El reverenciado Tsai Ming-Liang retorna tras siete años sin competir en un gran festival

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Tsai Ming-liang, en la Berlinale
Tsai Ming-liang, en la Berlinale RONALD WITTEK | Efe

La muy poderosa película rusa «DAU. Natasha» y las condiciones de su rodaje, sometidos sus actores a situaciones de dureza extrema, generan controversia. El filme se estrenará en cines en España

28 feb 2020 . Actualizado a las 08:54 h.

Después de una larga ausencia del primer plano de los festivales, en concreto desde que en el 2013 presentó en Venecia Stray Dogs, la reaparición de Tsai-Ming-liang en esta 70.ª Berlinale es un acontecimiento de orden mayor para el cine de la creación inclaudicable frente a las efímeras pasarelas de la superficialidad. En esta era de la inmediatez, la forma de entender el cine de este autor, con su culto al largo plano fijo y a un tempo fílmico innegociable, ajeno a la cuenta atrás, semejan ser más que vulnerables. A los nativos digitales les planteas una pantalla donde la cámara no se mueva en más de diez minutos y amenazan con quemarte el patio de butacas o entrar en trance de angustia.

Sabes que gente como Tsai-Ming-liang pertenecen a una especie condenada a la extinción. Que solo podrán seguir creando gracias a las reservas naturales en que se han convertido los festivales que entienden su función, en un universo culturalmente embrutecido por el territorio comanche de la fugacidad. Siempre habrá quien te diga que si no hay demanda para los planos detenidos del asiático o para sus miradas prolongadas lo que la naturaleza reclame, esto es el mercado, amigos. Pues ahí vamos. Pero me permitirán que les diga que una de las películas que me han regalado mayor euforia y emotividad en una pantalla se llama Vive l’amour y la firmó Tsai-Ming-liang, quien me ha seguido conmoviendo a lo largo de tres décadas.

Así que la proyección, en competición oficial de Days, en una sala con dos mil personas, es casi un acto de resistencia, a contracorriente de los móviles que amenazan con iluminarse o vibrar, sin entender que no se interrumpe una emoción, algo de lo que ya avisaba Federico Fellini ante la irrupción de la idea de la televisión basura cuyo diseño y asalto financió Berlusconi en su conquista del poder. Tsai-Ming-liang y su manera de entender cómo se fraguan esas emociones -sin banda sonora tramposa, con elementos como el agua y sus sonidos pautando las relaciones humanas o los impulsos sexuales- reaparece en Days para reunirnos con su alter-ego en la ficción a lo largo de 30 años, su Antoine Doinel, Lee Kang-sheng, y otro actor no profesional y debutante, en un breve encuentro donde el muro de la incomunicación -una de las obsesiones de Tsai Ming-liang- lo derriba una poemática y magna secuencia de masaje con final feliz y una caja de música donde suena Candilejas.

El director Ilya Khrzhanovskiy, con las actrices Natalia Berezhnaya, Jekaterina Oertel y Olga Shkabarnya
El director Ilya Khrzhanovskiy, con las actrices Natalia Berezhnaya, Jekaterina Oertel y Olga Shkabarnya OMER MESSINGER | Efe

La secta posestalinista de «DAU. Natasha»

La otra película en competición vista este miércoles, la ruso-ucraniana DAU. Natasha, es una creación tan atípica que requiere explicar sus condiciones de producción y sus horizontes, que exceden lo que entendemos como una película convencional. Su autor, Ilya Khrzhanoskiy, ha trabajado con el equipo y los actores, conviviendo durante más de dos años en un set donde las condiciones de habitabilidad eran las de la Unión Sovietica del postestalinismo. Entiendo que podemos pensar que más que de un grupo de rodaje estemos ante una secta. Lo cierto es que ese encierro, un macroproyecto denominado DAU, ha generado un número aún indeterminado de películas que pueden verse de modo independiente, y de vídeo-instalaciones que han pasado por el Centro Pompidou y que en Berlín fueron vetadas por la controversia que genera a su paso Khrzhanoskiy y su modo de trabajo.

De toda esta producción ingente y no estrenada -que, en su totalidad, abarca cerca de 30 horas y tiene como leit-motiv la vida del Premio Nóbel de Fisica Lev Landau- la Berlinale decidió -en otra declaración de principios de valentía, en línea con lo antes hablado sobre Tsai-Ming-liang- presentar en el foco estelar de la competición DAU. Natasha, de 145 minutos y ambientada en un secreto laboratorio científico soviético en el tiempo posterior a la muerte de Stalin. Pero el epicentro de la acción de DAU. Natasha no es el de los científicos y sus bizarros experimentos, sino que reside en las relaciones entre dos camareras de la cantina del centro, donde los científicos se reúnen y relajan sus tensiones. Ambas mujeres mantienen una singularísima relación de amor-odio, se ríen, discuten, beben lo indecible. Se insultan y casi se descabellan. Esos años que el equipo ha convivido los transpira el naturalismo y la fisicidad de esas dos mujeres que protagonizan una de las borracheras de mayor autenticidad y bronca que haya visto nunca recogida en una ficción. Hay una planificación escénica cuasi-teatral. En el trato entre ambos personajes y en su distanciamiento de las convenciones siento muy cercana la influencia del Jean Genet de Las criadas.

Pero DAU. Natasha va más allá en su exploración de un naturalismo brutal e hipnótico: hay una larga secuencia de sexo muy explícito, de una veracidad abrumadora, entre una de las camareras y un científico francés invitado por los soviéticos. Y un tercer acto -que es el que ha generado conflicto por el trato que recibe esa misma camarera- que reproduce un interrogatorio en una celda al viejo estilo de cuando Moscú no creía en las lágrimas. Un comisario político obliga a la mujer a desnudarse y a someterse a algunas prácticas vejatorias. Esas imágenes se aúpan en la catarsis de toda esa carga de dominación y sometimiento. La atmósfera del poder visual y escénico demoledor del miedo, del llamado Gran Terror. Ante la fuerza de las imágenes y el iluminado genio de un autor que no parece tener barreras para extraer la verdad de las imágenes, siento que estoy ante un perfil no muy distante del despótico y formidable Lars Von Trier. Y celebro al saber que el filme va a ser estrenado en cines en España. Otro gesto de valentía.