El vocalista Rafa Sánchez anunció el fin de un proyecto que vivió sus días de gloria con el disco «Tren de largo recorrido», grabado en A Coruña en 1991
15 may 2020 . Actualizado a las 10:08 h.La inercia lleva a colocarlos en la Movida. Funcionaban, sí, en Madrid. Debutaron en la primera mitad de los ochenta. Y tuvieron el éxito Lobo hombre en París (1984), alumbrado cuando el movimiento aún tenía vida. Pero en realidad La Unión miraban a otro universo. De hecho, aquel hit lo producía Nacho Cano. Su verdadero reinado tuvo lugar entre finales de los ochenta y principios de los noventa. Ahí, convertidos ya en trío tras la marcha de Íñigo Zabala, Rafa Sánchez (voz), Mario Martínez (guitarrista) y Luis Bolín (bajo), se convirtieron en uno de los grupos más exitosos del pop nacional. Con álbumes como Vivir al este del edén (1988) y Tentación (1990) patentaron una fórmula que alcanzaría su cénit con el disco en directo Tren de largo recorrido (1992).
Grabado en el Coliseo de A Coruña en 1991, muestra a un grupo entregado a una visión totalmente hedonista de la música. «Siempre lo buscamos, el salirte un poco de tus propios problemas. Todas las consignas que damos en los conciertos vienen a decir lo mismo: 'Diviértete, porque esta puede ser la noche que estabas esperando'», decía Rafa Sánchez en una entrevista en La Voz del 2009. Allí, cantándole a la vida de gafas de sol, pasiones desatadas y el erotismo a flor de piel («deseo más y más / movimiento sensual»), se convirtieron en una suerte de INXS patrios. Con guitarras, trajes, gritos, saxos y un líder carismático.
Fueron días de gloria para un grupo que, entonces, miraba de tú a tú a gigantes como Mecano o Duncan Dhu. Facturaban pop brillante y con mirada internacional. Querían sonar como Prince y no escatimaban en gastos. En 1990 ya habían grabado con productores de nivel Grammy como Mike Howlett. Para el disco en vivo, que fue filmado incluso en cine, trajeron a Peter Walsh (Simple Minds). Otros tiempos. Entonces, las ventas de un disco de éxito superaban el millón y la maquinaria socialista de galas en ayuntamientos con grandes cachés giraba y giraba sin fin.
Ahí se encuentra seguramente la imagen que todo el mundo se guardará del grupo en la memoria. La de Rafa Sánchez provocando incendios físicos, sugiriendo subidones químicos y empujando a la audiencia directamente a la región nocturna del placer. Tirarían de ella el resto de su carrera, mientras picoteaban otros estilos musicales. En Psycofunkster Au Lait (1993) se abrazaron al rock de los setenta dejando un single de pretensiones ecológicas como Hermana Tierra (sospechosamente parecido al All Right Now de Free). En Hiperespacio (1996) miraron con filtro de seda al neo-funk y el acid-jazz. Y en Sopa de letras: Fluye (1997) le dieron a todo un toque latino buscando el éxtasis.
Viaje a la nostalgia
Ahí ya habían bajado el tobogán del éxito del inicio de la década. Tocaba resituarse. Conscientes de su pasado, dibujaron un movimiento de zigzag que se repetiría en los siguientes años. Las miradas atrás- bien con recopilatorios, bien con revisiones como Love Sessions (2006), Hip.gnosis (2013) y Hip.gnosis Best of Vol.2 (2015)- se alternaban con material nuevo y de escaso impacto en un panorama que había visto pasar el rock latino, Operación Triunfo y la piratería. Su público demandaba nostalgia y el recuerdo sonoro de su juventud. Ellos se la dieron hasta este final, que el coronavirus y las nefastas expectativas para la música en directo han adelantado.
En mayo del 2016 el grupo volvió a actuar en A Coruña celebrando el 25º aniversario de Tren de largo recorrido. Lo hizo en la sala Pelícano, que agotó todo el papel de manera instantánea. Hubiera llenado dos días. Luis Bolín decía a La Voz que, viendo las imágenes de 1991, aún le parecía increíble todo aquello: «Era impresionante. La verdad es que hoy lo ves y te cuesta creer que eres tú». Pues sí lo fueron. Y así se les recordará siempre.