Las trágicas circunstancias familiares llevaron al filólogo a criarse, bajo la tutela de una cuñada, en Pontevedra y Lalín cuando tenía 7 años
27 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.«Acaba de morir, sentado en su casa y rodeado de libros, Gregorio Salvador, de la Real Academia Española. Tal vez, el último todavía en activo de los verdaderamente grandes. Era el académico perfecto». «Durante 17 años nos sentamos uno junto al otro en las comisiones y en los plenos. Fue él quien dio la réplica a mi discurso de ingreso en el 2003. Era mi padrino en la RAE, y uno de los hombres a los que más quise y respeté en mi vida».
Así, en dos tuits, daba cuenta el habitualmente beligerante escritor Arturo Pérez-Reverte del fallecimiento, este sábado, a los 93 años, del filólogo, dialectólogo y crítico literario Gregorio Salvador, que fue vicedirector de la Real Academia de la Lengua entre el 2000 y el 2007. Antes, había ocupado el puesto de bibliotecario y la presidencia de la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Doctor en Filología Románica, Salvador (Cúllar, Granada, 1927) era experto en lexicología y dialectología y ocupaba la silla q desde el 15 de febrero de 1987, cuando tomó posesión con un discurso que trataba precisamente sobre esa letra y al que le respondió, en nombre de la corporación, Manuel Alvar. Catedrático en las universidades Autónoma y Complutense de Madrid y La Laguna y Granada. Fue autor de una decena de obras filológicas, entre ellas, Semántica y lexicología del español, Estudios dialectológicos y La lengua española, hoy.
Tuvo una infancia muy difícil porque su padre se arruinó haciendo las Américas, tras hallar la fortuna -mucho tiempo después regresó a Granada-, y su madre murió de cáncer cuando él contaba seis años. «Uno de mis hermanos mayores se casó con una chica gallega y se fueron a vivir a Pontevedra. Me llevaron con ellos cuando yo tenía siete años. Aún recuerdo la casa de azulejos verdes, junto al río, en la que vivíamos. A la semana de empezar la guerra, llegaron a las tres de la madrugada y se llevaron a mi hermano, que era el delegado provincial de Trabajo. Salvó la vida porque lo reconoció un jurídico militar de los sublevados que había sido su amigo de la infancia. Estuvo en el penal de Burgos hasta 1941», relataba en una entrevista a Colpisa.
Su cuñada volvió entonces a su pueblo, en el municipio de Lalín. «Me fui con ella. Su familia se dedicaba al campo, y yo ayudaba en las tareas. Una de las pocas cosas que podía hacer un niño de mi edad era guardar las vacas. Como había muchos libros en aquella casa siempre me llevaba alguno», recordaba Salvador, que admitía que allí llovía mucho: «Esos días me echaba una capa por encima y con ella tapaba el libro para que no se mojara».