación: esos 15 minutos de espera que certifican que la dosis inyectada de Pfizer no ha generado efectos adversos en el cuerpo. Ayer con todo el mundo alineado, enmascarado y en silencio aguardando la salida del grupo, daba la sensación -una vez más (y van)- de haberse colado en una suerte de película que plantea una distopía totalitaria. En ella las personas, desprovistas de alma, se dirigen y colocan en un nuevo orden de futuro más que inquietante. No se sabía si aquello era 2001 Una odisea del espacio, La naranja mecánica o The Wall, pero sí que respondía a una irrealidad tristemente real. 

Son los tiempos que nos ha tocado vivir. De restricciones físicas que derivan en recortes vitales y emocionales. Lo curioso es que la música de Triángulo de Amor Bizarro encaja bastante bien en todo ello. Ya ocurrió con su último trabajo. Vio la luz con todo su mal rollo en el confinamiento y terminó por ponerle banda sonora. Hay algo oscuro, fiero y tenebroso en ese sonido que, insistimos, encaja curiosamente bien. «Escoge un ladrillo, escoge una ventana, elige un estandarte, no temas a las mujeres», cantaba Isa Cea en el arranque del concierto en No eres tú. Pieza que baila en las sombras del dub y habla de tanques, noche que teme al amanecer y una tensión que no se destruye, solo se transforma. Sonaba de maravilla en su expansión rítmica. Mejor aún cuando se estrujaba y fluía en un  torrente de ruido sonando en el rostro mismo de la distopía pandémica. Ahí, sí, con sus sillas blancas y su irrealidad tristemente real. 

Ángel Manso

La última vez de Triángulo de Amor Bizarro en A Coruña había sido en el Playa Club en 2018, celebrando la reedición de su primer álbum en la colección de Galicia pop-rock de La Voz. Aquel día, al sonar De la monarquía a la criptocracia, se produjo una invasión femenina del escenario (Isa solo dejó subir a las mujeres) que derivó en una fiesta colectiva. Ayer los más fans de las primeras filas bailaban el tema a 1,5 metros de distancia cada uno, sin poder despegar el trasero de la silla. Seguramente muchos dirán que llevamos ya año y pico así. Que no es nada nuevo. Que es lo que hay. Que tampoco es para tanto. ¿Pero cómo acostumbrarse a las cadenas cuando lo que tienes enfrente te llama a romperlas, saltar, apretar el puño y rebozarse en la masa humana que las recibe? Por ello la mente elige el filme imposible con el que comparar la situación de escuchar de un tirón Vigilantes del espejo, Barca quemadaDe la monarquía a la criptocracia atornillado a la silla. De plástico y blanca, como las de la vacunación. 

Desde esos asientos se pudo disfrutar ayer del bolo que debía Triángulo de Amor Bizarro a la ciudad  que les vio nacer, tras la suspensión del Noroeste el año pasado. A Coruña, en la que hicieron muchas maldades, como recordaba ayer Isa entre risas: «Cuando empezamos a tocar aquí era frecuente que la gente saliera corriendo de nuestros conciertos. Era lo guay. ¡Asustar!». Una de ellas la estaba protagonizando in situ. Aquel furioso escuadrón de ruido-pop, que desafió totalmente al statu quo musical de la ciudad en el cambio de siglo, se encontraba en el escenario noble de las fiestas -el que se reserva para Miguel Bosé, Luz Casal y la Orquesta Sinfónica de Galicia- practicando la versión perfeccionada de todo aquello. Sonando a cuchillo Canción de la fama, se notaba claramente. ¿Qué estaría pensando esa gente se encontraba en las terrazas tomando algo sin saber qué grupo tocaba? En las sillas llegaba como si nos encontrásemos a las puertas de la gloria bizarra y ruidosa, sin poder llegar a entrar precisamente por ese entorno delirante que impedía generar la bola de emoción en toda su expresión.

Ángel Manso

Acertadamente, en estas circunstancias descartaron el rodillo festivalero y optaron por un zigzag con su parte más ambiental y atmosférica. Ahí temas como Fukushima, ASMR para ti (¡maravillosa!)  o  Qué hizo por ella cuando la encontró hacían de templanza en la actuación que derivó en El crimen: cómo ocurre cómo Remediarlo, de su primerísimo disco. Con el logo original de la banda proyectado a sus espaldas, una vez más recordaron que «llevar navaja siempre es conveniente». Dispararon en la audiencia recuerdos de otros tiempos en los que ni se podía soñar con ver a una banda así en María Pita. Concluía su actuación a la Sonic Youth, creando un bucle de ruido en el rostro mismo de la distopía pandémica, con sus sillas blancas, su distancia reglamentaria y su orden impoluto.

Una experiencia anómala que se debe completar con un concierto al uso de Triángulo de Amor Bizarro. Cuando se pueda. Cuando la (ir)realidad ceda. Y podamos volver a invadir escenarios sintiendo al máximo lo que ayer pudimos imaginar. Queda apuntando en la agenda para cuando la normalidad no sea nueva, sino simplemente normalidad.