Sharunas Bartas rememora la ocupación soviética de lituania en «In The Dusk»

jose luis losa SAN SEBASTIÁN / E. ESPECIAL

CULTURA

El realizador, Sharunas Bartas (i), posa junto a la ayudante de dirección, Alina Lukosevic, antes de presentar su película  Sutemosa/In the dusk
El realizador, Sharunas Bartas (i), posa junto a la ayudante de dirección, Alina Lukosevic, antes de presentar su película Sutemosa/In the dusk Juan Herrero

El dramita sobre amor y cáncer «Supernova» y el docu buenista en torno a familias desestructuradas «Courtroom 3H» te sacan de la sala apalizado

23 sep 2020 . Actualizado a las 20:49 h.

Después de una primera mitad de festival en la cual la sección oficial se movía en un entrambasaguas bastante razonable, la jornada cayó ayer a plomo con dos películas de esas que, antes de que te dé tiempo a removerte media vez en la butaca, eres consciente de que te han condenado al hastío semi infinito.

Nunca entenderé las querencias de tantos guionistas y directores por manosear las enfermedades terminales en argumentos relamidos que tratan de sumergirte con sus bandas sonoras empalagosas, con su enfatismo de primero de autoayuda, en lo importante que son el amor y la familia en esas circunstancias. Asumes que son cineastas incapaces o sin escrúpulos -aquí creo que se da confluencia de ambos factores-- y sufres Supernova, que quiere ser el culmen de la feel good movie y de la muerte a crédito. Su director, Harry Mcqueen, de quien no había noticias -y confío en que no vuelva a haberlas- te empapela de colorinches la ceremonia de los adioses de una pareja cool de escritor y pianista -Stanley Tucci y Colin Firth- y te anima a convencerte de que morirse poco a poco es algo bárbaro, muy molón, que te da pie para hacer fiestuquis y reunir a la familia. Para montarte road-trip en caravana mientras de fondo suena Donovan. Y para abrazarse mucho en las noches y convencer a tu pareja de que no adelante su cita con la parca en una sobredosis de barbitúricos. También de que, al final, todos nos fundiremos en el cosmos y nuestras orejas pasarán a ser parte del magma intergaláctico.

Es indescriptible la insolvencia del guion de Supernova, que se reduce a volver una y otra vez sobre la gran despedida, a subir y bajar el yoyó de la aceptación de ese mutis vital. Mcqueen enreda 93 minutos y parecen novecientos. Pobres Tucci y Firth, actores sobrios obligados a tanta carantoña. Cuando la imagen de ambos se funde en un ansiado final y te aprestas a saltar de la butaca, de nuevo se ilumina la pantalla. Y no te ahorran un momento muy Richard Clayderman, con Colin Firth acariciando un piano nuevito. Aún luego te indican en la sala que aguantes hasta el último crédito y a que las luces se enciendan, para salir en orden. Pero de esto la culpa la tiene el covid. Y es la única decisión razonable de toda la función.

Hay que decir que ya venías con el cuerpo y las neuronas apaleados tras comprobar que Antonio Méndez-Esparza, español que ha rodado todo su cine en Norteamérica, debe de ser una muy buena persona pero qué dios lo bendiga, qué pereza te produce su buenismo sin fin, que en el documental Courtroom 3H se centra en un Tribunal de Menores de Florida y en sus decisiones sobre a quién quita u otorga la custodia de hijos de familias desestructuradas. Por mí que le den a Esparza todos los premios de jurados ecuménicos o catoliquísimos del circuito de festivales. Pero que se los den ya, sin que se presente. Que se negocie eso en serio y se nos ahorren estas dos horas ante una cámara que filma sin saber hacerlo la mecánica minuciosa de un proceso judicial. Intuyes que Esparza quiere hacer de Frederick Wiseman, el sabio documentalista del funcionamiento del mundo y de sus instituciones. Lo piensas y se te ocurre lo que opinaría Wiseman de ese juez nada salomónico de Courtroom 3H, que parece el showman de El precio justo. Y te reconcome la cita inicial de la película, una de James Baldwin sobre lo mal repartida que está la justicia con los desheredados. En una de estas, resucita Baldwin y manda a Esparza y al togado de las puñetas a esparragar.

Tras esta doble sanción en el potro de tortura ves el filme del lituano Sharunas Bartas -que tiene solo 56 años pero parece que lo que tenía que decir lo hizo antes de los 40, cuando era autor con bastante foco- y aún en su decadencia te parece un cineurgo. En In The Dusk, Bartas rememora la ocupación de Lituania por el apetito voraz del Stalin de 1948, en ese entonces en plena merendilla de media Europa. Bartas comprime la acción en un escenario poco más que teatral, el reducto de un bosque en el cual los partisanos y los ocupantes soviéticos libran un pulso de tensión psicológica sostenida con cierta brillantez, entre sospechas de delaciones y rostros muy bien filmados en casi expresionistas primeros planos. Sabes que la violencia va a deflagrar. Y cuando finalmente lo hace te defraudan las poco vibrantes dimensiones de su estallido y puesta en escena para tanta previa solemnidad.

Pero para entonces -después de una jornada desoladora- ya te viene bien hasta la guerra de Gila.