Marcelo Luján: «Un escritor premiado ya no es tan impune»

Laura Miyara / X. F. REDACCIÓN

CULTURA

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El autor argentino acaba de recibir el premio de narrativa breve Ribera del Duero por su libro «La claridad»

10 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A primera vista, podría parecer que nada hay de peligroso en un día soleado de cámping, nada de siniestro en la complicidad de una relación de hermanos, nada de amenazador en una noche de verano espléndida. Pero las apariencias engañan, y los verdaderos peligros se esconden en la trivialidad, allí donde confiamos y nos sentimos más seguros. De eso van los seis relatos que componen La claridad, el nuevo libro del escritor argentino Marcelo Luján, que acaba de recibir el premio Ribera del Duero y que publica Páginas de Espuma.

Escrito a lo largo de tres años, el libro está construido con una armonía casi simétrica, alternando textos en primera persona con narradores omniscientes. Y, sobre todo, tiene el mérito de sostener la tensión página tras página, un logro que cualquier lector del siglo XXI agradece. Desde Madrid, donde reside desde hace veinte años, Luján defiende el género del cuento y se alegra por el reconocimiento del premio, aunque eso le cueste cierta cuota de libertad.

-La claridad se terminó de escribir antes de la pandemia, pero parece una lectura muy relevante para esta era, teniendo en cuenta que los relatos giran en torno a la temática de lo fortuito, aquello sobre lo que no tenemos control, pero también la locura del otro. ¿Cómo influyó el coronavirus en la publicación?

-Hubo una modificación. En el cuento El vínculo, que trata sobre una clínica veterinaria, yo había usado mucho la palabra coronavirus. Es un término común en la ciencia veterinaria, porque hay enfermedades llamadas coronavirus que afectan a los animales. En el proceso de edición tuvimos que cambiarla y la dejamos solo una vez, porque usar esa palabra parecía oportunista, pero a la vez, no quería que un veterinario lo leyera y pensara que no reflejaba bien la realidad.

-Hay un equilibrio que hace del libro un conjunto superador de la suma de sus partes. ¿Cómo logró esa cohesión en la estructura?

-Me propuse escribir el libro desde cero, sin recurrir a textos anteriores ni a apuntes realizados en el pasado. Fue un trabajo con un nivel de complejidad altísimo, por eso creo también que el género del cuento no es menor. Escribir un libro de cuentos así es más difícil que escribir una novela. Siempre tengo muy claro cuál es la historia que quiero contar, qué es lo que quiero decir. Lo que me demora más es encontrar la mejor forma de transmitirla. Una vez que tengo eso, escribir un libro me puede llevar siete u ocho meses. Hay varios detalles que ayudan a la cohesión, es una estructura que está pensada. Por ejemplo, los epígrafes, la alternancia entre un cuento narrado en primera persona y uno en omnisciente, el uso de finales en futuro narrativo, que es un recurso poco usado pero que a mí me parece hermoso, y lo usé en todos los cuentos escritos en narrador omnisciente. La importancia de los personajes femeninos, que no fue algo buscado, pero se convirtieron en el eje de la narración.

-Los relatos de «La claridad» parten de situaciones cotidianas que cambian imprevisiblemente. ¿Cómo surgió esta idea?

-Creo que lo oscuro resalta más cuando está en contraste con la luz. Dicen que la noche es peligrosa, pero la noche no es peligrosa cuando estás en una terraza tomando una copa con amigos. Los peligros se esconden en lo fortuito, en medio de un domingo de sol en el parque, en una noche de verano espléndida. Esa es una idea que me seduce y me interesa incluso desde antes de escribir La claridad. Si estás escribiendo sobre la Segunda Guerra Mundial, un balazo se ve con naturalidad. Lo que me interesa es, justamente, que ese balazo resalte.

-¿Qué ha estado leyendo mientras escribía el libro?

-Leí muchos cuentos de Flannery O'Connor. Mientras escribo me gusta leer el género que estoy escribiendo, la contaminación no me preocupa. No la veo en sentido peyorativo, sino como algo inevitable. Además, mi proceso de escritura es más bien disperso, no porque tarde mucho en escribir sino porque tardo mucho en pensar. Si un cuento supera la página 10, la tensión ya se empieza a ver en serios problemas, por eso pensé mucho en la estructura y los recursos, la mejor transmisión posible de las ideas.

-¿Qué significa para usted haber sido galardonado con el premio Ribera del Duero?

-En lo personal, es una alegría enorme, algo para contarle a mi madre. En lo profesional, quiero decir que este es el mejor premio que existe a libro de cuentos. Los autores que han ganado realmente son extraordinarios, y es un honor estar entre ellos. Las últimas cuatro ediciones se las han llevado latinoamericanos y eso es porque el cuento, en toda América, incluyendo los Estados Unidos, es un género de una gran tradición. Cuando el premio se empezó a hacer conocido, evidentemente Latinoamérica tomó el relevo. Pero hay libertades de las que goza un escritor novel. No es que uno escriba para alguien, pero cuando uno va ganando reconocimiento y tiene un público, se esperan ciertas cosas del autor. Uno tiene más responsabilidad ante su público. Aunque lo que se dice lo diga un personaje, el escritor ya no es tan impune. Un personaje no puede decir «negro». Me han hecho planteos sobre el primer cuento del libro en relación con las gordas, por ejemplo, y es que la realidad es así. Es algo que viene con el crecimiento de uno como autor.

-¿Está trabajando en algo ahora?

-Sí, en una novela, pero todavía no es el momento de sentarme a escribirla. Cuando uno termina un proyecto de las características de La claridad, lo termina y piensa que ese va a ser su último libro. Yo cuando escribo lo dejo todo, y cuando uno deja todo, queda agotado. Ahora me interesa más pensar en cómo va a ser leído el libro, en que funcione, que lo lean, lo comenten, lo critiquen.