Lo que se produce en Sycorax, que es el nombre de un personaje de La tempestad shakesperiana, bruja madre de todos los vicios, es esa encrucijada de Patiño y Piñeiro en la cual el primero asienta su mirada sobre paisajes de la fronda de un pueblo de las Azores -no se dice cual, probablemente Isla São Miguel- ese verde selvático atlántico, si se permite el oxímoron, donde Patiño converge con la idea de la luz del gran Mauro Herce. Y Piñeiro vierte en la voz de la también argentina Agustina Muñoz las palabras que transportan hacia La Tempestad en un casting para encontrar a la actriz que interprete a Sycorax y que se contextualiza en su juego «meta» y los rostros curtidos de las mujeres de esa isla en las Azores. Pero Sycorax no debería ser nunca visible. Esa bruja no se encarna. Es solo una esencia en la obra de Shakespeare. Y por eso esa docena de rostros de mujer que podrían ser Sycorax conforman un imposible. Una paradoja humorística que sobrevuela el cosmos vegetal que Patiño modela en momentos bellísimos como esa cascada imaginaria que es, quizás, la propia licuefacción de la bruja pecadora de Shakespeare, Piñeiro y Patiño.
Farhadi silencia en la competición el glamur de Wes Anderson
Wes Anderson me interesó como contador de historias vocacionalmente absurdas y marcianas, en Academia Rushmore, Los Tennebaum o Life Aquatic. Esta deriva actual hacia una especie de collages que anuncian finísimo humor me deja como a una estatua de sal. Casi lo temo. En realidad, ahora Anderson queda muy bien en la alfombra roja de los festivales porque convoca repartos de grandes nombres, una compañía ambulante de cómicos fashion fijos -Bill Murray, Tilda Swinton, Edward Norton, Owen Wilson- que va aumentando año a año. Porque todo el mundo quiere a Wes. En La crónica francesa incorpora a Léa Seydoux, maja desnuda para el pincel de Benicio del Toro y actriz factótum de esta edición. Está hasta en cuatro películas. Pero el covid la ha retirado de ese estajanovismo de red carpet que la aguardaba y sufre cuarentena en París. Decía que cómo molan los photocalls de Wes Anderson. Ya luego, una vez en la sala, lo que es ofrecer cine no entra ya en el negocio. Algunos ven delicadísimos estos sketches de montaje virtuoso y humor pálido. Sobre mi sensibilidad de ostra desfilan y resbalan como la nada deconstruida.