Verhoeven opta a su primera Palma de Oro con «Benedetta»

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

El realizador Paul Verhoeven, flanqueado por Virginie Efira y Daphne Patakia, en la presentación del filme «Benedetta» en Cannes.
El realizador Paul Verhoeven, flanqueado por Virginie Efira y Daphne Patakia, en la presentación del filme «Benedetta» en Cannes. Sebastien Nogier | Efe

Matt Damon y Tom McCarthy revisitan el territorio Clint Eastwood en la estimable película «Still Water»

10 jul 2021 . Actualizado a las 17:19 h.

En ese vacío notabilísimo que ya comentamos que deja sentir el cine norteamericano en este festival, una película como Still Water pasa a ser una verdadera rareza. Una pieza exótica, como si se tratara de un filme de la Polinesia. Es una inversión de los cánones habituales de la industria. Y así, abunda el cine de países sin apenas recursos pero no veo nobleza alguna en esa situación. No necesariamente la solución es un viento de progreso o de revuelta. Una vez más, esto es Cannes, amigos. Ya saben, el gran mercado raramente es generoso motu proprio. Películas como la chadiana Lingui o la de Bangladés Rehana Maryam Noor incluidas no en función de su limitadísimo valor artístico sino como la cuota displicente de países no desarrollados se traducen en una visión paternalista de programación que le hace escaso favor a las cinematografías que dice apoyar, ya que, al soportar esta exposición excesiva e impropia, salen dañadas del negocio.

Firma Still Water Tom McCarthy, ganador del Óscar a la mejor película con Spotlight y un autor que ha sabido moverse bien en los márgenes de los grandes estudios, bebiendo de sus presupuestos pero facturando obras que desprenden libertad de movimientos. Aquí propone un ejercicio dramático que quiere embeberse por los cuatro costados del territorio Clint Eastwood. Y no debe resultar casual que el personaje central de esta historia de lucha por la redención tenga por protagonista a Matt Damon, actor en dos ocasiones a las órdenes de Eastwood. Y muy especialmente en Más allá de la vida, que era la reflexión sobre la muerte del cineasta ya octogenario. En Still Water, Damon es un padre que trata de probar la inocencia de su hija, condenada y en la prisión de Marsella por asesinar a otra joven con la que mantenía una relación sentimental.

Ves a ese Damon que es un norteamericano muy básico tratando de introducirse en las zonas menos recomendables de la ciudad portuaria, moviéndose como elefante en cacharrería ante delincuentes que podrían ser sus hijos. Y recuerdas, cómo no, Gran Torino. Y también otros filmes de Eastwood donde la truncada relación paterno filial es tan profunda. Pienso en Poder absoluto o en Million Dollar Baby. No está McCarthy para alcanzar esa cima del cine contemporáneo. Pero sí para acariciar sus perfiles. Para que algo te remueva con el camino de sacrificio de Damon (también hay huellas de Paul Schrader) y con la autenticidad que respira ese intento de su personaje de reinventarse en Marsella, de erigir una nueva vida, de borrar las deconstrucciones del pasado.

Después llegas a la sección de la lucha por la Palma de Oro, que debería ser lo medular. Y topas el torpísimo filme de Chad. Aborda la violencia de género como algo ancestral. La que sufren un madre coraje y su hija adolescente. El hecho de que sea imposible conectar con algo humanamente tan apremiante no se deriva de que tú tengas la sensibilidad o el corazón de una ostra. Se trata de que el cine ineficiente es una invitación a la atención flotante.

Sucedáneos revenidos

También en la sección oficial, el noruego Joachim Trier, viejo conocido y casi siempre por experiencias olvidables, presentó Julie en doce capítulos. Intenta ser una dramedia sobre una treintañera cuya inmadurez y egoísmo frívolo la llevan a tomar y dejar relaciones con un aire pretendidamente sarcástico. No tiene puñetera gracia su humor grueso, ayuno de inteligencia. Ni sus dantescos esfuerzos de querer parecerse a Allen por hacer sonar a Gershwin o a Harry James. El filme de Trier, con sus intolerables saltos de registro sin red de la comedia tonta a la tragedia de una enfermedad fatal, suena, además, a antigualla de hace 30 años. Es como un sucedáneo revenido de aquel invento llamado Dogma. O ni a eso llega.

Cerraba la jornada uno de los platos fuertes apriorísticos de esta edición. Porque aunque Benedetta sea un precocinado que lleva quince meses en la nevera (desde el abortado Cannes 2020), no ha perdido nada de su carga nutricia. El filme de Paul Verhoeven -que dejo el listón altísimo aquí con su feroz Elle en el 2016- parte del libro de Judith C. Brown Actos inmodestos: La vida de una monja lesbiana en la Italia del Renacimiento. Respira la cinta una inflamada atmósfera o estado de trance erótico y amoroso. No vamos a descubrir ahora a la sabia Charlotte Rampling. Las revelaciones de Benedetta son Virginia Efira y Daphne Patakia, sobre las cual Verhoeven construye el retablo lúbrico agrandado por un sentido del humor inmarcesible, que tiene como icono un consolador de madera virginal. O al Jesús vengador decapitando serpientes.

Es como si el director hubiese refinado al erotómano tosco de sus primerizas Delicias turcas (y holandesas). Y hay guiños a Los señores del acero. Poco o nada queda de aquel principiante en este altar de las pasiones místicas y carnales que muestra el interior de un convento como una dádiva. En ella, Benedetta se hace culto mientras en la Florencia papal vence la peste. Y es su interior de un convento una golosa guerra de tronos, una sublimación bárbara sobre la mujer, el demonio y la carne que posee ecos de los clásicos eróticos inmortales de autoría anónima. Benedetta sí lleva firma. Y con ella Verhoeven opta ya a su primera Palma de Oro o a un lugar en el santoral.