Blanca Riestra: «Escribir cuesta caro, y sigue costando caro a las mujeres»

Xesús Fraga
X. Fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

daniel mordzinski

La autora coruñesa publica «Últimas noches del edificio San Francisco», una novela ambientada en el cosmopolita Tánger de los años 50 y con la que ganó el premio Ateneo de Sevilla

11 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En la década de los cincuenta del siglo pasado Tánger era un enclave que atraía artistas y bohemios de todo el mundo. El matrimonio formado por Paul y Jane Bowles fue una de las presencias más célebres y ahora son protagonistas también de Últimas noches del edificio San Francisco (Algaida), la novela con la que Blanca Riestra (A Coruña, 1970) ha ganado el premio Ateneo de Sevilla. 

-Con Tánger tiene una vinculación tanto biográfica como literaria. ¿En qué momento ambas corrientes confluyen y se sientan las bases para que escriba esta historia?

-El libro de repente apareció. Yo llevaba ya años pasando el verano en Marruecos. En los últimos tiempos, bajábamos en coche, parábamos en Lisboa y en Tarifa y luego cruzábamos a Tánger. Y Tánger no se entiende sin la Librairie de colonnes, sin los Bowles, sin Chukri, sin toda esa pandilla. Leí mucho por placer, visité tugurios -hasta el hotel donde Jane se refugió con Cherifa en sus últimas escapadas-, y de pronto me apeteció ponerlos a hablar y contar mi versión de aquella historia, tan alegre y tan triste, al mismo tiempo.

-Ese Tánger de los años 50 era un lugar singular, un enclave internacional en el norte de África, a unos kilómetros de España, un puerto importante... y generó una actividad cultural y social muy peculiar. ¿Qué era lo que más le atraía de ese ambiente? ¿Ese «frenesí interior» de los tangerinos del que habla?

-Bueno, los marroquís son noctámbulos y tremendos, apasionados, fieles y traicioneros. La vida de todos aquellos artistas en Tánger fue increíble y, al mismo tiempo, no puedo evitar hacer una relectura colonial del asunto. Cuenta la leyenda que la amante marroquí de Jane, Cherifa, la envenenó con tseukal, un hechizo de amor. Me resultó inevitable hablar de eso, de la lucha de clases que subyace en cada una de las relaciones de aquellos artistas tan modernos con su entorno marroquí. Aunque fuesen iconoclastas y asociales, aunque experimentasen con el amor y con las drogas, no dejaban de ser unos señoritos.

-Jane y Paul Bowles son figuras importantes en el libro. Ella fue una escritora revolucionaria pero aún hoy se la lee menos que él. Supongo que escribir sobre ellos también fue una forma de reflexionar sobre sus vidas y sus obras: ¿cuál es su punto de vista después de Últimas noches del edificio San Francisco?

-Me parece muy interesante el tipo de relación amorosa que ambos propusieron: eran gays y vivían en pisos contiguos cada uno con su pareja -él con Yacubi, ella con Cherifa-, pero mantuvieron un compromiso mutuo hasta el final. Uno se pregunta, entonces, ¿en qué consiste realmente el amor y para qué sirve la pareja? ¿es necesario que haya sexo? ¿se trata tan solo de un tipo de amistad duradera? Subyace de todas formas una tristeza profunda en el desenlace de la historia, porque el problema es que nadie está completamente disponible para nadie, y quizás exigir esa lealtad absoluta sea una especie de tiranía muy injusta. Quise hablar también de la afasia de las mujeres escritoras, de cómo la sociedad las borra, las fuerza a callarse, mediante la condescendencia, mediante el desprecio. El caso Jane es especialmente sangrante, ella era la escritora de la pareja, Paul era músico y empezó a escribir tarde, pero, de los dos, fue el único que tuvo un éxito. Aunque ella era mucho mejor, revolucionaria, como dices, quizás porque escribió siempre desde la periferia, con absoluto desprecio del canon (era lectora de Céline). Y aún ahora es muy poco entendida. La incomprensión y la inseguridad la autodestruyeron.

-También William Burroughs hace su aparición...

-Burroughs, el hombre delgado, fue una presencia fantasmal en aquellos años, vivía en el Hotel Muniria, paraba por el Zoco Chico, por el Dean’s bar. En Tánger escribió su Almuerzo desnudo, en hojas sueltas. Desde Tánger escribía sin parar cartas a Ginsberg del que estaba enamorado, y que luego vino a visitarlo con Jack Kerouac. Ginsberg y Kerouac lo ayudaron a ordenar las hojas que empapelaban el suelo de su cuarto. Creo que en la novela Burroughs es un personaje cómico: a mí la verdad me hace mucha gracia.

-E introduce a otra escritora, Carmen Aribau: ¿qué punto de vista le permite su presencia frente a los Bowles o Burroughs?

-Bueno, Carmen Aribau es un personaje de ficción inspirado en Carmen Laforet que, efectivamente, vivió unos años en Tánger, se movió en el círculo de los Bowles y fue muy amiga de Emilio Sanz de Soto, que es el narrador. Me interesaba hablar de ella porque proviene de la España de Franco y ejemplifica en su propia piel el contraste entre la grisura de España y la libertad y la magia de Marruecos; también porque para mí es otro ejemplo sangrante de cómo escribir cuesta caro, y sigue costando caro a las mujeres. Lo natural es que nos callemos, escribir exige un egocentrismo y un exhibicionismo sobredimensionados que contradicen las expectativas que la sociedad nos impone. Para escribir es esencial tener ego, ser sujeto, y a las mujeres se nos ha educado siempre para que no lo tengamos o para que lo sacrifiquemos en el altar del servicio a los otros. Somos personal de servicio, también intelectual y emocionalmente, y eso es un problema.

-Es un libro protagonizado por escritores y el epílogo, con su recurso metaliterario, refuerza ese carácter de la obra...

-El epílogo es un chascarrillo. En el se explica el narrador del libro, que es un personaje real, Emilio Sanz de Soto, crítico de cine, español tangerino, hombre extraordinario, amigo de sus amigos. Las anécdotas que contaba sobre Jane eran encantadoras. El epílogo me sirve también para cuestionar el punto de vista que recorre el texto, y, que, evidentemente, no puede escapar de los clichés. Yo soy nesrania, pero tengo un pie en el mundo marroquí y comprendo que el orientalismo y el exotismo son trampas bastante antipáticas; demodés, incluso. Creo que el libro se rebate a sí mismo, en ese sentido.

-Hace casi veinte años que ganó el Ateneo Joven y ahora este libro es premio Ateneo de Sevilla. ¿Cómo cree que se verían (o de qué hablarían) esas dos autoras si se pudiese dar ese encuentro?

-Le diría a la Blanca joven que el camino es muy largo y que no se llega nunca. Me lo digo a mí misma todos los días. Escribir de, todas formas, es la excusa perfecta para muchas cosas, es una religión estupenda, como practicar un culto ancestral con sacrificios humanos: ayuda a seguir adelante, en los momentos difíciles.