Nick Nolte y Charlotte Rampling exploran el fin de la humanidad en el filme de Jonathan Nossiter «Last Words»

José Luis Losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

Fotograma de la película «Last Words», dirigida por el realizador estadounidense Jonathan Nossiter
Fotograma de la película «Last Words», dirigida por el realizador estadounidense Jonathan Nossiter

«The Dark & The Wicked», obra del cineasta tejano Bryan Bertino, se perfila en esta 53.ª edición del festival de Sitges como la película de terror de la temporada

09 oct 2020 . Actualizado a las 20:19 h.

El Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Sitges -en su 53.ª edición- que abarca tantos sones -los que van del fantastique más exquisito al horror de culto- tocó este viernes todos los palos y salió con brillantez de todos los envites, desde la distopía al miedo pánico, pasando por el thriller enraizado en lo cotidiano y por la sesión de humor negro, bien alineado.

Hace ahora una década, por no sé qué extraña conjunción, tres autores bien diversos como Abel Ferrara, Bela Tarr y Lars Von Trier ofrendaron sus visiones del día del fin del mundo en las soberbias 4:44 Last Day on Earth, The Turin Horse y Melancholia.

En un año como este parecería oportunista cargar las tintas sobre escenarios apocalípticos. Pero es que Last Words, dirigida por el norteamericano Jonathan Nossiter, se filmó antes de la explosión pandémica. Tenía reservada plaza en Cannes y ahora ha llegado a este otro Mediterráneo para contar una manera de extinción de la humanidad a través de los ojos vírgenes de un africano -cuando ya África ha quedado sumergida- y de un viejo clochard encastillado en las ruinas de la Cinemateca de Bolonia, al que da vida ese gigante de la interpretación llamado Nick Nolte.

En el planeta desertizado que Jonathan Nossiter perfila en Last Words hay ecos poéticos y elegíacos que remiten a La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos. Y en ese recorrido de últimos hombres vivos reserva el largometraje un bucle bellísimo por el cual el cine primitivo es el lenguaje en que estos agonistas filman su muerte en directo, la ceremonia de los adioses de la humanidad. En esa comuna de elegidos para la última cena están Charlotte Rampling en su espléndido invierno, Stellan Skarsgård y Alba Rohrwacher.

Hay igualmente mucho de sorprendente en la solo aparente facilidad con la cual el realizador Bryan Bertino te atrapa y te enraiza en una atmósfera de terror químicamente puro en The Dark & The Wicked.

En esa cabaña donde un hombre agoniza y sus seres queridos aguardan su final confluyen afluentes que van de las más oscuras pesadillas lynchianas al territorio Lovecraft de las granjas malditas, pasando por guiños a La noche del cazador. Te sumerge esta cinta en la impenetrable y ancestral hora del lobo, en los aullidos del coyote, en la exhalación del mal como esencia. Y lo hace de un modo tan poderoso que te quedan pocas dudas de estar viendo ya un clásico súbito del cine inmanente que ahonda en los atávicos mecanismos del pavor.

No esperas mucho de la holandesa Tailgate, precisamente por que proviene de ese país tan frugal a la hora de aportar talento al celuloide. Pero te encuentras con una relectura proteica del esquema que Steven Spielberg canonizó con su obra de sabio aún siendo primerizo El diablo sobre ruedas. Tailgate es tan simple como efectiva en su desarrollo de ese camino hacia la locura que comienza cuando tienes la mala idea de abroncar en la carretera al conductor equivocado, a ese hombre del saco sentado al volante.

Y es ocurrente y bizarra la comedia macabra Vicious Fun, con ese club de autoayuda de asesinos en serie anónimos como idea loca pero felizmente estirada.

Todo este torrente de cine con capacidad para la agitación deja fuera del marco del día a la película catalana La vampira de Barcelona, de Lluís Danés. El material que maneja posee un potencial fastuoso, el caso real de Enriqueta Martí, a la que se atribuyeron la desaparición de varios niños en el Raval de principios de siglo XX. Pero Danés ahoga cualquier solvencia dramática al contar con brochazos y subrayados lo corrupta que era la clase alta barcelonesa, en esta trama de conspiración infumable. E indigerible en su estética que embellece lo sórdido. Y que colorea aleatoriamente manzanas o hemoglobina como Spielberg niños judíos en La lista de Schindler. Pobre vampira.