Franco Battiato, el profesor místico que no sabía bailar y quiso convertirse en derviche

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Battiato, en un concierto en Vigo en el 2015; dos años después actuó en A Coruña, en su última presencia en Galicia
Battiato, en un concierto en Vigo en el 2015; dos años después actuó en A Coruña, en su última presencia en Galicia XOÁN CARLOS GIL

El excéntrico cantautor italiano alcanzó gran popularidad en los 80 en España y se mantuvo activo hasta hace poco, cuando el alzhéimer lo obligó a la retirada de los escenarios

21 may 2021 . Actualizado a las 16:07 h.

No ha tenido mucha suerte la música popular italiana en España. Mucha menos, en todo caso, que la francesa, que ha gozado de más predicamento ya desde los ambientes del antifranquismo. En el caso de Italia siempre ha primado lo melódico, por no decir empalagoso, el pop facilón, que ha convertido en ídolos a Rita Pavone, Adriano Celentano, Raffaella Carrà, Umberto Tozzi, Laura Pausini, Eros Ramazzotti o Tiziano Ferro, y que no en pocas ocasiones se han apresurado a cantar en español ante la cálida acogida. Tanto caló este tipo de música que hasta los solistas del país caían en la tentación de abusar de ese acento italianizante, exceso del que no se sustrajeron ni Sergio Dalma ni Alejandro Sanz, por ejemplo.

Aquello se parecía bastante a una plaga bíblica. Por el contrario, para encontrar por estos pagos un disco de Fabrizio de André, Paolo Conte, Francesco de Gregori, Angelo Branduardi o Vinicio Capossela el aficionado se tiene que poner el traje de investigador privado. Por eso cuando irrumpió Franco Battiato en los años ochenta -concursó en Eurovisión 1984 junto con Alice y su canción I treni di Tozeur- costó en un inicio ubicarlo en el mapa sonoro, pero enseguida prendió su semilla entre el público. Álbumes como L’era del cinghiale bianco (1979), Patriots (1980), La voce del padrone (1981), Orizzonti perduti (1983), Ecos de danzas sufí (1985) o Nómadas (1987), estos dos últimos ya con versión en español, lo erigieron en una referencia de un pop distinto, elaborado, sofisticado, muy personal.

Había dejado atrás las veleidades pop inaugurales y las setenteras sendas más retorcidas del rock progresivo, la electrónica y lo experimental -con esos larguísimos desarrollos instrumentales-, aunque son presencias que nunca lo abandonarán. Ni en su regreso a las atmósferas pop, con sus inclinaciones entre metafísicas y existencialistas, pasando por los ecos étnicos que después tanto le marcaron.

Es una cuestión generacional. Solo así se explica que ciertos programadores culturales lo hayan traído a Galicia. Porque uno ha sentido su llamada a cierta edad o quizás llega tarde, y ese envoltorio místico, proveniente del esoterismo, la cultura oriental y el estudio de lo cósmico y la astronomía, es fácil que se convierta en una barrera. Es más, hay una cierta edad en que incluso el fan puede experimentar un rechazo al gozo pasado y condenar sus elepés en la balda de lo friki y lo bizarro. También la edad vendrá para salvar este error de cálculo. Así, es más que entendible que el 17 de septiembre de 1987 diese un recital en el polideportivo compostelano de Santa Isabel, con la entrada al precio de 750 pesetas. Pero hay que echar mano del revival nostálgico para explicar los conciertos en el auditorio Mar de Vigo (el 4 de septiembre del 2015) y en el centro Palexco de A Coruña (el 24 de julio del 2017).

Últimamente el cantautor, con un aspecto que iba del profesor universitario al bardo zen, había dejado de girar al ritmo de Centro de gravedad permanente, Cuccurucucù, Bandera blanca o Yo quiero verte danzar y asumido que nunca supo bailar, pese a que hubo una época en que casi quiso convertirse en derviche, entre la trascendencia mística de su mirada perdida y un trance extático. Battiato, ya añoso, se enfundaba los cascos y se sentaba en un banco cubierto por una alfombra oriental y se entregaba a un canto medio recitado y ensimismado que apenas le daba para dirigirse parcamente a algún músico y algún que otro comentario al respetable, que se mostraba igualmente devoto incondicional.

Después de una larga trayectoria comenzada a finales de los sesenta, el músico anunció su retirada en verano del 2019 -en agosto publicó su último disco-, aunque ya llevaba dos años sin subirse al escenario, desde que cantó en Catania en el 2017.

Inmerso en un gran secretismo había trascendido que estaba bastante enfermo, pero apenas se supo este martes -después de conocerse la noticia de su fallecimiento, a los 76 años, en su casa de Milo, en Sicilia- que padecía alzhéimer.

La memoria puede fallar, como falla la vida, pero mejor no recrearse en las lágrimas. «La estación de los amores viene y va / Y los deseos no envejecen a pesar de la edad / Si pienso en cómo he malgastado yo mi tiempo / Que no volverá, no regresará más / La estación de los amores viene y va / Y llegará sin avisar / Ya verás, te sorprenderá / Tuvimos tantas ocasiones / Perdiéndolas / No las llores más, no las llores hoy más / Le queda un nuevo entusiasmo por latir al corazón / Y otra posibilidad de conocerse / Los horizontes perdidos no regresan jamás / La estación de los amores volverá / Con el temor y las apuestas / Y esta vez, ¿cuánto durará?». El amor siempre puede volver. Y Battiato, claro, se quedará a celebrarlo. Danzando. Gira, derviche, gira.

Músico inquieto, ecléctico y, sobre todo, poeta

En su última etapa Franco Battiato colaboró estrechamente en la escritura de las canciones con el filósofo Manlio Sgalambro -entre el 2005 y el 2014, en que este falleció-. Sus limitaciones físicas condicionaban su forma de actuar, que no empeñaba en disimulos. Economizaba al máximo tanto el movimiento como la voz, pero él seguía adelante. Sus dos últimos recitales en Galicia (2015 y 2017) son una prueba. Como también el concierto que ofreció en el Arena de Verona -2 de septiembre del 2013- con Antony Hegarty, el músico líder de la banda Antony and the Johnsons y que quedó registrado en vivo en el álbum Del suo veloce volo. En el 2014 publicó el trabajo de estudio Joe Patti’s Experimental Group, en el que retornaba a sonoridades puramente electrónicas y experimentales en colaboración con Pinaxa (alias de Pino Pischetola). Battiato era un creador ecléctico. Nada, ningún estilo, en la música le era ajeno, pero más allá de sus aventuras instrumentales, su arte estaba ligado al cuidado de la palabra, como compositor, como letrista. Era un poeta. Y tampoco hay que olvidar su querencia nada desdeñable por el humor, sutilísimo, pero humor, al fin y al cabo.