Judith Jáuregui: «Nada va a suplir nunca esa energía real que se genera en un concierto»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

La pianista Judith Jáuregui, en pleno recital en la basílica de San Martiño de Foz
La pianista Judith Jáuregui, en pleno recital en la basílica de San Martiño de Foz Xaora Fotógrafos

La intérprete donostiarra inauguró en A Mariña luguesa la octava edición del festival de música clásica Bal y Gay con un recital de Schubert y Beethoven

16 may 2021 . Actualizado a las 05:15 h.

Pianista de gran proyección internacional, Judith Jáuregui (San Sebastián, 1985) inauguró este viernes la 8.ª edición del festival Bal y Gay y su ciclo Schubert no Camiño con el recital que ofreció en la basílica de San Martiño de Foz.

-¿Qué músicas trajo a Foz?

-La Fantasía del caminante de Schubert y la Sonata n.º 4 de Beethoven. La temática era Schubert no Camiño, a través de la figura romántica del wanderer, el caminante solitario, a la que Schubert prestó mucha atención. Gira en torno a la idea del camino, la reflexión, el encuentro con uno mismo. Y metí a Beethoven como espejo de Schubert e inicio de ese clasicismo que ya miraba mucho al romanticismo. Son dos obras cumbre en la literatura de piano. La Sonata n.º 4 de Beethoven, que él subtitula como su primera gran sonata. Después de tres dedicadas a su profesor y maestro Haydn, escribe esta primera gran sonata heroica con un segundo movimiento ya muy espiritual que adivina el Beethoven que después encontraría el apogeo de esa espiritualidad en sus últimas sonatas. Que también, por cierto, mira mucho al bosque, al campo, porque en Beethoven encontramos mucho la naturaleza. Y de ese paseo por el campo que es el último movimiento vamos a ese camino por la naturaleza de Schubert en su Fantasía del caminante, su primera gran obra para teclado, aunque ya había escrito sonatas y mucha otra música. Es una de las obras cima del piano clásico, y que además es muy muy virtuosa, algo insólito en la producción de Schubert, que tiende a ser más íntimo, más introspectivo. Aquí encontramos un Schubert muy expansivo.

-En cuanto a sus últimos trabajos sobre Robert y Clara Schumann y sobre Debussy, nada...

-Me hubiera encantado incluir algo, pero el festival tenía este tema para el fin de semana, y nos ajustamos a su petición. El sábado actuaba el Cuarteto Cosmos en la iglesia de Lourenzá y hoy el tenor Christoph Prégardien, con el pianista Daniel Heide, canta Winterreise [Viaje de invierno] en la catedral de Mondoñedo.

-¿Cómo valora este tipo de festivales, pequeños, periféricos?

-Esenciales. Una plataforma maravillosa para llevar la música a todos los rincones. Además se desarrolla en un entorno, A Mariña luguesa, al que quiero mucho porque la familia de mi marido tiene una casa en Rinlo. Voy mucho, sobre todo en los momentos en que necesito un parón, oxigenarme. La naturaleza tan pura y salvaje de A Mariña tiene propiedades curativas. El poder tocar en la basílica de San Martiño, una joya arquitectónica, con la cercanía del público y la naturaleza rodeándote por todos lados, con esa inspiración, es un regalo.

-¿Conocía al compositor lugués Jesús Bal y Gay, al que homenajea este festival?

-No. Fue el año pasado cuando conocí el certamen y a sus directores, que me hablaron del compositor. Una casualidad. Me encontré con el festival, llamé a la directora, Alba Rodríguez, y le trasladé mi alegría por lo mucho que quiero a A Mariña y por que trajesen la música a esta tierra. Es un festival joven, sí, pero con un proyecto artístico muy ambicioso y un programa didáctico que acompaña. Yo pude disfrutarlo el año pasado como público. Estuve escuchando al Cuarteto Cosmos y también en un concierto didáctico con mi familia, con los niños.

-La basílica de San Martiño es un hermoso escenario... Y allí llevó usted su arte, a una aldea.

-Sí. Y va tanto con esa humildad y honestidad de la música que toqué… Es como si esa música perteneciera a ese lugar. Esos son los momentos mágicos que después recuerdas. Puedes tocar en los principales auditorios, con grandes orquestas, pero estos instantes de comunión con el público en un lugar como esta iglesia, con una luz y un ambiente tan especiales, con tanta intimidad, eso deja poso.

-Las limitaciones del covid-19 rebajan mucho el aforo.

-Las entradas se agotaron días antes. Se nota que había muchas ganas. Hay que decir que este festival se mantuvo vivo, incluso el año pasado, en lo peor de la pandemia, en un momento en que sacar adelante cada concierto era toda una hazaña. Es de agradecer la valentía de la organización y, por supuesto, la valentía del público. Por lo que hemos vivido en el último año, sí es verdad que ha habido un acercamiento entre el público y el artista, entre los que a veces mediaba una especie de lejanía porque el artista se dedica a hacer lo suyo y el público a escuchar. He sentido en los últimos conciertos una idea que flota: qué bien que estamos juntos, qué bien que podemos tocar y escuchar, que somos parte de esto. Porque el público forma parte de la música. El intérprete no está solo en el escenario, el público y su energía son parte activa del propio concierto.

-Un ambiente de comunión…

-Sí, hay otra comunión, de vivir el momento, de saborearlo, de sentir el privilegio que tenemos. Todos estamos con los poros abiertos, con la sensibilidad a flor de piel. Estamos vivos y podemos compartir la espiritualidad de la música. Porque el arte es vida, no se pueden separar.

-¿Cómo le afectó la pandemia?

-En los primeros meses se canceló todo. Hubo iniciativas online en que participé y me alegré mucho porque encontré una manera de compartir. Pero nada va a suplir nunca, ningún streaming, ni de la mejor calidad, esa energía real que se genera en un concierto. Y tuve la suerte a partir del verano de poder trabajar, estuve en varios festivales, incluso en la República Checa. Después he seguido trabajando, porque España ha estado relativamente abierta aunque sea con aforos reducidos. Hay que recordar que Europa sigue cerrada. Lo próximo que tengo fuera de España, en junio, es en Francia. Ojalá pueda ser. Y Colombia en agosto. Todo lo que tenía programado internacionalmente se cayó, de modo absoluto.

-Había fundado usted su propio sello. ¿Ese proyecto está cerrado?

-No es que lo haya cerrado. Con Berli, que era mi sello, aprendí muchísimo. Fueron tres discos diferentes, tres viajes, tres aventuras, con música muy diferente. El primero, música española; el segundo, impresionista; el tercero alrededor de Scriabin, Chopin y Szymanowski. Disfruté mucho de la libertad de poder elegir, pero llegó un momento que veía que para acompañar mi carrera en los escenarios necesitaba una compañía que tuviera distribución internacional, y es que yo no lo conseguía porque mi catálogo era reducido. Apareció por el camino un sello alemán, Ars Produktion, un poco de casualidad. Yo grabé para tener como recuerdo un concierto en Viena y cuando lo recibí noté que me gustaba la honestidad que se sentía en el recital, el sonido estaba bien y el repertorio me seducía mucho. Reflejaba un momento vital, lo encapsulaba, de una manera en que yo me sentía identificada. Lo planteé a Ars, lo escucharon y lo lanzaron. Y a partir de ahí saqué también en Ars el siguiente, que salió en pandemia, aunque había sido grabado antes, dedicado a la música de Clara y Robert Schumann.

-¿Y ahora?

-Ahora estoy un poco quieta. He querido calmarme. Darle espacio a Schumann, ver dónde me llevaba. Si algo nos ha enseñado la pandemia es a parar, respirar, disfrutar de los conciertos, con la atención plena, de sentir cada concierto, cada repertorio. Ver qué me trae la vida. Ahora mismo no estoy pensando en el próximo disco.

-¿Es más difícil grabar desde que cayó el mercado del cedé?

-A mí, como intérprete, lo que me llama la atención de una grabación es que es parte de mi biografía sonora. El mercado discográfico de la música clásica sabemos que está muy de capa caída, pero sigo siendo de las románticas que cree que es bello tener ese recorrido grabado, para poder mirar atrás. Además, un proyecto discográfico no es solo grabar, es qué grabar, qué viaje contar, a mí me gustan los discos que tienen una historia. Por ejemplo, el último de los Schumann, indagar qué importante relación artística había entre ellos, además de personal. Siempre he tratado de contar una historia en mis discos. Eso es lo apasionante. En el proceso de grabar un disco, profundizas, te conoces muchísimo, aprendes mucho de ti. Y si grabas con un buen productor, y tienes la humildad de escuchar nuevas ideas, después elegirás cuáles son las tuyas, hay muchas posibilidades de poder absorber y crecer como artista.

«Creando seres humanos sensibles con las artes se crea una sociedad libre e igualitaria»

La imagen de la música clásica siempre ha estado asociada a la élite, la solemnidad, el divismo. Ahora hay gente joven como Judith Jáuregui, Javier Perianes, Gustavo Dudamel o Philippe Jaroussky que ofrecen una imagen más desenfadada, cercana…

-Bueno, la élite... No vienen las masas a los auditorios. Ya nos gustaría. Me gustaría que se viviera la música clásica con el ímpetu y el entusiasmo con que yo la vivo. La clásica tiene tanto que dar. Si lanzamos el mensaje a los jóvenes de que la clásica son muchísimas músicas: puedes descubrir que te apasiona el barroco, el romántico, la música francesa... Desgraciadamente sigue siendo algo minoritario. Y creo que el origen está en que no hay en el colegio ninguna disciplina musical, ni una asignatura de historia de la música, de acercamiento a esas emociones que traslada la música. Esa es la base de todo.

-¿La música en la educación es algo que sigue pendiente?

-Sí. Y está pendiente no ya para crear músicos, sino para crear personas con criterio. Una persona con una sensibilidad artística es una persona empática, abierta, flexible. Y creando seres humanos sensibles con las artes se crea una sociedad libre, igualitaria, democrática y tolerante. Los valores de la música tienen muchísimo que decir en los valores de la sociedad.

-No habla tanto de impartir lenguaje musical como de crear una predisposición a la escucha...

-De escuchar la música, de acercarla. Tener la posibilidad de descubrirla, de disfrutarla emocionalmente. Es verdad que para ciertas obras se necesita no una madurez de edad, sino una madurez emocional. Pero ya a un niño puede acercársele mucha música que le permita mejorar la capacidad motriz, la capacidad de análisis… La música estructura el cerebro, eso está probado. Hay música para todas las etapas e ir creciendo y avanzando en la hondura del conocimiento. Yo, estudiando la Wanderer, voy a la literatura romántica, voy a la idea de la naturaleza, voy a la reflexión, a la filosofía. La música reúne mucho del contenido del espíritu y eso es formar a una persona.

-¿Y en el repertorio contemporáneo se siente cómoda?

-Hoy decir «contemporáneo» es como decir «la clásica»; es decir, hay muchísimo. Muchos estilos, muy diversos autores. Yo me he centrado en el repertorio digamos ya histórico, he de confesar, y es bastante reciente mi clic con la idea de la responsabilidad de los intérpretes actuales de dar voz a la música de hoy. Me he responsabilizado de eso y estoy muy contenta de haber dado ese paso. El mes que viene estreno [mundialmente] un nuevo concierto para piano y orquesta español, Nocturnos de Andalucía, de Lorenzo Palomo [con la Orquesta RTVE, bajo la batuta de Guillermo García-Calvo], un compositor maravilloso. Es una obra que escribió originalmente para guitarra, hace veinte años, que giró por todo el mundo y que ahora la ha traspuesto para piano y orquesta, con lo que la partitura cobra otro horizonte sonoro totalmente diferente. He trabajado con algún otro compositor español, como José Luis Greco. Sí que es un campo en el que me he dado cuenta, me he hecho cargo, de esa responsabilidad. Y poco a poco, con naturalidad, me gustaría ir ahondando más.

-Comenzó usted muy temprano. Daba ya recitales antes de llegar a la adolescencia. ¿Se ve bien en la condición de niña prodigio?

-Nunca me sentí como una niña prodigio. Fue todo muy natural. Soy la pequeña de tres hermanas. En mi familia no son músicos. Mis hermanas sí tocaban el piano y había un piano vertical en casa. Mis padres siempre quisieron que nosotras tuviéramos esta formación más espiritual. Eligiéramos lo que eligiéramos, pero que tuviera que ver con una disciplina artística. Mis hermanas hicieron también ballet, etcétera. Parece ser que yo lloraba con el sonido del violín, y mi madre pensó «a esta niña con cuatro años le fascina el violín». Empecé a dar clases de violín, pero tuve una profesora terrible, que me decía que me iba a cortar los dedos. Todo un drama con cuatro años.

-Y lo dejó...

-Acabé por tirar el violín por las escaleras y dije que quería tocar el piano. Tuve muchísima suerte con mis primeros profesores de piano. Probablemente tenía una facilidad innata, física, para el instrumento, no lo podemos negar. Y a mí me encantaba tocar, crear historias, y es que empecé con Schumann, con el Álbum de la juventud. El descubrimiento emocional de Schumann, de todo su universo, que abarca todo lo que un ser humano posee dentro, desde la mayor ternura al mayor tormento... me acerqué a él desde muy pequeña. Mi profesor vio que lo que a mí me apasionaba era tocar y compartir, con mis compañeros, con mis padres, y desde pequeña me llevó al escenario, pero todo de una manera muy natural, muy inocente. Éramos un grupo de niños que tocábamos, que nos entendíamos.

-Solo eran niños que se divertían...

-Sí. Yo era una niña juguetona. Y tenía esa facilidad. A los 12 años el regalo de cumpleaños de mi profesor fue tocar ese mismo día mi primer concierto con orquesta. Siempre hecho con cariño y una familia que desconocía absolutamente el tema pero que veía que a mí me apasionaba tocar. Esa vía natural me ha ayudado mucho en mi vida, aunque luego la exigencia y el perfeccionismo llegan porque los músicos estamos programados así desde pequeños. Y además tuve escuela rusa. Pero el hecho de compartir la música nunca fue algo extraordinario. Nunca me lo hicieron ver así. Y se convirtió en mi vida. Con 14 o 15 años tuve muy claro que había que elegir.