El extrarradio de Roma
Al lado de este gran filme de violencia constreñida por honestidad, la película italiana Favolacce, que sí que se vanagloria de mostrar todo tipo de bizarras situaciones sórdidas que rodean a un grupo de niños que habitan en el extrarradio de Roma, parece quedar desnuda en su ostentosa fealdad. Tratan sus directores -los hermanos D’Innocenzo, autores de una opera prima estimable, La terra della’abastanzza- de situarse a medio camino entre las primeras cosas de otros hermanos, los Farrelly, y el cine vocacionalmente obsceno de Todd Solondz. Pero no poseen ni la facilidad para el gag cómico de los primeros ni la contundencia nihilista del segundo. Y de esa forma, Favolacce se queda en un hiperrealismo impostado -algo quiere tener también de la magnifica Dogman de Matteo Garrone, de la que uno de los D’Innocenzo fue guionista- y un ejercicio gratuito de explotación de la inocencia carente de honestidad.
Así, queda en apenas nada la participación italiana en la competición de esta 70.ª Berlinale, completada con Volevo Nascondermi, el muy instatisfactorio biopic del pintor Antonio Ligabue, en la cual su director, Giorgio Diritti, quiere ser a la vez el eremita Ermano Olmi y el circense Guiseppe Tornatore, quiere vendernos de matute gato por liebre. Salvo que el jurado presidido por Jeremy Irons compre la interpretación pasada de rosca que el actor Elio Germano -también presente en Favolacce- realiza del pintor Ligabue, con todas las artimañas con las cuales los histriones encarnan a seres con graves problemas físicos o mentales, para ganar un Óscar o un potosí como mascarita de carnaval.