José Manuel Caballero Bonald, poesía y memoria cosidas con los hilos del descreimiento y la independencia

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Fotografía de José Manuel Caballero Bonald, premio Cervantes 2012, tomada el 21 de febrero del 2017
Fotografía de José Manuel Caballero Bonald, premio Cervantes 2012, tomada el 21 de febrero del 2017 Juanjo Martín | EFE

El irredento compromiso con la libertad del escritor lo erigió en inesperado referente del 15-M. El escritor gaditano falleció el 9 de mayo en Madrid a los 94 años

11 may 2021 . Actualizado a las 10:17 h.

«Desde donde me vuelvo / a la pared, en medio de la noche, / desde donde estoy solo / cada noche, cautivo / bajo mi propia vigilancia, allí / me hallo según la fe que me fabrico / cada día. / Lavada está mi vida / en virtud de su asombro. Ayer, mañana, / viven juntos y fértiles, conforman / mi memoria conmigo. / Únicamente soy / mi libertad y mis palabras». Este conciso poema titulado Diario reencuentro, perteneciente a su libro Las horas muertas (1959), que data de hace más de sesenta años, podría bien resumir cuál ha sido el espíritu y la actitud con que José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) ha enfrentado la escritura y, por ende, la vida, en él indiscernibles.

Era ese breve poema casi un autorretrato entonces, en aquella gris posguerra, y lo fue hasta su fallecimiento -el pasado domingo, a los 94 años-: con su irredento compromiso con la libertad y su voz callada pero encendida, un referente moral, sus últimos libros cuajaron inesperadamente entre los jóvenes, incluso el 15-M adoptó como propio aquel canto a la desobediencia que era Manual de infractores, con el que había obtenido en el 2005 el Premio Nacional de Poesía. Caballero Bonald confesaba además su sintonía con las protestas, y aseguraba que su posición estaba al lado de los indignados, y que la poesía era un vehículo perfecto para lograr en el manejo de la lengua, y sin necesidad de hacer aspavientos, el «grado máximo de temperatura».

En su abundante producción la poesía y la memoria van de la mano, y cosidas con el hilo del descreimiento, la integridad y la independencia. Sin alharacas, siempre ha hecho lo que ha querido hacer, alejado de capillas literarias y amiguismos, lo que no afirma que la amistad faltase entre las muchas virtudes humanas que lo adornaban. Al contrario, como no se movía de su sitio, en soledad, con los suyos o cerca del mar, siempre lo encontraban los afectos donde lo habían dejado la última vez. Porque, con su sentido del humor, con su fina ironía, de sólidas raíces gaditanas, detestaba el ruido y la banalidad en que la sociedad se halla inmersa por inercia asumida e inducida. Él, que venía de la generación de los 50, y conocía lo que costó en España alcanzar la democracia, y por tanto sabía de su verdadero significado y valor, también de sus defectos, había compartido en un inicio la urgencia del realismo, con su debut en la novela, Dos días de septiembre (1962), premio Biblioteca Breve, en la que denunciaba la sociedad clasista jerezana, dividida casi medievalmente entre los señores del vino y los desarrapados.

Enseguida supo que su camino -ya lo advertía antes, en el poema citado, en 1959- estaba al margen de las grandes corrientes, que habría de buscarlo mirando dentro de sí, con la lente más metafísica, en las venas del crecimiento interior, el silencio y la soledad, aunque en su etapa final -subrayado por su actividad memorialística, que conforman Tiempo de guerras perdidas (1995), La costumbre de vivir (2001) y Examen de ingenios (2017); como también el gran poema autobiográfico Entreguerras (2012)- regresó en buena lid a la narración pegada a su época, un carácter testamentario que se solapaba con ese versificar que gustaba de la reflexión sobre la fugacidad del tiempo.

«Como un vaho gravita el anhelante / oficio de estar vivo y en lo hondo / de los drenajes de la soledad / los pájaros silencian sus generaciones. / Me llamo Nadie, como Ulises. / ¿Y quién responde? / Nadie: / una pared vacía, una página en blanco», clama José Manuel Caballero Bonald en Nadie, poema de su libro La noche no tiene paredes (2009).

Productor discográfico, letrista, exégeta, ensayista, amante y divulgador del flamenco

Pese a ser, confesaba, «un español sin ganas» y un hombre que deploraba los excesos patrioteros, Caballero Bonald dedicó buena parte de su vida a la defensa, la conservación, el estudio y la difusión del flamenco. Esta acendrada tradición andaluza no sería hoy lo mismo sin el concurso de su voluntariosa y exquisita contribución. Su amor y pasión por estas músicas lo llevaron incluso a animar, como poeta y letrista, una modernización que superase el neorromanticismo en que este arte parecía estancarse. Con ensayos como Luces y sombras del flamenco (1975), su propio sello Pauta, grabaciones de José Mercé, El Lebrijano o Antonio Mairena, su canónica colección de registros Archivo del Cante Flamenco..., dejó un legado imprescindible para comprender este rico universo.