Abel Ferrara y Willem Dafoe arañan el inconsciente salvaje en «Siberia»

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Abel Ferrara, a la izquierda, con la actriz Dounia Sichov y Willem Dafoe
Abel Ferrara, a la izquierda, con la actriz Dounia Sichov y Willem Dafoe CHRISTIAN MANG | Reuters

«My Little Sister», pegajoso drama de enfermedad terminal con Nina Hoss, y «Effacer L'Histórique», farsa de humor grueso sobre el Big Data son ganga en el alto nivel del concurso

25 feb 2020 . Actualizado a las 09:00 h.

Abel Ferrara llegó para moverle el piso a la Berlinale. En el trazo de su huella o de sus zarpazos de autor irrepetible, Ferrara ha habitado todos los modos de vida: desde su bien conocida pertenencia al lado oscuro alcanzó cimas del cine del salvajismo que le llevaron a una ruta autodestructiva liminar. Desde casi el literal deadline, regresó otro Ferrara, en proceso de depuración personal y creativa. Es el camino que le llevó desde piezas de la crueldad radical y el rojo sangre galopante de Bad Lieutenant, The Funeral, Snake Eyes, The Addiction o New Rose Hotel hacia películas de cámara, introspectivas, en las cuales ha abrazado a Willem Dafoe, quien no es solo su alter ego en pantalla, sino que se intuye que tiene mucho que ver como elemento de solidez terapéutica, de anclaje para el cineasta en perpetuo movimiento.

Venían Ferrara y Dafoe de la muy bella y reposada Tomasso, donde la autobiográfica mirada del director denotaba el deseo de paz, la armonía de padre e hija, la calma antes del último suspiro. Todo eso es lo que en Siberia Ferrara revienta brutalmente para expandirse en una obra de libre locura demonizadora, por las sentinas de un inconsciente recorrido por la rugiente violencia.

Actor legendario

De una forma equiparable a aquella en la cual en 4:44 Last Day on Earth el director era capaz de construir ante nuestros ojos -y entre cuatro paredes desnudas- el fin del mundo solo con Willem Dafoe como efecto especial, en Siberia de nuevo son las miradas, los movimientos, las palabras de este actor ya legendario las que nos fagocitan en un Apocalipsis de colmillo afilado. Un túnel con imágenes que remiten a las pesadillas o al libro negro jungiano que debe de poblar el torturado pasado de Abel Ferrara.

Y en esa deriva hacia el miedo pánico y la ferocidad inaprensibles, Ferrara y Dafoe fabrican un torbellino que sobrepasa una y otra vez las barreras de la razón. Esa es la intransigente propuesta que explora ese inconsciente naturalmente incontrolable. Por eso, el tracto de Siberia es el del desconcierto, las lenguas ininteligibles, las criaturas deformes, las cuchilladas en cuerpos irreconocibles, las mordeduras de lo vivido o imaginado, la sexualidad agónica, animal o turgente. Es tal la radicalidad de Siberia que puede expulsar a todo el que no acepte sus códigos, o mejor dicho, la ausencia de ellos, de cualquier lógica narrativa. Porque a medida que este viaje encabalga paisajes, sombras, nieve, desierto o el infierno tan temido, vas tomando percepción de que lo que estás viendo te va a acompañar fuera de la sala, también de manera incontrolada, como mecanismo subliminal tan fascinante como sus oscilaciones desde un islote breve de ternura hacia la impiedad inhumana, la región salvaje de una obra tan a contracorriente que da esta Berlinale una muestra de coraje neonato y exultante al programarla en su competición.

 

Nina Hoss, con Lars Eidinger
Nina Hoss, con Lars Eidinger RONALD WITTEK | Efe

Desperdiciar el talento de Nina Hoss

La germana Nina Hoss es uno de esos talentos interpretativos que deseas exprimir en cada una de sus magneticas apariciones. Por eso es muy molesto que esto suceda en una película como la suiza My Little Sister, donde sus codirectoras, Véronique Reymond y Stéphanie Chuat, juegan sin freno moral ni ambages las bazas -por mí denostadas- del dramón que parasita una enfermedad terminal con todo detalle. Sin ser hipocondríaco, sé reconocer el pastoso y feo oportunismo de ese personal que -a falta de recursos para hacerse valer en el terreno dramático de la verdadera emoción- no dudan en agarrarse a una agonía para filmar llagas, vómitos, escarbar en los lazos familiares heridos. En este caso, el ser llamado a la inmolación para que My Little Sister tenga algún sentido es el hermano mellizo de Nina Hoss en la ficción, interpretado por Lars Eidinger, otro solvente actor obligado a sufrir aquí como eccehomo. Y todo lo que rodea a ese exhibicionismo de la muerte en capítulos no es ni un bosquejo de guión. Es la nada.

Delepine y Kervern, con las actrices Blanche Gardin y Corinne Masiero
Delepine y Kervern, con las actrices Blanche Gardin y Corinne Masiero CHRISTIAN MANG | Reuters

Carcajada fácil

Si My Little Sister quiere hacerte sufrir -finalmente sólo cabrea- la belga Effacer L’Historique busca la carcajada fácil y contínua con su farsa de brocha gorda sobre el big data y sus esclavitudes. Conecta muy bien con la butaca porque los molinos con los que pelea -la sociedad invivible de los contestadores automáticos y la ausencia de la voz humana, los vídeos sexuales como chantaje, los formularios de Internet donde tienes que señalar en que fotos sale un coche, los esclavizados repartidores de Amazon cuando no los drones- se perciben como bien reconocibles. Otra cosa es que sus directores, los belgas Benoit Deléphine y Gustave Kervern, estructuren su comedia como un encadenado de gags, casi a modo de un especial de humor de los de fin de año. Sin sentido del ritmo o de la mesura. Hay algún momento feliz, como ese cameo de Michel Houllébecq, que tiene en esta pareja de directores a sus grandes cómplices cinematográficos, y que aquí se suicida con gas en un automóvil ante la algarada general. En cualquier caso, me quedo con el humor nada sutil pero a ratos eficiente de este órdago belga contra el universo informatizado y no con la tanática maldad de las dos directoras suizas regodeadas en el mal ajeno.