Vida de un político municipal corrupto, contada en un monólogo de 17 minutos

HÉCTOR J. PORTO REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Elena Palacios

El escritor explora la humanidad de un delincuente del pelotazo urbanístico

12 oct 2020 . Actualizado a las 14:19 h.

Los villanos de guante blanco de Alexis Ravelo (Las Palmas, 1971) no suelen mostrar muchos matices psicológicos, son más partidarios de la actuación que de la reflexión. «Por peso de argumento y desarrollo del conflicto, no me da tiempo a ahondar demasiado en estos personajes, mostrar su lado más humano, profundizar», admite este sólido autor de género negro para incidir en que el tratamiento que les da tiende a ser conductista: «Sabes de los personajes por cómo actúan, no por lo que piensan». El escritor llevaba un tiempo dándole vueltas a eso, quería montar un argumento que le sirviese para hablar de los grandes malos, del ser humano que hay tras estos poderosos.

No era algo nuevo para Ravelo, que, asegura, se pasa la vida obsesionado con temas y rastreando argumentos que le sirvan para abordar esos temas. «Y es que el oficio consiste en lo siguiente: encuentras una buena historia y luego tienes que buscar la mejor manera posible de contarla. Lo que hacía Delibes, que iba cambiando de estilo en cada obra porque la historia era la que le decía cómo había que contarla», recuerda.

Hete aquí que, providencialmente, cayó en manos de Ravelo un suceso increíble, leído en un periódico, que supuso el pistoletazo de salida para escribir Un tío con una bolsa en la cabeza (Siruela). «Se trataba de una concejala de un municipio turístico de Tenerife a la que atracan al salir de su casa unos ladrones chapuceros, que le ponen una bolsa en la cabeza para que no los vea, pero al irse se olvidan de quitársela. Esta mujer, por suerte, se salvó porque tenía un móvil último modelo con sistema de accionado por voz. Con la nariz encendió el teléfono, le pidió que llamara a una amiga y esta avisó a la policía. Así logró sobrevivir. Qué historia hay aquí, me dije. Lo que pudo pasar la víctima en esos diez minutos. Si atendemos a lo que nos dice el profesor López Aranguren, en el acto final del fallecimiento nos pasa toda la vida por delante».

Ravelo había leído novelas como La muerte de Artemio Cruz, que trabajaban ese tipo de monólogo interior en que el personaje que va a morir repasa su existencia. Vio así la posibilidad de contar, a través de la conciencia de un alcalde, 40 años de corrupción en un pueblo (y de paso en España) en 17 minutos de ficción. Era la oportunidad de trabajar el discurso interior, técnica que había tocado solo puntualmente y lo seducía. Pero, ¿por qué 17 minutos? La novela, replica, precisó de documentación -aunque aprovechó la ardua labor ya realizada con los expedientes judiciales de numerosos casos de corrupción urbanística para La ceguera del cangrejo, su libro anterior- y trabajo de campo. Ríe con ganas antes de explicar: «No sabía cuánto tiempo podía estar alguien sin respirar con la cabeza dentro de una bolsa. Lo comprobé. Me puse una bolsa un día... y llegó mi pareja del trabajo cuando estaba yo cronometrando, y me dijo: ‘‘¿Qué haces, tío?’’. La verdad es que tengo más o menos las características del personaje que buscaba: no llego a los 50 años pero ya voy enfilando, soy fumador, no soy deportista; y me dije: ‘‘Lo que aguante es lo que puede aguantar este’’».

Sin puntos y aparte

Con esos 17 minutos Ravelo juega, manejando el tiempo. «Eso, en literatura, con Proust, luego con Virginia Woolf, y después con Joyce, ya lo tenemos más que asumido. Y el tiempo psicológico del personaje lo puedes alargar, estirar, a través de digresiones, ralentizarlo todo lo que quieras. Me apetecía trabajar así, con el monólogo. La novela, de hecho, no tiene puntos y aparte, porque el flujo de pensamiento no se detiene. Incluso estaba concebida inicialmente como un solo párrafo, pero al final creí que debía dejar que el lector respirase de vez en cuando. Y estructuré la narración en capítulos. Por la única razón de evitar que el lector se asfixie. Con que se asfixie el personaje tenemos bastante [ríe de nuevo]».

Es todo un desafío. Ravelo, que, dice, siempre sopesa el hipotético lector -que si esta novela puede tener tal público objetivo-, solo pensaba en cómo había que contar la historia. «Fui absolutamente egoísta por una vez. Y entiendo que el resultado se deja leer. Pero me interesaba ponerme a prueba, demostrarme que lo podía hacer», confiesa.

«Siento mucha ternura por los pequeños delincuentes» 

Alexis Ravelo radiografía un tipo de ser humano muy específico, al que trata de entender. En el paso del cacique franquista al alcalde corrupto. No busca tanto la denuncia como retratar su intimidad, su familiaridad. «Quiero saber cómo las personas nos vamos corrompiendo hasta llegar a ser así. Es muy fácil decir Gabrielo [el patriarca de la novela] es el malo. Pero cuáles son los mecanismos que hacen que alguien serio, honrado, pueda entrar en la rueda».

El narrador no acepta que haya personas buenas o malas. «Todos hacemos cosas buenas y malas. Cuando haces más cosas buenas que malas eres bueno. Pero desequilibrar la balanza es muy sencillo. Sobra -incide- con que tengas una ambición y debas saltarte un par de reglas para lograrla».

Es un sistema. Se trata, prosigue, de fidelizar a la clientela por medio de pequeños favores que al final se van convirtiendo en un precio. «Vivimos en un modelo económico que a su vez ha dado un modelo político en el que se propugna el crecimiento constante, la ambición constante. Hay un concepto, que es el de estancarse, cuando tú empiezas en un oficio o en una carrera... Siempre se te está presionando: avanza, sube, estancarse es malo. Y yo soy de los que piensa que los estanques están llenos de vida. No hay por qué estar creciendo siempre. Lo que hace que muchos negocios pervivan es el estancamiento: sigo trabajando en lo mío y sigo funcionando. Pero vivimos en un modelo económico que siempre está fagocitando para al final devorarse a sí mismo. Es como el deporte de moda, el running, corre tú solo, compite contra ti mismo... Nunca es suficiente. El running es la metáfora perfecta del sistema en el que vivimos», afirma.

El criminal poderoso, dice, habita frecuentemente sus novelas, aunque sea entre bambalinas. «Siempre hay unos grandes delincuentes que han hecho algo que sirve como detonante o como catalizador de lo que les ocurre a mis pequeños delincuentes. Hace tiempo que no escribo sobre quinquis. Yo trabajo a gusto con los tipos de medio pelo y voy a volver a ellos. De hecho, me está rondando una novela sobre pequeños atracadores y traficantes. Las llamo mis novelas mugrientas. Es un ámbito que adoro, siento mucha ternura por esos personajes. Me encuentro muy cómodo hablando sobre ellos porque son los tipos de mi barrio, del barrio donde me crie. He andado toda mi vida entre estas gentes. Es tema que conozco bien, no tengo que documentarme», ironiza Ravelo.