Claudia Piñeiro: «Oír hablar a mi alrededor en Galicia es como estar en una fiesta familiar»

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Claudia Piñeiro, durante una visita a Galicia en el 2017
Claudia Piñeiro, durante una visita a Galicia en el 2017 MARCOS MÍGUEZ

La autora argentina sitúa en Santiago parte de su nueva novela, «Catedrales»

31 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La fe religiosa y el ateísmo, la familia como refugio y jaula, la memoria individual y colectiva y la cicatriz de un trauma confluyen en Catedrales (Alfaguara), la nueva novela de la escritora argentina Claudia Piñeiro (Burzaco, 1960). La muerte violenta de una adolescente es el disparador de una serie de acciones que se prolongan en el tiempo y que abordan siete voces distintas.

-La primera narradora es Lía, que abre el libro con la frase «No creo en Dios desde hace treinta años». Me recordó el comienzo de «Nada que temer», de Julian Barnes: «No creo en Dios, pero lo echo de menos».

-Muy buena frase.

-Su hermana Carmen, por el contrario, inicia su parte así: «Creo en Dios». Son dos visiones muy divergentes, opuestas.

-Justamente, lo que quise marcar es cómo a partir de una situación traumática, violenta, como es la muerte de una hermana a los 17 años, descuartizada, se extreman las posiciones. Cada una se fue para un extremo de ese vínculo con Dios: una se aferró y la otra decidió que si le había pasado algo tan terrible por qué tenía que seguir creyendo en Dios. Algunos me preguntan que por qué los personajes son tan extremos, pero nadie se pone a pensar qué relación tienen con Dios otros personajes, como Marcela o Alfredo, que son relaciones más intermedias. Marcela no habla de la religión, como tantos otros católicos que la han heredado y algún día van a misa, pero tampoco se plantean si tienen que dejar de serlo. Me parece que la novela tienen personajes con estos vínculos, que se exploran menos y son estos vínculos intermedios. Si me lo preguntasen en lo personal, lo que yo diría es «qué lástima que yo no creo». Porque la verdad es que sería más fácil. Pero son cosas que no se eligen. Llegas a una determinada conclusión y situación y tienes que mentirte a vos mismo. No sé si es una elección, creer o no creer. Creo que no.

-Lía acaba viviendo en Santiago, una ciudad construida a partir de un fenómeno religioso.

-Me parece que justamente había que poner a ese personaje, que se había atrevido a decir «Yo no creo en Dios», que ni siquiera se declara agnóstica, para una persona que ha tomado esa decisión, en una ciudad donde lo religioso está permanentemente puesto en escena, más allá de que algunos pueden hacer el peregrinaje porque pueden creer en determinadas cuestiones de la Iglesia católica y otros por turismo, pero hay una religiosidad en Santiago de Compostela que es evidente. Entonces, de alguna manera, esa decisión está puesta a prueba todo el tiempo. Y ella se va allí a construir su propia catedral, que es su librería, ante las tantas iglesias que puede haber en la ciudad, ella construye la suya propia.

-Si usted no tuviese antepasados gallegos quizá en vez de Santiago habría elegido otra ciudad.

-Sí, seguramente, Y además, más allá de los antepasados, es un camino que me gustaría hacer, algo que tengo pendiente. Es uno de los viajes que me gustaría hacer. Y he ido a Santiago y otras ciudades de Galicia por estos vínculos que tengo con esa parte de España. Mis cuatro abuelos eran gallegos, mi papá era gallego. Entonces, escuchas lo que se habla a tu alrededor y te parece que estás en una fiesta familiar, que estás escuchando a tus parientes hablando, con la misma tonada, la misma cadencia. Una elige no solamente lugares, sino gestos y conflictos, de gente que está alrededor tuyo y se lo ofreces de alguna manera a tus personajes.

-En el libro hay una relación intensa entre la fe y la familia, como si liberarse de una implicase también de la otra.

-Creo que en la novela la reflexión sobre la religión y sobre la familia están muy relacionados. Como decís vos, no solo trasladamos las religiones a nuestros hijos, en la tradición de la familia. Y las dos tienen esa cosa de absoluto, de que no se pueden cuestionar. No se cuestiona la Iglesia y no se cuestiona a la familia, que está por encima de todo, pase lo que pase. Y uno sabe que en las familias puede haber alguien que ejerza violencia doméstica, alguien que viole a sus hijos, que los lastima, pero los trapos sucios se limpian en casa y si escuchas a alguien peleando en el departamento de al lado dices, bueno, pues que lo resuelvan. Parece que esos absolutos se han empezado a mover y uno puede decir que una persona le hace daño, aunque sea de su familia, no puedes estar encadenado de por vida. Y con la religión pasa un poco eso, parece que cuando cuestionas parece que no respetas al otro, pero lo que ocurre es que muchas veces las religiones tratan de imponer agendas que no tienen que ver con la fe en sí misma, no tienen que ver con creer en Dios o Cristo o el dios de la religión que sea, excepto que los hombres dicen a posteriori lo que hay que tener en cuenta, que puede ser desde las relaciones sexuales hasta el aborto o el matrimonio igualitario o no. Todo son normas de los hombres, y no me refiero al genérico del ser humano, sino los hombres varones, que son los que mandan en las iglesias. Todo eso ¿por qué no se puede cuestionar?

-Precisamente el aborto es un tema crucial en el libro. ¿Coincidió la escritura con la marea verde?

-Es un tema que está en mi literatura desde mi primera novela. —Quizá tuve un vínculo mayor con las instituciones religiosas a partir del activismo. No con las instituciones, sino con lo que hacían. Porque nosotras, como grupo de mujeres feministas, actrices, escritoras, etcétera, íbamos a conversar con diputados, con senadores, nos encontrábamos con alguien que decía que estaba de acuerdo con la ley pero que un tanto por ciento importante de sus votantes son evangelistas «o voy a misa con mi familia y el cura desde el púlpito me dice cosas porque voy a votar la ley del aborto». Hay un diputado que lo corrieron dos monjas por la calle. Situaciones rarísimas. ¿Cómo puede estar pasando esto en el siglo XXI?

-En su novela un personaje muestra su extrañeza por el hecho de que la fe no pasaría la prueba de verosimilitud que se le exigen a muchas ficciones y, sin embargo, su poder es enorme.

-La verdad que no tengo una respuesta absoluta para este tema, habría que preguntárselo a gente que sea estudiosa del tema. Creo que detrás de todo esto está el temor a la muerte. Las religiones prometen distintas cosas pero todas te tranquilizan. Cuando dije antes que no creo más lo decía en serio, porque me puedo morir y que no voy a estar más en el mundo no me causa gracia, me inquieta, me incomoda y me molesta. ¿Cómo renunciar a esa promesa? A quien te promete que después de esto hay otra cosa y, además, cuando todo el mundo a tu alrededor dice que eso es así ¿por qué me voy a poner a pensar lo contrario, si es más tranquilizador pensarlo?

-También se menciona el hecho de que muchos son incapaces de concebir que alguien no crea, no tenga fe religiosa. Como si además no pudiesen llegar a ser personas completas, incluso buenas.

-Pero vos sabes que Richard Dawkins, que es el autor de El gen egoísta y escribió mucho sobre el ateísmo, dice que es el último closet del que hay que salir, que hemos salido de muchos armarios para decir tal cosa que el resto de la sociedad no ve bien, y que el que falta es este. Me pareció interesante la reflexión. En otro libro hay una encuesta en la que le preguntaron a la población de Estados Unidos si el próximo presidente fuera católico, protestante, judío, musulmán, lo votarían, y el porcentaje estaba siempre cerca de los 90. Cuando se preguntó si fuera ateo el porcentaje bajaba a cincuenta. Es una diferencia abismal. ¿Qué le pasa a la gente cuando alguien les dice que no cree en Dios? ¿No? ¿Qué ven ahí? Alguien que está fallado, de alguna manera.

-El trauma que supone la muerte de Ana afecta con gravedad a Marcela, su mejor amiga, que es incapaz de retener en la memoria lo que le ocurre a partir de entonces. ¿Que se apellide Funes es una referencia a Funes el memorioso, el personaje de Borges?

-Sí, sí. Es de esas clases de cosas que igual no debería hacer. Vas escribiendo y dices que si hay que cambiarlo ya lo harás más adelante y al final ahí quedó. Es un homenaje a ese personaje, que en realidad recuerda todo, al revés de Marcela, que no puede tener recuerdos de lo nuevo, aunque sí del pasado. Ahí hay también un personaje de la película Memento o del libro de Oliver Sacks El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, donde uno de los textos, que son casos clínicos, es un marinero que tenía este problema, pérdida de memoria anterógrada. Y vi muchísimo vídeos en YouTube de cómo se manejan en el día a día, porque se levantan, desayunan y luego no saben qué tienen que hacer. Van anotando cosas. La dificultad mayor para mí, más que verlos, que imaginarlos, era encontrar el discurso. Porque ¿cómo habla alguien que cuando quiere decir algo acude a su memoria y hay un vacío?. Qué hace, si mira lo que anotó, o lo inventa. De alguna manera tenía que transmitir esa operación que hacía Marcela, que tenía que reponer ese vacío con otra cosa. En ese sentido, la memoria, que es un tema que atraviesa mucho a mí país y al de ustedes, esa cosa de que uno se da cuenta de lo que vale la memoria cuando la pierde. Hasta para hablar con el otro tienes que tener memoria.