Víktor Flores: «Conectar con Oporto y Lisboa fue clave para la música electrónica en Galicia»

Javier Becerra
javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

VIKTOR FLORES EN UNA SESIÓN
VIKTOR FLORES EN UNA SESIÓN CEDIDA

Hace 25 años que hizo su primera sesión en el club Vademecwm de Vigo, un local emblemático en el que fue DJ residente y que marcó un antes y un después

12 nov 2020 . Actualizado a las 07:27 h.

Lo que un día fue una pirueta a para ver qué ocurría, hoy es ya parte de la mejor historia de la música en Galicia. El 26 de octubre de 1995 Víktor Flores (Nigrán, 1974) pinchaba por primera vez en el Club Vademecwm de Vigo. No era el primer local que apostaba por eso en la ciudad. «Recuerdo descubrir el house de Chicago en el año 88 -señala-. Era un sitio del Arenal que se llamaba Op Art y ponían esa música. Me quedaba flipado. Había otro que se llamaba Propaganda, que tiraban por este tipo de electrónica belga, la electronic body music, algo más frío». Sin embargo, la experiencia en la que formó parte como DJ residente y programador fue mucho más allá. Trascendió a su ciudad y se convirtió en el gran punto de encuentro del noroeste peninsular para los amantes de la electrónica y el pop independiente.

-En 1995 el planteamiento de electrónica en Vademecwm era muy radical. ¿Cómo recuerda esos inicios?

-Fue duro. En Vigo tenía mucho peso la movida y los locales míticos de esa época. En los noventa en Galicia entró la parte más dura, el techno. Galicia y Asturias fueron más zapatilleros, por decirlo de alguna manera. Otro tipo de electrónica resultaba mucho más complicada de introducir. Recuerdo que a Julio [Gómez, el dueño del local] sí que le daba un poco la chapa ese público que venía de la época Ruralex. Decían que se habían vendido, que qué era eso de los DJ y que esto que hacíamos era bakalao. Es curioso, porque en los últimos momentos ese tipo de electrónica no estaba pasando sus mejores momentos. De repente, entra el trap y el rollo latino y ves a los DJ de entonces diciendo: «¡Esto no es música, esto es una basura»! [risas]. El abismo generacional es cíclico y ha vuelto a ocurrir. Me hace gracia. A mí no es que me guste mucho el trap, pero la chavalada ahora está ahí.    

 -Aquella fue una etapa dorada para la electrónica, en donde tomó un papel muy relevante. Había gente que dejaba de escuchar música de guitarras y decía que el futuro estaba ahí. Existía una esperanza grandísima y los subestilos surgían cada dos meses. ¿Era tan excitante?

 -Sí, cuando se dice que era una música de vanguardia es cierto. La prensa inglesa cada mes se inventaba una nueva etiqueta y todo evolucionaba a velocidad de vértigo. Todo era muy nuevo. Apenas había revistas. Había fanzines y muy poca radio. Yo colaboraba en el fanzine Disco 2000 o Undersounds. Cuando les decía que iba a Oporto a ver a tal DJ americano no se lo creían, porque era gente que no había tocado en Madrid o Barcelona. Y nosotros teníamos esto a una hora y pico en coche. Ese peregrinaje fue importantísimo. Conectar con Oporto y Lisboa fue clave para la música electrónica en Galicia. Nos ligamos con la gente de Kaos Records, que eran los que promovían las grandes fiestas y clubes en esa época. Entonces estaba todo empezando y si que existía esa sensación.

VÍKTOR FLORES EN SU PRIMERA SESIÓN EN EL CLUB VADEMECWUM EN EL AÑO 1995
VÍKTOR FLORES EN SU PRIMERA SESIÓN EN EL CLUB VADEMECWUM EN EL AÑO 1995

 -¿Dejar de mirar a Madrid y Barcelona y hacerlo a Portugal fue el gran descubrimiento? 

 -En los ochenta ya se habían hecho algunos intercambios de festivales, había algún precedente. Pero sí, en nuestro caso resultó fundamental. Nos bajábamos cada semana allí a comprar música, porque aquí no la encontrábamos. Aquello era una locura. Ibas a Oporto y las tiendas estaban llenas de house americano, cosas que en Vigo eran imposibles de encontrar. Después, llegaron los clubes con los que hicimos conexión. Empezaron a venir todos a pinchar aquí y nosotros allí. Se movía muchísima gente, incluso con autobuses. Se hizo un trasvase muy potente, tanto de DJ como de público. La conexión fue muy interesante entre 1995 y 2000. Más adelante, abrimos la tienda de discos Sinsal y nos asociamos con Materia Prima en Oporto y conectamos con Lisboa. Conseguíamos, por ejemplo, un DJ que llegaba de Alemania. Se hacía un vuelo a Oporto. Lo bajamos en coche a Lisboa  el jueves. El viernes tocaba en Oporto y el sábado en Vigo. Un único vuelo y costes compartidos. Gracias a eso pasó por aquí gente muy potente, sobre todo de la escena alemana, del sello Kompakt y demás. Fue una locura. Cada semana bajando y subiendo artistas. 

 -¿Qué queda de eso? 

 -Pues precisamente ahora trabajaba en esta línea, desde que me volví de Madrid. Estaba programando la nueva etapa del club Mondo. Yo soy muy defensor de la eurorregión de Galicia y norte de Portugal en todos los ámbitos. Julio, también. Yo estaba recuperando con otros actores diferentes esa colaboración. Bajaba mucho a Oporto, con la gente que opera ahora para volver. Tenía varios artistas para abril, mayo y junio. Y todo se fue al garete. Ya veremos cuándo se puede recuperar. Para nosotros es más vital que para ellos. Oporto está on fire total. Hay mucho potencial para compartir cosas y eso no lo deberíamos perder.

 -Volviendo el pasado, ¿recuerda algún hito especial de esa época de Vademecwm?

 -Muchos. Julio es alguien que, si no existiera, había que inventarlo. Lo que lleva haciendo toda la vida es muy grande. Siempre tuvo una visión para descubrir a esos artistas que sabe que lo van a petar, pero antes de que lo hagan, cuando todavía te puedes permitir traerlos. En Vademecwm con el tiempo se establecieron dos líneas de trabajo. Una era la noche con los DJ, que abríamos a las tres de la mañana. Pero después, el club lo utilizábamos para conciertos a primera hora, diez u once de la noche. Era un público totalmente diferente. Ahí se hicieron cosas muy locas. Por ejemplo, el concierto de CocoRosie y Anthony and The Johnsons, un miércoles para 60 personas. Es de los que unos años después dices ¿y esto cómo ocurrió?

 -Sobre ese legendario concierto hay tanta gente que asegura haber estado allí que parece que fue en Castrelos en lugar de Vademecwm.

 -[Risas] Sí, como el fundacional de Siniestro Total o el  de Rockola de Madrid. Pero te aseguro que fueron solo 60 los que pasaron por taquilla. Después, hubo cosas muy locas como Khan con Julee Cruise, la cantante de Twin Peaks, que era una diva tremenda. Y muchos más. También con los DJ. Por ejemplo, Luciano, el chileno que ahora es el rey de Ibiza. Antes iba de un rollo más underground y estuvo tres o cuatro veces en Vade. Los presupuestos que manejábamos eran muy pequeños. Yo llevaba el booking con los DJ internacionales y siempre tenía que estar llorando, diciéndole que no era Barcelona, París ni Londres, que éramos una sala perdida en una zona de España mal comunicada, pero te va a molar mucho el rollo. A base de dar la chapa, conseguimos que se corriera la voz entre ellos. Por ejemplo, los alemanes de Kompakt lo sabían: no es el sitio donde mejor te van a pagar, pero te van a tratar guay, te lo vas a pasar genial, Vigo mola mucho, el pulpo, no se qué… Y conseguimos tirar de eso.   

-De ese modo, Vademecwm se convirtió en una especie de «sala de Galicia» para determinado público. Ibas a un concierto y estaban 30 de Ourense, 25 de Santiago, 30 de Lugo, 15 de A Coruña… y con ese puzle se hacía sostenible.

 -Sí, es así. En la parte del club ocurría lo mismo. Existía un movimiento de gente muy grande   

 -Crearon marca y lograron que la gente incluso fuera a ciegas, sin conocer muchas veces a los grupos. ¿Le generaba orgullo?

 -Sí, eso derivó luego en el festival Sinsal, con los famosos carteles secretos. La idea es fiarse del programador. Si de cinco cosas que trajeron que no conocía, me han molado todas, estas cinco que traen ahora seguro que me gustan. Eso sí que se logró. Luego, las agencias de management se sumaron. Al principio es complicado. Cuando te presentas, lo primero que te dicen es quién ha estado antes. Una vez que muestras la hoja de servicios, la gente ya ve que no lo haremos tan mal y todo es más fácil. 

-Diferencia conciertos y sesiones de los DJ. Julio Gómez comentaba que, pese a los intentos, eran mundos diferentes donde raramente se mezclaban los públicos.

 -Así era. Los conciertos terminaban y a veces se enlazaba y nos poníamos a pinchar. Pero en cuanto la gente oía el primer beat de electrónica se largaba. Y con el público de la electrónica ocurría al revés. Llegaban cuando llegaban. Tenían su plan de fiesta montado, porque en Vigo encontes había un montón de locales de electrónica para cubrir toda la noche, antes y después de ir a Vademecwm. Solo unos pocos hacían el trasvase entre los dos mundos. Eran compartimentos estancos.

 -De todo aquel «underground» y de lo que se hacía en otros clubes como el House Café de A Coruña, salieron luego proyectos muy ambiciosos en Galicia en forma de festival. Destacaron a nivel nacional e internacional con propuestas muy valientes y arriesgadas.

-Sí, cosas como el 981 Festival, Sinsal o el WOS no es que sean de valientes. Es que, si lo ves bien, son propuestas un poco suicidas. Porque es difícil en todas partes, pero vamos yo creo que es más fácil sacar un Mira Festival en Barcelona, que es en la onda del WOS que hacerlo en Santiago. Que hasta hace poco no había nada y de pronto tienen algo así. 

-Estuvo en la Red Bull Music Academy y sigue ligado a la marca. Esto, en cierto modo, simboliza una etapa posterior: la de las marcas apostando por la música, patrocinando festivales y propuestas culturales. ¿Cómo se metió ahí?

-Había visto en Internet algo de este proyecto, pero siempre con los plazos cerrados. Hubo un DJ alemán que vino a tocar a Vade, que era colaborador del proyecto. Me dijo que mandase la solicitud porque, aunque fuera difícil, si me cogían era un proyecto que me iba a cambiar la vida, que era muy enriquecedor y valía mucho la pena. En el 2003 se celebraba en Ciudad del Cabo y lo mandé. Tuve la suerte de que me cogieron como participante español. De unas 2000/3000 solicitudes había 60 plazas. Fui a Sudáfrica y me pasé dos semanas escuchando charlas de gente de primer nivel como Hugh Masekela, que nos hablaba de cómo él y otros artistas negros sudafricanos luchaban contra el apartheid a través de su música. O Bob Moog, el interventor de los sintes que llevan su nombre. Conocí a muchos artistas jóvenes relacionados con el tema club. Eso era muy diferente y más inspirador que todo lo que me había encontrado hasta ahora. Después, la conexión con el resto de los participantes. Hacer enlace con americanos, alemanes, eslovacos… gente con la que sería difícil cruzarse. Fue algo increíble. Cuando me volví para aquí quería seguir vinculado al proyecto. La marca deseaba que fuese embajador en la zona y estuve ligado dos años. En el año 2005 hubo una vacante en el departamento de comunicación y me fui para allí. En el 2011 pasé a dirigir el departamento de márketing cultural, que es el que hace todas las acciones de la marca relacionadas con la música. Aquí se apostaba por un proyecto muy a largo plazo. Durante todos estos años veía en los patrocinios de festivales el vaivén de las marcas. Es algo que siempre cuento en los másters y las charlas. Una marca  entra en música un año a tope, se compra el escenario principal de un festival, le pone el naming, hace las acciones que tenga que hacer y al año siguiente ese territorio ya no interesa. La marca se va a al golf o cualquier otra cosa. Yo entiendo que las marcas tienen que ir haciendo prueba-error. Pero también ocurre que hay muchas veces donde no hay una estrategia a largo plazo pensada. 

-Cuando empezó usted, llegar desde el mundo de la electrónica las instituciones era mucho más complicado que hoy en día. ¿Cómo  ha cambiado?

-Mucho, en todos los sentidos. Por un lado, en aquel momento de desconocimiento tan grande las instituciones ni se daban cuenta de lo que se hacía. De nuevo, mirando a Portugal, recuerdo que estos promotores del sello Kaos hacían unas fiestas increíbles en el Castillo de Montemor-o-Velho , que es una fortaleza medieval. Metían un montón de gente. O aquí, el Multiusos del Sar o cosas en A Coruña con el Xacobeo. Digamos que al principio no se sabía muy bien de qué iba la cosa. Después, empezó toda la mala prensa por cosas que sucedieron. Yo estaba haciendo eventos en Matadero de Madrid cuando ocurrió todo el tema del Madrid Arena. Entonces, a todos los espacios municipales que acogían música nos cortaron la actividad, tanto a nosotros como el Primavera Club y muchos otros. Muchas instituciones no podías ni tocarlas, por todo el follón que se montó, con razón. Esos momentos fueron muy duros para hacer cualquier actividad, sobre todo en espacios municipales. Nosotros también hacíamos la batalla de los gallos con menores. Eso fue muy delicado en cuanto a los requerimientos de seguridad. Ahora mismo ya se lleva muchos años operando en este tipo de espacios. Aquí tuvimos el caso de Manuel Olveira haciendo el Lost In Sound en el CGAC, en 1999. Aquello fue muy arriesgado. Yo recuerdo que estábamos pinchando en las salas del museo y la gente fumando y tomando cubatas. Algo que hoy sería impensable. Pero hoy hay cantidad de espacios que acogen electrónica. Se ha perdido el miedo por parte de las instituciones. Por suerte todo eso ha cambiado. Lo ves en Santiago, por ejemplo. El WOS hace un concierto en la Iglesia de la Universidad, en el teatro Principal y la Fundación Granell y no ocurre nada. O el colectivo Fanzine, que opera en la Fundación Luis Seoane de A Coruña. Por suerte eso ha cambiado para bien. 

VÍCTOR FLORES EN UN DEBATE SOBRE INDUSTRIA MUSICAL CELEBRADO EN LA FUNDACIÓN PAIDEIA EN EL AÑO 2017
VÍCTOR FLORES EN UN DEBATE SOBRE INDUSTRIA MUSICAL CELEBRADO EN LA FUNDACIÓN PAIDEIA EN EL AÑO 2017 PACO RODRÍGUEZ

-Ese asentamiento por lo general genera un movimiento a la contra, que busca de nuevo la transgresión, el «underground» y el ir contracorriente. ¿Se encuentran con eso en la música electrónica que ya forma parte de la cultura oficial como el jazz o el folk?

 -Sí, sin duda. Dentro de la propia electrónica ocurre. Hay mucha gente que recela de los grandes festivales porque los ve como un festival de marcas. Llegas allí y ves que es un circo en realidad, con impacto de marcas por todos lados. En el mundo de los clubes, no tanto. Pero a otra escala de espacios públicos sí que se puede dar. Ha habido una cierta corriente de vuelta a los orígenes. Al final, el fenómeno de las raves secretas e ilegales siempre ha estado ahí. No es un campo que domine mucho, pero sé que en los últimos años ha tenido en algunos territorios un resurgir. Funcionan como cultura libre y al margen de los clubes. La gente considera que pagarle 10.000 o 20.00 euros a un tío por pinchar discos es una locura. Hay una gente que quiere estar totalmente fuera de eso. Hasta donde yo sé con todo lo que hemos vivido este año se ha incrementado bastante ese tema. Sobre todo, en los meses de más restricción. Y lo que vendrá.

-El de la electrónica de baile es seguramente el público más castigado en la música por las restricciones de la pandemia. En este contexto, un club es algo imposible.

 -Sí, este verano ha habido mucho de eso, sobre todo en Madrid y en el sur  Y ahora, con este invierno tan largo que nos llega, veremos por dónde tira todo esto. Imagino que habrá mucha reunión clandestina en garajes, pisos o casas rurales. La gente no va a dejar de celebrar por muchas trabas que se pongan. Veremos a dónde lleva esto. El horizonte de reapertura de los clubes es muy incierto y no sé cuántos podrán aguantar. De hecho, ya se de algunos, en Madrid o Asturias, que ya no van a levantar la persiana. Es decir, habrá un cribado importante.

 -Lo decía antes: el «trap» y reguetón generan la misma controversia que la electrónica en los noventa. ¿Siente el déjà vu de lo que protagonizaron ustedes? 

 -Tú hoy a la gente joven les hablas de electrónica al uso, house o techno, y te preguntan qué es eso. Para ellos se trata de algo totalmente desfasado, la música de sus hermanos mayores e incluso, en algunos casos, de sus padres que les dicen: «Yo fui el primer Sonar y allí me las pegué pardas». Hay un abismo generacional que ha derivado hacia el trap o los ritmos latinos. O incluso la perversión, en el buen sentido, de todo. En algunas sesiones en Madrid alucinábamos un poco cuando veían los DJ que ponían techno seguido de reguetón, perdiendo totalmente los prejuicios entre etiquetas. Se ve mucho en ciertos colectivos como, por ejemplo, los de reguetón feminista. Ellos ponen algo muy comercial seguido de algo muy underground, no como en nuestra época en la que estabas o en un lado o en otro. Ellos, no. 

-¿Tiene esto la misma fuerza que pudo tener aquella electrónica de los noventa? 

-¿Dejar un poso al nivel de que dentro de 20 años hablemos de que en la segunda década de los dosmiles fue la época del trap, el reguetón y los ritmos urbanos? Pues eso ya me es difícil de adivinar. Creo que ahora se aceleran y se queman mucho más los ciclos. Entra todo con una fuerza tremenda. Hace un impacto brutal con las redes, el streaming y todo eso. Pero también creo que se quema más fácilmente.

-Ojo, ya hay gente que reivindica el reguetón antiguo en contraposición al actual. 

 -¡El puro, claro! A mí se me hace muy difícil vaticinar si esto tendrá un poso potente. Antes teníamos las décadas muy marcadas con los estilos y los movimiento. Con el tiempo eso se ha perdido.