Emmanuelle Carrère se sirve de una soberbia Juliette Binoche para desnudar su ética de escritor en «Ouistreham»
CULTURA

El festival de Cannes empieza a mostrar un caos organizativo poco entendible por su altísimo presupuesto
08 jul 2021 . Actualizado a las 09:17 h.Este Cannes de calor que se te pega a la camisa y ya no te suelta cuando sales a la busca de la primera película a las ocho de la mañana está tomando tintes dantescos. Prometió su máximo responsable fáctico, Thierry Frèmaux, una edición exitosa que venciese las dificultades del período aún no poscovid. Está fracasando en lo más elemental. Para cualquier cronista de festivales, la muy mejorable organización está convirtiendo la Croisette en un Vietnam. Conseguir acceso a cada película es un sindiós en donde casi todo falla. De momento, por suerte, todavía no las proyecciones. Ni la magia de alguna de las primeras películas vistas.
Se ha habilitado un sistema de entradas para las funciones por vía telemática. Pues bien, la web del festival con mayor presupuesto del mundo se cae cada mañana a la hora en que se abre, a las siete en punto, como si fuese el blog de Juan Pueblo. Y vagas hacia la primera película del día tropezando en las aceras con miríadas de críticos que solo miran a su móvil porque tratan, inútilmente, de actualizar datos y acceder al servicio de entradas en coma. Ha sucedido ya las dos primeras jornadas del festival pero aquí no ha pedido disculpas ni el Tato.
Esto es Cannes, amigos. El mercado del pez grande no debe explicaciones, ni siquiera un respeto, a quienes vienen a informar. Eso sí, se organizan pases fantasma a horarios que sí permiten enviar crónica avanzada a algunos medios afines, elegidos por arbitrio divino. Y cunde la ley del silencio sobre la cuestión. Se pide a la prensa que acuda veinticinco minutos antes de cada pase, con su entrada ya en el móvil, se supone que para evitar colas y mantener las distancias. Todo mal. La ineficacia provoca apelotonamientos casi orgiásticos y nada recomendables.
Pienso en las lecciones de buen hacer que la Mostra de Venecia -en plena pandemia el pasado septiembre- o San Sebastián -cuyo presupuesto es diez o veinte veces menor al de este gigante- están dando a este Corral de la Pacheca con galones de grandeur. Ustedes disculparán el ombliguismo. Contar las miserias de un coloso megalómano es noticioso.
Viene al rescate de este estado de colapso una nobilísima película matinal, solo la segunda que dirige el escritor Emmanuel Carrère, recentísimo premio Princesa de Asturias de las Letras. En Ouistreham, Carrére se apoya en una Juliette Binoche absolutamente prodigiosa -en realidad ella es un trasunto del escritor incrustado en sus autoficciones- para que su filme recorra dos caminos.
De una parte, la denuncia del precariado en su grado más crudo, el día a día de las empleadas en subcontratas de limpieza que tienen que adecentar baños públicos o los camarotes de un enorme ferry a minuto y medio por cama. Y paralelamente, la discusión que Carrère propone sobre su propia ética. ¿Se puede impostar una identidad para acercarse a las realidades sociales más hoscas, engañando a quienes son tus compañeros de desdichas durante meses?
Ouistreham articula esa doble capa de ficción de su estructura con tal sutileza que funciona de manera formidable en cuanto a cine donde las fajadoras de la precariedad te transmiten su cercanía, su solidaridad. Y en esa jungla, Juliette Binoche desarrolla oro de esos trabajos que iluminan su trayectoria. No nos extraña su capacidad para desnudarse de afeites y servirse como working class sin maquear. ¿Acaso no la recodamos como una desdentada Camille Claudel a las órdenes de Bruno Dumont y meses después como diva de una alta comedia?
Psicodrama de Gainsbourg y Jane Birkin
Entrevistar a tu madre para una película cuando la vida te ha llevado a dolorosas y radicales separaciones en esa relación, y mientras el espectro del suicidio de tu hermana mayor no deja de pasearse por la celda oscura de tus recuerdos, es como caminar sobre el filo de la navaja.
Charlotte Gainsbourg logró recuperar la armonía y tender de nuevo los puentes del afecto con Jane Birkin hace un par de años. Y ahora se atreve a mostrar esa reunificación emocional tan sensible en un cara a cara llamado Jane par Charlotte. Supongo que haría las delicias de los psiquiatras lacanianos y también de los civiles.
Como espectador, te fascina este diálogo abierto, que se alimenta tanto de la rememoración de lo vivido o de las plegarias finamente atendidas como de las miradas de dos mujeres cuyos ojos son expresión de ternura y de dolores intuidos o directamente expresados a cámara.
No hay nada de exhibicionismo en este despliegue de reconciliación que no reniega recorrer los callejones mal o bien cicatrizados. No sé si a alguna de ellas esto que nos ofrecen le habrá ahorrado horas o años de terapia. Lo que nos brindan es una ofrenda cinematográfica y humana tan generosa que hace que de los rescoldos de lo que fue un erial sin amor ni esperanza la pantalla rezume sabiduría, comprensión, entendimiento final de que la vida era esto.